Como decía: hace unos días, ya bastantes, mientras escribía, y después de publicar algún trozo, una imagen ya conocida de otros momentos y otras publicaciones, empezó a ser presente de manera continuada, obsesiva, como si quisiera hablarme desde esa otra dimensión de lo real, pero no visible, como buscando una proximidad comunicativa.
Otras veces esa presencia era como una sensación que dijera que estaba presente leyendo lo por mí escrito, como asintiendo; estos días la presencia era distinta, casi se hacía visible; la sensación de esa presencia, los mensajes que nunca supe entender, ahora sé que querían decir otras cosas más profundas; eran una despedida, un abrazo de despedida; un ya es tarde, pero espera; un nada es lo que parece; un lo siento, un gracias, un hasta pronto…
Un dime adiós, y después, búscame en el viento.
Quizá el destino aún nos reserve algún momento íntimamente maravilloso. Quizá los dioses nos permitan un encuentro alado.
Si puedo escoger, será en una mañana de la primavera bien avanzada, antes que el sol caliente; flotaremos fundidos en un reflejo de la luz brillante, en el espacio que va del corralito al palomar; contaremos las flores blancas, o azules, o amarillas que cubran la pradera y el margen de los caminos, y quizá podamos montarnos en la ondas de luz que forma la primavera al pasar sobre la laguna del palomar; brincaremos de hito en hito, de cubo en cubo, hasta la espadaña de la ermita, y allí, entre la rosas de Amaro, dejaré descansando tu recuerdo hasta el próximo Domingo de Ramos en que vuelva a buscarlo con el repicar de la Chica, y con vestido nuevo, procesionaremos juntos el ramo, como antaño, bajo el aire puro y el trinar de las primeras golondrinas…
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