Allí, arrebujados en los viejísimos tabardos, frotándonos las manos con ánimo de entrar en calor, Tonino sacó un paquete de cigarrillos, (celtas creo) un poco arrugados de estar paseándose mucho tiempo por el bolsillo y recibiendo golpes, me ofreció uno diciéndome: toma, te ayudará a entrar en calor, y así fue, una vez encendido, poníamos las manos en cuenco alrededor del pitillo, y entre la brasa y el humo algo de calor se notaba en los dedos casi rígidos del frío. Allí, recostados contra los palos, rehechos ya un poco, me explicó una de las aventuras que le tocó vivir durante los aciagos días de la guerra civil. Allá por los campos de batalla de Teruel, un día fueron superados por el enemigo y se quedaron aislados de su unidad, sin saber cómo podían reincorporarse a ella, sin ningún tipo de avituallamiento ni posibilidad de encontrarlo. De día se escondían como podían, y por la noche avanzaban en la oscuridad; el frío era terrible, no podían hacer fuego por miedo a ser descubiertos y el hambre era ya de tres días cuando, en el amanecer, se encontraron que estaban en un campo sembrado de patatas, y sacando el machete comenzaron a escarbar en la tierra helada hasta conseguir sacar alguna, y allí mismo se las comieron, crudas y congeladas, tal era la necesidad. Decía que eran malísimas e indigestas, pero los ácidos que llenaban su estómago no tuvieron problemas en digerirlas. Se llevaron unas cuantas y se arriesgaron a hacer fuego y cocerlas en una lata que se encontraron, el agua se la suministró la nieve que cubría la tierra, y decía que no las dieron tiempo a cocerse, que aun estaban duras cuando pinchándolas con la punta del machete, se las comían con piel incluida y no echaron en falta la sal, decía que fue las mejores patatas que en su vida había comido. No recuerdo cómo ni cuándo consiguieron reincorporarse a su unidad, pero recuerdo que siguió un poco más la conversación y ésta llevo a otra parecida también sobre necesidades, penas y dolores y cómo estas precariedades hacen que en la vida se aprecien de distinta manera las cosas. Por ejemplo dijo: mira esos hombres que lo tienen todo, están en su casa con calefacción, buena y mucha comida, buena bebida y después se fuman un puro, jamás disfrutarán tanto como lo hemos hecho nosotros con ese cigarrillo que nos acabamos de fumar, ellos tienen de todo y cuando se tiene todo, nada tiene importancia, pero cuando no hay casi de nada, un pequeño placer puede llegar a ser sublime.
Aquella tarde, continuamos con la poda por un tiempo corto, pues el frío era insoportable y al fin decidió que era mejor volvernos a casa y no seguir jugándonos la salud con el cortante viento del norte. Más tarde, cuando caminábamos camino a casa con las tijeras colgando del brazo, las manos escondidas en los bolsillos y aquella gorra con orejeras, calada a fondo, la cabeza ladeada presentando batalla al viento, en silencio, pues las palabras se perdían entre sus silbidos
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