Pintada, no vacía; pintada está mi
casa, del
color de las grandes pasiones y desgracias.
Media tarde; el sol calienta. La
calle, desierta. Sólo un perro, perezoso y cansado, parece moverse hacia otro lado, quizá buscando un poco de aire más fresco. El
coche, espera. La gente, ¿duerme la
siesta?
Que calma, que silencio, que pena. La calle solitaria me evoca una pena inmensa, un vacío en el alma, un adiós, un no puedo, un recuerdo amargo de un suceso de esos días en que se paró el tiempo.
Al fondo,
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