Y el colmo total, ya para concluir una mañana exitosa, era que algún abuelo, vecino de era,— que solían ser los encargados de ir a la bodega a por el vino para la comida,— hacia las doce y media —por entonces la una de medio día era la hora de la comida—te preguntara si querías acompañarle a la bodega. Carrera a preguntar a los padres si te dejaban hacerlo, y si decían sí, que era lo habitual, carrera para coger la mano del agüelo y mirar que no se te escapara. Aún creo recordar el tacto áspero, ... (ver texto completo)