FIN DE AÑO EN LA CAMA
Muchos pueblos creen que el año será según se inicia. Si se inaugura con llanto será un año de desgracia y, si es con risas, de dicha y alegría. Tal vez por ello en algunas culturas nos proponen una noche de fin de año distinta: tomarnos las uvas en la cama y con la pareja, lo que simbólicamente nos garantizará tener dicha afectiva y familiar, e incluso fertilidad. Según Gerardo Herbás,
“entre algunos inuit permanecer acostado con la pareja en las noches de cambio de ciclo garantiza la fertilidad y la salud”. Quizá venga de ahí la tradición, aunque hay otra más cercana: entre los celtas uno de los muchos ritos de iniciación de los aspirantes a druidas consistía en pasar la noche de fin de año (que ellos celebraban en Shamain, nuestra noche de difuntos) enterrados al pie de un árbol sagrado. Al nacer el día de Año Nuevo (nuestro actual 1 de noviembre) salían de la tierra en la que habían estado durmiendo.
HACER LAS MALETAS
Una vieja tradición rumana, seguramente heredada de los cíngaros, asegura que la noche de fin de año debemos hacer nuestro hatillo (la maleta) y justo cuando se realiza el cambio de ciclo salir de casa y girar sobre nosotros mismos (en alusión al tránsito que recorre el planeta alrededor del Sol) para volver a entrar cuando se inicia el nuevo año. ¿Para que sirve todo ello? En teoría, para que todos los viajes del nuevo tiempo sean venturosos y afortunados.
UNA VELA ROJA
Es una de las tradiciones más sencillas de llevar a cabo. El rojo es la armonía, el vigor y la fuerza, y si deseamos todo eso para el año que viene nada tan fácil como marcar una vela con tres deseos para el nuevo año, prenderla justo cuando inauguramos el año y dejar que se consuma hasta el final del día 1 de enero. El posible origen de la superstición es bastante curioso. Para el experto en ocultismo
Alfredo Aliagas, “es una tradición sustentada en la adoración de la luz solar, representada en la llama de la vela, que en la Edad Media y en el ámbito rural no era tal, sino el fuego de una antorcha, que tampoco era roja, sino que era envuelta en una tela enrojecida por la sangre de un animal sacrificado en honor de los dioses y del que comía toda la familia en sagrada comunión para celebrar la llegada de un nuevo tiempo”.
LA BENDICIÓN DE LA BEBIDA
Todos lo hemos hecho alguna vez: cuando tras abrir una botella de cava se ha derramado un poco, mojamos la yema de los dedos en él y lo aplicamos en la frente diciendo “Suerte”. Lo ideal es que el anfitrión de la casa abra el cava y, tras servir una copa, emulando a los antiguos sacerdotes griegos, que uncían a sus feligreses, pero con vino e hidromiel, desee la buena suerte para todos. Para ello mojará los dedos pulgar –que representa la acción física y la voluntad–, índice –que simboliza la determinación– y corazón –que alude a la pureza de sentimientos– en el cava y luego los aplicará sobre la frente de sus invitados diciendo “Te deseo lo mejor:
suerte, vida y salud”. Dicha acción debe repetirse una vez por cada invitado.
MONEDAS EN LOS ZAPATOS
Es incómodo, pero en teoría sirve para que durante el nuevo año no nos falte de nada. Consiste en llevar una moneda de oro en el zapato derecho que calzaremos durante todo el día 1. La tradición –de supuesto origen precolombino– asegura que quien pisa sobre oro vive siempre en él. Eso sí, la superstición indica que la moneda debe retirarse antes de que se ponga el sol del día 1 y que debe ser guardada en un lugar secreto hasta el año siguiente, cuyo último día será enterrada para agasajar a las entidades sobrenaturales por los dones recibidos. Hay quien opta por utilizar monedas de curso legal y asegura que su economía siempre va bien. Por probar...
La rueda de la vida
Inaugurar año y celebrarlo es vital para nuestra especie. Como seres gregarios que somos, necesitamos compartir con los demás las emociones y, por extensión, nuestras alegrías y tristezas. Los antropólogos creen que las celebraciones de cambio de ciclo nacen precisamente ahí, del deseo de compartir un nuevo tiempo, una nueva esperanza y nueva vida. Para la antropóloga Carmen Bonilla, “hoy
vivimos mucho, somos bastante longevos. Pero en la Prehistoria llegar a un nuevo ciclo de estaciones equivalía a haber sabido luchar contra la muerte, contra las desgracias, las alimañas y las enfermedades. Además, en casi todas las culturas el cambio de año coincidía con la llegada de la primavera: más luz, mejor temperatura, más caza, etc. Por tanto, más posibilidades para seguir vivos”. Cambiar de año es mudar de aires, al menos así está marcado en nuestra herencia genética. Es evidente que los ciclos, en culturas industrializadas como la nuestra, no parecen estar en diciembre, sino en el verano, cuando “terminamos” el año con las vacaciones, y celebramos (es un decir) el “Año Nuevo” con la llegada al trabajo en septiembre, con el inicio del curso, etc. Pese a ello, seguimos llevando a cabo el ritual de Año Nuevo a finales de diciembre. Según el historiador Gerardo Herbás,
este cambio de ciclo ha sido festejado por todas las culturas “no solo para conmemorar que la rueda de la vida sigue girando, sino para atestiguar la presencia de los dioses y las entidades sobrenaturales. Si la vida sigue es porque los dioses protectores continúan en ella”. A su juicio, las celebraciones de Año Nuevo son esenciales para el mantenimiento de los cultos espirituales, los mitos y las supersticiones: “Recordamos a los que no verán el nuevo tiempo y ello sirve como sentido homenaje a los difuntos. Repetimos las mismas costumbres ceremoniales o rituales teniendo, inconscientemente, la sensación de que todo está en orden y atávicamente creemos que debemos hacerlo así, porque las supersticiones y los tabúes pueden castigarnos si no lo llevamos a cabo”. Pero el mantenimiento del ritual parece ser trascendente por algo más. Como seres sociales que somos, sirve para revitalizar el “espíritu del clan”. Según Carmen Bonilla, “los rituales de celebración refuerzan los vínculos entre los miembros de la tribu. Acentúan el hermanamiento y, por supuesto, revitalizan las instituciones o castas tribales. Los vivos comparten un nuevo tiempo, estrechan lazos, se alegran de seguir juntos. Por eso es tan relevante el recordatorio a los que ya no están, porque los vivos se sienten más fuertes, más valerosos o más protegidos por los dioses, los sacerdotes o los jefes y guerreros de la tribu, del grupo al que pertenecen”.
Inestabilidad emocional
El papel de los dioses, los tabúes y el clan en el siglo XXI es esencialmente distinto de lo que nos recuerda la Antropología, pero seguimos sintiendo la necesidad de llevar a cabo el ritual. ¿Puro marketing oalgo más? Psicólogos y psicoterapeutas nos recuerdan que la Navidad es uno de los períodos más inestables en el ámbito emocional. Si todo va bien, va muy bien, pero separaciones, fracasos, muertes... todo lo que nos ha impactado emocionalmente de forma negativa durante el año y que, en teoría, hemos afrontado o superado reaparece cual fantasma en estas fechas. Diciembre es un mes intenso en las consultas de los terapeutas de la psique. Claro que no todo va a ser malo. Las celebraciones navideñas –y con ellas el cambio de año– son buenas para el cerebro. Nos estimulan, aceleran todas las emociones –las positivas también– y nos hacen desear nuevos objetivos y metas para el Año Nuevo. “No hay tanta diferencia entre nosotros y los rituales mágicos de los antepasados más lejanos. Ambos sustentamos los deseos en anhelos emocionales”, indica la psicóloga clínica Neus Colomer, para quien los rituales navideños como el de las uvas, la ropa roja o el anillo en la copa de cava no son más que “inocentes puestas en escena o dramatizaciones que nos ayudan a entender que ‘algo’ está pasando. Además, son una buena forma de canalizar nuestras emociones, siempre y cuando el rito no mediatice nuestra vida”. Así que ya sabes, cuando este año conmemores la Navidad y compartas mesa con “tu clan” recuerda que, hagas lo que hagas, estás rememorando uno de los rituales más ancestrales de la historia de la humanidad.
Muchos pueblos creen que el año será según se inicia. Si se inaugura con llanto será un año de desgracia y, si es con risas, de dicha y alegría. Tal vez por ello en algunas culturas nos proponen una noche de fin de año distinta: tomarnos las uvas en la cama y con la pareja, lo que simbólicamente nos garantizará tener dicha afectiva y familiar, e incluso fertilidad. Según Gerardo Herbás,
“entre algunos inuit permanecer acostado con la pareja en las noches de cambio de ciclo garantiza la fertilidad y la salud”. Quizá venga de ahí la tradición, aunque hay otra más cercana: entre los celtas uno de los muchos ritos de iniciación de los aspirantes a druidas consistía en pasar la noche de fin de año (que ellos celebraban en Shamain, nuestra noche de difuntos) enterrados al pie de un árbol sagrado. Al nacer el día de Año Nuevo (nuestro actual 1 de noviembre) salían de la tierra en la que habían estado durmiendo.
HACER LAS MALETAS
Una vieja tradición rumana, seguramente heredada de los cíngaros, asegura que la noche de fin de año debemos hacer nuestro hatillo (la maleta) y justo cuando se realiza el cambio de ciclo salir de casa y girar sobre nosotros mismos (en alusión al tránsito que recorre el planeta alrededor del Sol) para volver a entrar cuando se inicia el nuevo año. ¿Para que sirve todo ello? En teoría, para que todos los viajes del nuevo tiempo sean venturosos y afortunados.
UNA VELA ROJA
Es una de las tradiciones más sencillas de llevar a cabo. El rojo es la armonía, el vigor y la fuerza, y si deseamos todo eso para el año que viene nada tan fácil como marcar una vela con tres deseos para el nuevo año, prenderla justo cuando inauguramos el año y dejar que se consuma hasta el final del día 1 de enero. El posible origen de la superstición es bastante curioso. Para el experto en ocultismo
Alfredo Aliagas, “es una tradición sustentada en la adoración de la luz solar, representada en la llama de la vela, que en la Edad Media y en el ámbito rural no era tal, sino el fuego de una antorcha, que tampoco era roja, sino que era envuelta en una tela enrojecida por la sangre de un animal sacrificado en honor de los dioses y del que comía toda la familia en sagrada comunión para celebrar la llegada de un nuevo tiempo”.
LA BENDICIÓN DE LA BEBIDA
Todos lo hemos hecho alguna vez: cuando tras abrir una botella de cava se ha derramado un poco, mojamos la yema de los dedos en él y lo aplicamos en la frente diciendo “Suerte”. Lo ideal es que el anfitrión de la casa abra el cava y, tras servir una copa, emulando a los antiguos sacerdotes griegos, que uncían a sus feligreses, pero con vino e hidromiel, desee la buena suerte para todos. Para ello mojará los dedos pulgar –que representa la acción física y la voluntad–, índice –que simboliza la determinación– y corazón –que alude a la pureza de sentimientos– en el cava y luego los aplicará sobre la frente de sus invitados diciendo “Te deseo lo mejor:
suerte, vida y salud”. Dicha acción debe repetirse una vez por cada invitado.
MONEDAS EN LOS ZAPATOS
Es incómodo, pero en teoría sirve para que durante el nuevo año no nos falte de nada. Consiste en llevar una moneda de oro en el zapato derecho que calzaremos durante todo el día 1. La tradición –de supuesto origen precolombino– asegura que quien pisa sobre oro vive siempre en él. Eso sí, la superstición indica que la moneda debe retirarse antes de que se ponga el sol del día 1 y que debe ser guardada en un lugar secreto hasta el año siguiente, cuyo último día será enterrada para agasajar a las entidades sobrenaturales por los dones recibidos. Hay quien opta por utilizar monedas de curso legal y asegura que su economía siempre va bien. Por probar...
La rueda de la vida
Inaugurar año y celebrarlo es vital para nuestra especie. Como seres gregarios que somos, necesitamos compartir con los demás las emociones y, por extensión, nuestras alegrías y tristezas. Los antropólogos creen que las celebraciones de cambio de ciclo nacen precisamente ahí, del deseo de compartir un nuevo tiempo, una nueva esperanza y nueva vida. Para la antropóloga Carmen Bonilla, “hoy
vivimos mucho, somos bastante longevos. Pero en la Prehistoria llegar a un nuevo ciclo de estaciones equivalía a haber sabido luchar contra la muerte, contra las desgracias, las alimañas y las enfermedades. Además, en casi todas las culturas el cambio de año coincidía con la llegada de la primavera: más luz, mejor temperatura, más caza, etc. Por tanto, más posibilidades para seguir vivos”. Cambiar de año es mudar de aires, al menos así está marcado en nuestra herencia genética. Es evidente que los ciclos, en culturas industrializadas como la nuestra, no parecen estar en diciembre, sino en el verano, cuando “terminamos” el año con las vacaciones, y celebramos (es un decir) el “Año Nuevo” con la llegada al trabajo en septiembre, con el inicio del curso, etc. Pese a ello, seguimos llevando a cabo el ritual de Año Nuevo a finales de diciembre. Según el historiador Gerardo Herbás,
este cambio de ciclo ha sido festejado por todas las culturas “no solo para conmemorar que la rueda de la vida sigue girando, sino para atestiguar la presencia de los dioses y las entidades sobrenaturales. Si la vida sigue es porque los dioses protectores continúan en ella”. A su juicio, las celebraciones de Año Nuevo son esenciales para el mantenimiento de los cultos espirituales, los mitos y las supersticiones: “Recordamos a los que no verán el nuevo tiempo y ello sirve como sentido homenaje a los difuntos. Repetimos las mismas costumbres ceremoniales o rituales teniendo, inconscientemente, la sensación de que todo está en orden y atávicamente creemos que debemos hacerlo así, porque las supersticiones y los tabúes pueden castigarnos si no lo llevamos a cabo”. Pero el mantenimiento del ritual parece ser trascendente por algo más. Como seres sociales que somos, sirve para revitalizar el “espíritu del clan”. Según Carmen Bonilla, “los rituales de celebración refuerzan los vínculos entre los miembros de la tribu. Acentúan el hermanamiento y, por supuesto, revitalizan las instituciones o castas tribales. Los vivos comparten un nuevo tiempo, estrechan lazos, se alegran de seguir juntos. Por eso es tan relevante el recordatorio a los que ya no están, porque los vivos se sienten más fuertes, más valerosos o más protegidos por los dioses, los sacerdotes o los jefes y guerreros de la tribu, del grupo al que pertenecen”.
Inestabilidad emocional
El papel de los dioses, los tabúes y el clan en el siglo XXI es esencialmente distinto de lo que nos recuerda la Antropología, pero seguimos sintiendo la necesidad de llevar a cabo el ritual. ¿Puro marketing oalgo más? Psicólogos y psicoterapeutas nos recuerdan que la Navidad es uno de los períodos más inestables en el ámbito emocional. Si todo va bien, va muy bien, pero separaciones, fracasos, muertes... todo lo que nos ha impactado emocionalmente de forma negativa durante el año y que, en teoría, hemos afrontado o superado reaparece cual fantasma en estas fechas. Diciembre es un mes intenso en las consultas de los terapeutas de la psique. Claro que no todo va a ser malo. Las celebraciones navideñas –y con ellas el cambio de año– son buenas para el cerebro. Nos estimulan, aceleran todas las emociones –las positivas también– y nos hacen desear nuevos objetivos y metas para el Año Nuevo. “No hay tanta diferencia entre nosotros y los rituales mágicos de los antepasados más lejanos. Ambos sustentamos los deseos en anhelos emocionales”, indica la psicóloga clínica Neus Colomer, para quien los rituales navideños como el de las uvas, la ropa roja o el anillo en la copa de cava no son más que “inocentes puestas en escena o dramatizaciones que nos ayudan a entender que ‘algo’ está pasando. Además, son una buena forma de canalizar nuestras emociones, siempre y cuando el rito no mediatice nuestra vida”. Así que ya sabes, cuando este año conmemores la Navidad y compartas mesa con “tu clan” recuerda que, hagas lo que hagas, estás rememorando uno de los rituales más ancestrales de la historia de la humanidad.