Risa
En 1962, en Kashasha (Tanganika, hoy Tanzania) hubo una epidemia de risa incontrolable.
Parece ser que comenzó el 30 de enero, cuando tres de las 159 alumnas de una escuela-internado comenzaron a reír de un modo compulsivo que en pocas semanas se extendió hasta afectar a otras 95. Las víctimas sufrían durante horas, a veces días, ataques irrefrenables de hilaridad, gritos y agitación. La escuela se vio obligada a cerrar el 18 de marzo. El 21 de mayo, un nuevo brote hizo fracasar un intento de reapertura.
El regreso de las alumnas a sus hogares extendió la epidemia. A los diez días, 217 habitantes de Nshamba, lugar de origen de la mayoría de las alumnas, estaban afectados. Casi todos eran chicos y chicas en edad escolar. Poco después, las escuelas de Ramasheyne y Kanyangereka, separadas por más de 30 kilómetros, tuvieron que detener sus actividades. Al parecer, bastaba el contacto con una sola persona afectada para que se produjera el contagio.
La epidemia comenzó a remitir en junio de 1964. Hasta esa fecha fueron cerradas 14 escuelas y sufrieron el mal unas mil personas de poblaciones de Tanganika y Uganda. El único método efectivo para impedir las propagación fue la cuarentena.
Los científicos buscaron en vano explicaciones de índole biológica (virus) o química (gases tóxicos). La conclusión más aceptada fue que se trataba de una enfermedad de origen psicogénico o histérico.
Lo que me llama la atención de este hecho, tan similar a muchas leyendas que circulan en la red, pero verificado por diversas investigaciones, es el punto de partida: parece ser que el factor desencadenante fue un aislado ataque de risa (an isolated fit of laughter) o un chiste (at the start of the incident, a joke was told in a boarding school). No sé si algún científico ha intentado averiguar el contenido del chiste o reconstruir la situación que provocó esa suerte de caos, esa sincronía acelerada que tanto se aproximó a la catástrofe. No he encontrado datos al respecto. Pero sin conocer el primer impulso, ese primer acorde de energía hilarante, por mucho que se estudien los rasgos sociológicos y psicológicos de la zona y las personas implicadas, creo que no es posible esclarecer el mecanismo de lo que podría ser un arma terrible. Imagínense: ese hallazgo podría conducir a la definición del chiste perfecto y universal, el que hiciera reír a todo el mundo, el chiste que acabaría con todos los chistes. Aunque hay otro dato que despeja ese temor, no sin despertar a cambio otras inquietudes: la inmunidad a la epidemia de risa de profesores y gobernantes. ¿Voluntad de hierro, sentido del deber o simple carencia de empatía?
En 1962, en Kashasha (Tanganika, hoy Tanzania) hubo una epidemia de risa incontrolable.
Parece ser que comenzó el 30 de enero, cuando tres de las 159 alumnas de una escuela-internado comenzaron a reír de un modo compulsivo que en pocas semanas se extendió hasta afectar a otras 95. Las víctimas sufrían durante horas, a veces días, ataques irrefrenables de hilaridad, gritos y agitación. La escuela se vio obligada a cerrar el 18 de marzo. El 21 de mayo, un nuevo brote hizo fracasar un intento de reapertura.
El regreso de las alumnas a sus hogares extendió la epidemia. A los diez días, 217 habitantes de Nshamba, lugar de origen de la mayoría de las alumnas, estaban afectados. Casi todos eran chicos y chicas en edad escolar. Poco después, las escuelas de Ramasheyne y Kanyangereka, separadas por más de 30 kilómetros, tuvieron que detener sus actividades. Al parecer, bastaba el contacto con una sola persona afectada para que se produjera el contagio.
La epidemia comenzó a remitir en junio de 1964. Hasta esa fecha fueron cerradas 14 escuelas y sufrieron el mal unas mil personas de poblaciones de Tanganika y Uganda. El único método efectivo para impedir las propagación fue la cuarentena.
Los científicos buscaron en vano explicaciones de índole biológica (virus) o química (gases tóxicos). La conclusión más aceptada fue que se trataba de una enfermedad de origen psicogénico o histérico.
Lo que me llama la atención de este hecho, tan similar a muchas leyendas que circulan en la red, pero verificado por diversas investigaciones, es el punto de partida: parece ser que el factor desencadenante fue un aislado ataque de risa (an isolated fit of laughter) o un chiste (at the start of the incident, a joke was told in a boarding school). No sé si algún científico ha intentado averiguar el contenido del chiste o reconstruir la situación que provocó esa suerte de caos, esa sincronía acelerada que tanto se aproximó a la catástrofe. No he encontrado datos al respecto. Pero sin conocer el primer impulso, ese primer acorde de energía hilarante, por mucho que se estudien los rasgos sociológicos y psicológicos de la zona y las personas implicadas, creo que no es posible esclarecer el mecanismo de lo que podría ser un arma terrible. Imagínense: ese hallazgo podría conducir a la definición del chiste perfecto y universal, el que hiciera reír a todo el mundo, el chiste que acabaría con todos los chistes. Aunque hay otro dato que despeja ese temor, no sin despertar a cambio otras inquietudes: la inmunidad a la epidemia de risa de profesores y gobernantes. ¿Voluntad de hierro, sentido del deber o simple carencia de empatía?