El niño de la cuneta ya tiene Vuelta
13.09.11 - 00:10 -
El ciclismo cántabro hace suyo el triunfo de Cobo, una meta perseguida desde 1935.
Fermín Trueba, Pérez Francés, Alberto Fernández e Isidro Nozal acariciaron la victoria en la ronda española. Ahora el Bisonte de La Pesa «hace justicia»
Trece años y no muy alto. Más bien bajito. No se mueve de la cuneta. Ve pasar caballos de hierro, bicicletas. Está en Cartes, tierra cántabra, y durante muchos minutos permanece en éxtasis viendo circular a la serpiente multicolor. Corre el año 1935 y se estrena un acontecimiento deportivo único: la Vuelta Ciclista a España, que cumplimenta su segunda etapa con llegada a La Montaña, hoy Cantabria. Y el niño, con sus ojos fijos como platos y sin perder ripio de lo que ve sobre la calzada, no conoce los nombres de esos esforzados. Ignora que por ahí transitan Vicente y Fermín Trueba, paisanos de Sierrapando, dos ilustres del pelotón. Le da igual, la magia del ciclismo le ha cautivado: decide ser ciclista. Por vocación y por subsistencia, como muchos años después reconocerá («me enteré de que algunos ciclistas se ganaban la vida y yo me moría de hambre»). Aquel niño -Fernando de nombre, Expósito de apellido- había nacido para el deporte del pedal, atrapado por una red de olor a linimento que sería su aroma para siempre.
Setenta y seis años más tarde. Una eternidad y cientos de miles de kilómetros. Un vecino del barrio La Pesa, de Cabezón de la Sal, inscribe su nombre en el palmarés de la Vuelta a España. Número uno. Juan José Cobo hace posible que Cantabria gane por primera vez la ronda española. Justicia, dicen los aficionados; felicidad, claman los corredores de siempre hoy más que octogenarios, los eternos como Martín Piñera, que sienten la victoria del corredor del Geox como algo propio, suyo. Lo dice él, otro del barrio de La Pesa (32 años viviendo en él), para quien el domingo se hizo realidad un sueño hasta ahora inalcanzable. «Justicia en Cantabria», grita Martín Piñera. «Juanjo nos ha devuelto la felicidad», remacha. Júbilo de ciclista de antaño, de esos que también convivieron en el 'hogar de los ciclistas', una suerte de restaurante-bar-pensión llamada 'Casa Expósito', levantada altiva en Renedo de Piélagos. Casa de acogida, 'ONG deportiva' fundada por aquel niño Fernando, el que en 1935 veía por primera vez en una cuneta de Cartes la caravana de la Vuelta a España.
Hasta el domingo, a Piñera y a muchos otros románticos («soy un romántico», solía decir el malogrado Alberto Fernández) les faltaba algo. «El ciclismo está en deuda con Cantabria», clamaban. No tenían una grande; ganar una Vuelta a España, esa que en contadas ocasiones han acariciado corredores de la tierra, hechos de una pasta especial. «Fieles a sí mismos», confesión y prédica coincidente de Cobo, Alberto Fernández, Pérez Francés...
De nuevo un viaje en el tiempo (1941). La primera caricia hostil -ser segundo es bello pero muy duro-. Fermín Trueba, 'El Mini' -el sexto de ocho hermanos- se subía al podio de la Vuelta. Solo Berrendero le privó de la victoria final. Con la miel en los labios pese a estar muchos días de líder y ganar dos etapas. Sólo gana uno. Que se lo digan a Nando Expósito, el niño de la cuneta, que pagó un duro peaje por cada triunfo que cosechaba. Éxitos de pundonor de quien tenía a gala no haberse retirado nunca, no apearse en ninguna carrera.
Doblez de página. Otro cántabro vive cerca del éxito. Tantas veces como cuatro. Pérez Francés, nacido en Peñacastillo, suma decenas y decenas de triunfos pero la Vuelta España se le resiste. No puede ser. Y es segundo en la ronda en los años 1962 y 1968; y tercero en 1961 y 1964. La Vuelta no llega, sí las gestas. El 'guapo' del pelotón -Alain Delón le apelaban- quiso pero no pudo. Y eso que él era también de otra pasta: genio y figura, depredador aunque no fuera belga. Para él no hubo Vuelta pero sí hazañas, como esa que recordó el Tour en su regreso a Barcelona en 2009 al revivir que en 1965 un tal Pérez Francés había llegado triunfador a Cataluña tras una etapa plomiza de calor iniciada en Ax les Thermes y después de ¡223 kilómetros de escapada en solitario! Y su bici pesa 14 kilos y pierde 7,5. Único, insólito. Pero seguía faltando una Vuelta. La que también ansiaban entonces los que vivían en Renedo de Piélagos al calor de una familia que tenía hijos ciclistas adoptados. Balconadas de arcociris. Tendales llenos de culotes y maillots, lavados y mimados por Laura, la madre de todos. Esposa de Fernando, el niño de la cuneta de Cartes.
Otra música
Nuevos tiempos. Dos décadas. En 1983 suena otra música. Un ciclista todo pundonor -interior, casero, que huye del bullicio (versus Cobo) y se rescata a sí mismo tocando el acordeón y la armónica- que se entrega en la ruta. Tanto como para ser un número uno, como para ganar pruebas. Pero..., ¿y la Vuelta? Alberto Fernández, de Cuena y de Aguilar de Campoo, tanto monta, logra ser tercero en la ronda española ese año, un puesto que repite en el podio del Giro. Hay madera, pasta de ciclista ('El Galleta' es su apodo) horneada en los mismos fogones de 'Casa Expósito' de Renedo, allí donde tomaban vida el equipo Karpy y el Monteverde. Fernando, niño de la cuneta convertido en padre de generaciones de esforzados de la ruta.
Y un año más tarde, la crueldad pura. Alberto es segundo en la Vuelta a España. Demuestra que es rey del ciclismo pero pierde el maillot amarillo por seis segundos, sólo seis malditos segundos. Gana Caritoux, triunfador efímero, azucarillo. Alberto es 'súper', y lo volverá a intentar, aunque su humildad oculte los éxitos («el día que ganó una etapa en una grande estuve hablando con él diez minutos; no sabía cómo había quedado y sólo al final me dijo... 'por cierto, he ganado'», confesaría Macu, su esposa). Pero la asquerosa, maldita, carretera corta de raíz dos vidas. La del de Cuena y la de Macu. Es un innombrable día 14 de diciembre. Calla la armónica.
Ajeno, en Cabezón de la Sal, un niño ha dado sus primeros pasos. Ya no gatea. Juanjo levanta tres años. Coge su primera 'bici', un triciclo. Ruedas parecidas a aquellas de la 'bici de corredor' (así las llamábamos de jóvenes) que un día compró un niño Fernando, el de la cuneta, en 1938. Pagó 26 pesetas. Quería ser ciclista.
Más futuro. Cerca de dos décadas más tarde (2003), un chaval de Guriezo casi da la campanada. Isidro Nozal es oro inesperado, líder de la Vuelta. Aguanta hasta el final, pero... Es el sino de Cantabria. Heras le arrebata la victoria. Los cántabros otra vez segundos. Nueva caricia, más lamentos. Supercorredores (Alberto Fernández odiaba el término), pero con la Vuelta igual de esquiva. Y no pudo ser antaño y tampoco ahora, y eso que Nozal recordaba y homenajeaba a su forma a aquellos grandes ciclistas, con la visera de su gorra hacia arriba. Una pose para verlo todo, para que no se les escapara nada. Su gesta quedó ahí, por detrás de Heras y por delante de Valverde. Le pudo el oro, un maillot «que exige mucho y que lleva mucho detrás, si lo llego a saber...». El amarillo, ayer rojo, quema, gasta. Y el niño Juanjo, Cobo de apellido, vivió como un aficionado el nuevo intento, el asalto a una Vuelta imposible.
Para cuando aquello era ya todo un amateur del pedal. Militaba en el Saunier Duval, parido por un mecenas llamado Félix Iglesias. Se codeaba con los de su edad. Con un tal Contador que le privó de títulos nacionales contra el crono, contra los mejores sub23 con los que disputó el Circuito Montañés... Se 'pegó' con ellos. Crecía.
Jornalero del ciclismo.
Seis años más tarde, setenta y seis años después. Cobo, fiel a sí mismo (letanía didáctica acuñada por Alberto Fernández y Pérez Francés) se declara jornalero del ciclismo. Le cuesta. A él y a los aficionados bisontes que le acompañan de llegada en llegada para darle aliento, aire nuevo. Corre 2011. Otro siglo. Ha viajado a la Vuelta como gregario de lujo (¡qué sería de los grandes sin ellos!) pero la carretera le ha puesto en su sitio. Se lo cree. Sube, baja, llanea. Siempre ha sido un todo terreno, ahora en estado de gracia. Y conquista el Angliru y resucita en Peña Cabarga... Y Cantabria le acompaña, acaricia la Vuelta a España, aquella nacida (con toque cántabro incluido) en 1935. Y esta vez sí. Y Cobo llega a la cima un domingo 11 de septiembre de 2011, una fecha negra para la historia y dulce para el ciclismo cántabro. Hados y destino. Y Cobo, el de la Pesa, levanta pasiones como antes lo hicieron otros. Pero esta vez la caricia es abrazo, la Vuelta es norteña, cántabra. Y gana por él, por el GEOX y por tantos y tantos. Cobo y Cantabria tocan el cielo, el de los balcones arcoiris y los tendales en hilera de culotes y maillots. El cielo de Laura y Fernando, el niño de la cuneta. Justicia en la carretera y homenaje a cientos que se entregan por un deporte castigado. Cobo, parido en otro 'hogar del ciclista', hizo posible el domingo 11 de septiembre de 2011 un sueño nacido en Cartes en 1935. Historias del ciclismo.
13.09.11 - 00:10 -
El ciclismo cántabro hace suyo el triunfo de Cobo, una meta perseguida desde 1935.
Fermín Trueba, Pérez Francés, Alberto Fernández e Isidro Nozal acariciaron la victoria en la ronda española. Ahora el Bisonte de La Pesa «hace justicia»
Trece años y no muy alto. Más bien bajito. No se mueve de la cuneta. Ve pasar caballos de hierro, bicicletas. Está en Cartes, tierra cántabra, y durante muchos minutos permanece en éxtasis viendo circular a la serpiente multicolor. Corre el año 1935 y se estrena un acontecimiento deportivo único: la Vuelta Ciclista a España, que cumplimenta su segunda etapa con llegada a La Montaña, hoy Cantabria. Y el niño, con sus ojos fijos como platos y sin perder ripio de lo que ve sobre la calzada, no conoce los nombres de esos esforzados. Ignora que por ahí transitan Vicente y Fermín Trueba, paisanos de Sierrapando, dos ilustres del pelotón. Le da igual, la magia del ciclismo le ha cautivado: decide ser ciclista. Por vocación y por subsistencia, como muchos años después reconocerá («me enteré de que algunos ciclistas se ganaban la vida y yo me moría de hambre»). Aquel niño -Fernando de nombre, Expósito de apellido- había nacido para el deporte del pedal, atrapado por una red de olor a linimento que sería su aroma para siempre.
Setenta y seis años más tarde. Una eternidad y cientos de miles de kilómetros. Un vecino del barrio La Pesa, de Cabezón de la Sal, inscribe su nombre en el palmarés de la Vuelta a España. Número uno. Juan José Cobo hace posible que Cantabria gane por primera vez la ronda española. Justicia, dicen los aficionados; felicidad, claman los corredores de siempre hoy más que octogenarios, los eternos como Martín Piñera, que sienten la victoria del corredor del Geox como algo propio, suyo. Lo dice él, otro del barrio de La Pesa (32 años viviendo en él), para quien el domingo se hizo realidad un sueño hasta ahora inalcanzable. «Justicia en Cantabria», grita Martín Piñera. «Juanjo nos ha devuelto la felicidad», remacha. Júbilo de ciclista de antaño, de esos que también convivieron en el 'hogar de los ciclistas', una suerte de restaurante-bar-pensión llamada 'Casa Expósito', levantada altiva en Renedo de Piélagos. Casa de acogida, 'ONG deportiva' fundada por aquel niño Fernando, el que en 1935 veía por primera vez en una cuneta de Cartes la caravana de la Vuelta a España.
Hasta el domingo, a Piñera y a muchos otros románticos («soy un romántico», solía decir el malogrado Alberto Fernández) les faltaba algo. «El ciclismo está en deuda con Cantabria», clamaban. No tenían una grande; ganar una Vuelta a España, esa que en contadas ocasiones han acariciado corredores de la tierra, hechos de una pasta especial. «Fieles a sí mismos», confesión y prédica coincidente de Cobo, Alberto Fernández, Pérez Francés...
De nuevo un viaje en el tiempo (1941). La primera caricia hostil -ser segundo es bello pero muy duro-. Fermín Trueba, 'El Mini' -el sexto de ocho hermanos- se subía al podio de la Vuelta. Solo Berrendero le privó de la victoria final. Con la miel en los labios pese a estar muchos días de líder y ganar dos etapas. Sólo gana uno. Que se lo digan a Nando Expósito, el niño de la cuneta, que pagó un duro peaje por cada triunfo que cosechaba. Éxitos de pundonor de quien tenía a gala no haberse retirado nunca, no apearse en ninguna carrera.
Doblez de página. Otro cántabro vive cerca del éxito. Tantas veces como cuatro. Pérez Francés, nacido en Peñacastillo, suma decenas y decenas de triunfos pero la Vuelta España se le resiste. No puede ser. Y es segundo en la ronda en los años 1962 y 1968; y tercero en 1961 y 1964. La Vuelta no llega, sí las gestas. El 'guapo' del pelotón -Alain Delón le apelaban- quiso pero no pudo. Y eso que él era también de otra pasta: genio y figura, depredador aunque no fuera belga. Para él no hubo Vuelta pero sí hazañas, como esa que recordó el Tour en su regreso a Barcelona en 2009 al revivir que en 1965 un tal Pérez Francés había llegado triunfador a Cataluña tras una etapa plomiza de calor iniciada en Ax les Thermes y después de ¡223 kilómetros de escapada en solitario! Y su bici pesa 14 kilos y pierde 7,5. Único, insólito. Pero seguía faltando una Vuelta. La que también ansiaban entonces los que vivían en Renedo de Piélagos al calor de una familia que tenía hijos ciclistas adoptados. Balconadas de arcociris. Tendales llenos de culotes y maillots, lavados y mimados por Laura, la madre de todos. Esposa de Fernando, el niño de la cuneta de Cartes.
Otra música
Nuevos tiempos. Dos décadas. En 1983 suena otra música. Un ciclista todo pundonor -interior, casero, que huye del bullicio (versus Cobo) y se rescata a sí mismo tocando el acordeón y la armónica- que se entrega en la ruta. Tanto como para ser un número uno, como para ganar pruebas. Pero..., ¿y la Vuelta? Alberto Fernández, de Cuena y de Aguilar de Campoo, tanto monta, logra ser tercero en la ronda española ese año, un puesto que repite en el podio del Giro. Hay madera, pasta de ciclista ('El Galleta' es su apodo) horneada en los mismos fogones de 'Casa Expósito' de Renedo, allí donde tomaban vida el equipo Karpy y el Monteverde. Fernando, niño de la cuneta convertido en padre de generaciones de esforzados de la ruta.
Y un año más tarde, la crueldad pura. Alberto es segundo en la Vuelta a España. Demuestra que es rey del ciclismo pero pierde el maillot amarillo por seis segundos, sólo seis malditos segundos. Gana Caritoux, triunfador efímero, azucarillo. Alberto es 'súper', y lo volverá a intentar, aunque su humildad oculte los éxitos («el día que ganó una etapa en una grande estuve hablando con él diez minutos; no sabía cómo había quedado y sólo al final me dijo... 'por cierto, he ganado'», confesaría Macu, su esposa). Pero la asquerosa, maldita, carretera corta de raíz dos vidas. La del de Cuena y la de Macu. Es un innombrable día 14 de diciembre. Calla la armónica.
Ajeno, en Cabezón de la Sal, un niño ha dado sus primeros pasos. Ya no gatea. Juanjo levanta tres años. Coge su primera 'bici', un triciclo. Ruedas parecidas a aquellas de la 'bici de corredor' (así las llamábamos de jóvenes) que un día compró un niño Fernando, el de la cuneta, en 1938. Pagó 26 pesetas. Quería ser ciclista.
Más futuro. Cerca de dos décadas más tarde (2003), un chaval de Guriezo casi da la campanada. Isidro Nozal es oro inesperado, líder de la Vuelta. Aguanta hasta el final, pero... Es el sino de Cantabria. Heras le arrebata la victoria. Los cántabros otra vez segundos. Nueva caricia, más lamentos. Supercorredores (Alberto Fernández odiaba el término), pero con la Vuelta igual de esquiva. Y no pudo ser antaño y tampoco ahora, y eso que Nozal recordaba y homenajeaba a su forma a aquellos grandes ciclistas, con la visera de su gorra hacia arriba. Una pose para verlo todo, para que no se les escapara nada. Su gesta quedó ahí, por detrás de Heras y por delante de Valverde. Le pudo el oro, un maillot «que exige mucho y que lleva mucho detrás, si lo llego a saber...». El amarillo, ayer rojo, quema, gasta. Y el niño Juanjo, Cobo de apellido, vivió como un aficionado el nuevo intento, el asalto a una Vuelta imposible.
Para cuando aquello era ya todo un amateur del pedal. Militaba en el Saunier Duval, parido por un mecenas llamado Félix Iglesias. Se codeaba con los de su edad. Con un tal Contador que le privó de títulos nacionales contra el crono, contra los mejores sub23 con los que disputó el Circuito Montañés... Se 'pegó' con ellos. Crecía.
Jornalero del ciclismo.
Seis años más tarde, setenta y seis años después. Cobo, fiel a sí mismo (letanía didáctica acuñada por Alberto Fernández y Pérez Francés) se declara jornalero del ciclismo. Le cuesta. A él y a los aficionados bisontes que le acompañan de llegada en llegada para darle aliento, aire nuevo. Corre 2011. Otro siglo. Ha viajado a la Vuelta como gregario de lujo (¡qué sería de los grandes sin ellos!) pero la carretera le ha puesto en su sitio. Se lo cree. Sube, baja, llanea. Siempre ha sido un todo terreno, ahora en estado de gracia. Y conquista el Angliru y resucita en Peña Cabarga... Y Cantabria le acompaña, acaricia la Vuelta a España, aquella nacida (con toque cántabro incluido) en 1935. Y esta vez sí. Y Cobo llega a la cima un domingo 11 de septiembre de 2011, una fecha negra para la historia y dulce para el ciclismo cántabro. Hados y destino. Y Cobo, el de la Pesa, levanta pasiones como antes lo hicieron otros. Pero esta vez la caricia es abrazo, la Vuelta es norteña, cántabra. Y gana por él, por el GEOX y por tantos y tantos. Cobo y Cantabria tocan el cielo, el de los balcones arcoiris y los tendales en hilera de culotes y maillots. El cielo de Laura y Fernando, el niño de la cuneta. Justicia en la carretera y homenaje a cientos que se entregan por un deporte castigado. Cobo, parido en otro 'hogar del ciclista', hizo posible el domingo 11 de septiembre de 2011 un sueño nacido en Cartes en 1935. Historias del ciclismo.