---CUATRO COSAS PARA HACER EN EL NORTE PALENTINO---
Cómo amar el medievo. Paradójicamente, lo del Románico del norte de Palencia sigue siendo un secreto. Sólo en la parte más septentrional de esta provincia castellana se esconden más de cincuenta edificios, entre iglesias, ermitas y monasterios, una concentración absolutamente inusual. Más allá del valor monumental de estas construcciones de la Edad Media, del arrebatador encanto de sus esculturas o los fantásticos parajes en los que se enmarcan, a menudo varados en un mar de soledad, el Románico Palentino tiene un valor añadido: es auténtico, apenas está explotado turísticamente y la infraestructuras para conocerlo son tan humildes como atractivas. En muchas ocasiones son meros vecinos o voluntarios octogenarios los que cuentan con las llaves de los templos y ejercen de eficaces guías artísticos. La puerta de entrada idónea a este fascinante mundo es el monasterio de Santa María La Real, que acoge en sus estancias el Centro de Estudios del Arte Románico, donde se pueden planificar las rutas por tierras palentinas y fichar las iglesias a visitar.
2. El chef recomienda. Dentro de esta marea de joyas, nunca es fácil acertar con la selección. ¿Cuáles son los más recomendables? Dependerá de cada persona, aunque son pocos los que no se sorprenden ante la ermita de Santa Cecilia en Vallespinoso de Aguilar, encaramada en un alto, con torre cilíndrica y un espectacular relieve de un caballero luchando contra un dragón. Lo mismo ocurre con el inquietante templo rupestre de Olleros de Pisuerga, dedicado a los niños mártires San Justo y San Pastor y fue excavado en el siglo X. Quien quiera deleitarse con bellísimas (e, incluso, picantes) esculturas románicas, habrá de acercarse hasta Revilla de Santullán para conocer la iglesia de San Cornelio y San Cipriano, escrutar los canecillos y la puerta sur, firmada por el autor con un críptico: «Michael me hizo», en latín. ¿Más im- prescindibles? San Salvador de Cantamuda, la ermita de Santa Cecilia en Aguilar, el friso de Moarves de Ojeda o Santa Eufemia de Cozuelos.
3. Willy Wonka estuvo aquí. Hubo una época en la que Aguilar de Campoo era el pueblo cuyo aire olía a galleta recién hecha. No importaba cómo soplara el viento o el día de la semana que fuera, la media docena de factorías de dulces que había en la villa se encargaban de perfumarlo todo con fragancias. De esta forma, la principal localidad del norte palentino gozaba de un aura mágica e infantil, como si protagonizara una historia de Roald Dahl en la línea de Charlie y la Fábrica de Chocolate. Años antes de la globalización, el 90% de las galletas que se consumían en España en desayunos o meriendas habían sido fabricadas en esta rincón de Castilla. Esta industria, aunque maltrecha, todavía sobrevive. Quien, además de con galletas, quiera alimentarse con algunas de las señas de identidad gastronómicas de la tierra, puede acercarse al restaurante del Convento de Santa María de Mave (www. elconventodemave. com o 979 123 611) para probar uno de los mejores lechazos asados de la zona. En el mismo Aguilar de Campoo, el clasicote Siglo XX (Plaza España. Tfno: 979 122 900), prepara con gracia y a buen precio especialidades como los cangrejos de río o las jijas.
4. La Naturaleza, esa artista. En la Cueva de los Franceses no intervino ningún arquitecto, ni tan siquiera un maestro cantero del medievo. No. Aquí la única estrella es la Naturaleza que, pacientemente y con la ayuda del agua, fue creando durante siglos una cavidad extraña y singular, plagada de estalactitas y estalagmitas. El curioso nombre le viene por razones siniestras: se cree que las tropas españolas arrojaron por una de las simas, los cadáveres de los soldados franceses que perecieron en estos territorios durante la Guerra de la Independencia, a principios del siglo XIX. El precio es de 3 euros, Para conocer los horarios y días de visita: 979 706 523.
Cómo amar el medievo. Paradójicamente, lo del Románico del norte de Palencia sigue siendo un secreto. Sólo en la parte más septentrional de esta provincia castellana se esconden más de cincuenta edificios, entre iglesias, ermitas y monasterios, una concentración absolutamente inusual. Más allá del valor monumental de estas construcciones de la Edad Media, del arrebatador encanto de sus esculturas o los fantásticos parajes en los que se enmarcan, a menudo varados en un mar de soledad, el Románico Palentino tiene un valor añadido: es auténtico, apenas está explotado turísticamente y la infraestructuras para conocerlo son tan humildes como atractivas. En muchas ocasiones son meros vecinos o voluntarios octogenarios los que cuentan con las llaves de los templos y ejercen de eficaces guías artísticos. La puerta de entrada idónea a este fascinante mundo es el monasterio de Santa María La Real, que acoge en sus estancias el Centro de Estudios del Arte Románico, donde se pueden planificar las rutas por tierras palentinas y fichar las iglesias a visitar.
2. El chef recomienda. Dentro de esta marea de joyas, nunca es fácil acertar con la selección. ¿Cuáles son los más recomendables? Dependerá de cada persona, aunque son pocos los que no se sorprenden ante la ermita de Santa Cecilia en Vallespinoso de Aguilar, encaramada en un alto, con torre cilíndrica y un espectacular relieve de un caballero luchando contra un dragón. Lo mismo ocurre con el inquietante templo rupestre de Olleros de Pisuerga, dedicado a los niños mártires San Justo y San Pastor y fue excavado en el siglo X. Quien quiera deleitarse con bellísimas (e, incluso, picantes) esculturas románicas, habrá de acercarse hasta Revilla de Santullán para conocer la iglesia de San Cornelio y San Cipriano, escrutar los canecillos y la puerta sur, firmada por el autor con un críptico: «Michael me hizo», en latín. ¿Más im- prescindibles? San Salvador de Cantamuda, la ermita de Santa Cecilia en Aguilar, el friso de Moarves de Ojeda o Santa Eufemia de Cozuelos.
3. Willy Wonka estuvo aquí. Hubo una época en la que Aguilar de Campoo era el pueblo cuyo aire olía a galleta recién hecha. No importaba cómo soplara el viento o el día de la semana que fuera, la media docena de factorías de dulces que había en la villa se encargaban de perfumarlo todo con fragancias. De esta forma, la principal localidad del norte palentino gozaba de un aura mágica e infantil, como si protagonizara una historia de Roald Dahl en la línea de Charlie y la Fábrica de Chocolate. Años antes de la globalización, el 90% de las galletas que se consumían en España en desayunos o meriendas habían sido fabricadas en esta rincón de Castilla. Esta industria, aunque maltrecha, todavía sobrevive. Quien, además de con galletas, quiera alimentarse con algunas de las señas de identidad gastronómicas de la tierra, puede acercarse al restaurante del Convento de Santa María de Mave (www. elconventodemave. com o 979 123 611) para probar uno de los mejores lechazos asados de la zona. En el mismo Aguilar de Campoo, el clasicote Siglo XX (Plaza España. Tfno: 979 122 900), prepara con gracia y a buen precio especialidades como los cangrejos de río o las jijas.
4. La Naturaleza, esa artista. En la Cueva de los Franceses no intervino ningún arquitecto, ni tan siquiera un maestro cantero del medievo. No. Aquí la única estrella es la Naturaleza que, pacientemente y con la ayuda del agua, fue creando durante siglos una cavidad extraña y singular, plagada de estalactitas y estalagmitas. El curioso nombre le viene por razones siniestras: se cree que las tropas españolas arrojaron por una de las simas, los cadáveres de los soldados franceses que perecieron en estos territorios durante la Guerra de la Independencia, a principios del siglo XIX. El precio es de 3 euros, Para conocer los horarios y días de visita: 979 706 523.