LOS DOS BUEYES DE ARMENIO (Cuento)
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Desde antes de enseñarles la tarea de tirar del arado, Armenio nombraba a sus bueyes de alguna manera para poder gobernarlos sin confusión pero, dadas las circunstancias, a dos de ellos tuvo que acabar nombrándolos Peligro y Confianza, como medida de precaución.
El problema consistía en que el buey llamado Peligro, a pesar de su eficiencia y del mucho tiempo que llevaba en su tarea, al final del día, cuando Armenio lo desenyugaba, casi siempre saltaba las cercas de potreros colindantes y se iba a pelear con otros bueyes a los que empujaba hacia los precipicios.
Los vecinos decían que el buey Peligro era un mal necesario porque, solo gracias a los fornidos toros que se desnucaban por culpa de sus ataques, podían comer carne algún día, dado que Armenio, como estaba obligado a pagarlos, la vendía a buen precio solo para recuperar su dinero.
Peligro era un buey del que hasta el propio Armenio se cuidaba. No era raro que hombres, mujeres y niños sufrieran pesadillas en las que eran tenazmente perseguidos por Peligro. Nadie daba un paso sin pensar en él, ni osaba pasar por los caminos que este frecuentaba, en previsión de no ser una de sus víctimas el día menos esperado.
En cambio, el buey Confianza, criado entre la gente como cualquiera de sus hijos, era tan manso que su mayor placer consistía en que los niños le acariciaran sus grandes e inofensivos cuernos y se subieran sobre su lomo para hacerlo trotar por la extensa llanura. Todo el mundo quería disfrutar del tranquilo buey Confianza.
Una mañana, los vecinos empezaron a echar de menos el resonar del látigo y gritos de Armenio a sus bueyes. Solo se oían los insistentes ladridos de Canguro, su perro, en una ladera cercana.
Dos de los vecinos, muy pensativos, acudieron al lugar, orientados por los ladridos y, de repente, se toparon con el cadáver de Armenio. Estaba totalmente ensangrentado, tendido boca arriba sobre los arbustos, con los ojos abiertos de forma desmesurada y con una terrible mueca de dolor grabada en el rostro.
El perro había dejado de ladrar y permanecía triste, echado sobre sus patas traseras, pegado a su amo. Los dos hombres decidieron regresar a dar la noticia.
En pocos minutos, consternados, hombres y mujeres de toda la comarca se reunieron y, sin albergar la menor duda, armados de hachas y machetes, salieron a buscar por todas partes al malvado buey Peligro para vengar la muerte de aquel buen hombre.
Horas después, luego de haber rastreado en vano las cercanías, lo encontraron en una lejana sabana. Estaba echado a la sombra de un árbol, rumiando despreocupado y rodeado de garzas. No le dieron opción ni a que se levantara. Lo descuartizaron sin miramientos, como una furiosa y hambrienta manada de tigres, arrancándole la piel y sus mejores carnes antes de que se muriera.
De pronto, de entre el denso pastizal, surgió el manso buey Confianza, bramando y corriendo hacia donde habían sacrificado al buey Peligro, su compañero de tantos años. Al verlo, la gente se compadeció del apacible animal. Decidieron atarlo a una estaca, lejos de allí, para evitarle aquel sufrimiento.
Pero, de repente, reaccionaron con sorpresa, espanto y arrepentimiento cuando descubrieron que el buey Confianza, aparte de la sangre que cubría sus cuernos, tenía, colgando de estos, pedazos de la camisa de Armenio.
Autor: Armando Pérez M. ... (ver texto completo)
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Desde antes de enseñarles la tarea de tirar del arado, Armenio nombraba a sus bueyes de alguna manera para poder gobernarlos sin confusión pero, dadas las circunstancias, a dos de ellos tuvo que acabar nombrándolos Peligro y Confianza, como medida de precaución.
El problema consistía en que el buey llamado Peligro, a pesar de su eficiencia y del mucho tiempo que llevaba en su tarea, al final del día, cuando Armenio lo desenyugaba, casi siempre saltaba las cercas de potreros colindantes y se iba a pelear con otros bueyes a los que empujaba hacia los precipicios.
Los vecinos decían que el buey Peligro era un mal necesario porque, solo gracias a los fornidos toros que se desnucaban por culpa de sus ataques, podían comer carne algún día, dado que Armenio, como estaba obligado a pagarlos, la vendía a buen precio solo para recuperar su dinero.
Peligro era un buey del que hasta el propio Armenio se cuidaba. No era raro que hombres, mujeres y niños sufrieran pesadillas en las que eran tenazmente perseguidos por Peligro. Nadie daba un paso sin pensar en él, ni osaba pasar por los caminos que este frecuentaba, en previsión de no ser una de sus víctimas el día menos esperado.
En cambio, el buey Confianza, criado entre la gente como cualquiera de sus hijos, era tan manso que su mayor placer consistía en que los niños le acariciaran sus grandes e inofensivos cuernos y se subieran sobre su lomo para hacerlo trotar por la extensa llanura. Todo el mundo quería disfrutar del tranquilo buey Confianza.
Una mañana, los vecinos empezaron a echar de menos el resonar del látigo y gritos de Armenio a sus bueyes. Solo se oían los insistentes ladridos de Canguro, su perro, en una ladera cercana.
Dos de los vecinos, muy pensativos, acudieron al lugar, orientados por los ladridos y, de repente, se toparon con el cadáver de Armenio. Estaba totalmente ensangrentado, tendido boca arriba sobre los arbustos, con los ojos abiertos de forma desmesurada y con una terrible mueca de dolor grabada en el rostro.
El perro había dejado de ladrar y permanecía triste, echado sobre sus patas traseras, pegado a su amo. Los dos hombres decidieron regresar a dar la noticia.
En pocos minutos, consternados, hombres y mujeres de toda la comarca se reunieron y, sin albergar la menor duda, armados de hachas y machetes, salieron a buscar por todas partes al malvado buey Peligro para vengar la muerte de aquel buen hombre.
Horas después, luego de haber rastreado en vano las cercanías, lo encontraron en una lejana sabana. Estaba echado a la sombra de un árbol, rumiando despreocupado y rodeado de garzas. No le dieron opción ni a que se levantara. Lo descuartizaron sin miramientos, como una furiosa y hambrienta manada de tigres, arrancándole la piel y sus mejores carnes antes de que se muriera.
De pronto, de entre el denso pastizal, surgió el manso buey Confianza, bramando y corriendo hacia donde habían sacrificado al buey Peligro, su compañero de tantos años. Al verlo, la gente se compadeció del apacible animal. Decidieron atarlo a una estaca, lejos de allí, para evitarle aquel sufrimiento.
Pero, de repente, reaccionaron con sorpresa, espanto y arrepentimiento cuando descubrieron que el buey Confianza, aparte de la sangre que cubría sus cuernos, tenía, colgando de estos, pedazos de la camisa de Armenio.
Autor: Armando Pérez M. ... (ver texto completo)
