Era como un titere desarticulado que
solo quería reposar un par de metros
bajo tierra. No sabiamos quienes éramos
ni por qué nos empecinabamos en
acercarnos a él. A veces se nos quedaba
mirando y sus ojos parecían tan muertos
como los ojos de cristal de un muñeco
de juguete.
MATILDE ASENSI