Estas palabras brotaron de los labios fríos y
mientras se les paraba el corazón siguio a ellas
un silencio de hielo, y durante él la sangre
antes represada ya hora suelta, le encendió la
cara a la hermana, entonces, en el silencio
agorero, podía oírsele el galope trepidante del
corazón.
MIGUEL DE UNAMUNO