El muchacho que le abrió la puerta de la calle,
un hispano de pelo, pegado a las sienes con
brillantina a ambos lados del borde de su gorra
de plato vio que el encargado saludaba al señor
Harkins con una reverencia y le hizo también
una reverencia, al tiempo que se quitaba la gorra.
GERMAN SÁNCHEZ ESPESO