CONGOSTO DE VALDAVIA: Dicen y yo corroboro que: de bien nacidos es ser agradecidos....

Dicen y yo corroboro que: de bien nacidos es ser agradecidos. Así que, en mi empeño de honrar a las buenas gentes de antaño, su generosidad y forma de vida, os dejo nuevas estampas de aquellos años, de las que fui testigo y partícipe. Hoy hablamos de la trilla.

En parte del mes de julio, todo agosto y en las horas de trilla, era labor esta que se iniciaba a media mañana, o cercano el mediodía, y este, conocido porque las sombras que el Sol proyectaba sobre el suelo eran cortas; porque las viviendas estaban vacías y sus moradores ocupados en las eras. El trillar propiamente dicho, estaba encomendado en mayor medida a mujeres, ancianos y niños. En el caso de los niños, lo era a partir de los siete años. Quizá conteste el por qué ayudaban los niños a partir de siete años, y no de otra edad, el hecho también cierto de que, por aquel tiempo, se daba por aceptado que los infantes, una vez alcanzada la citada edad, ya eran responsables en lo de discernir lo bueno de lo malo; si la falta cometida suponía pecado mortal o venial. Se decía:
“Ya tienes uso de razón”. Lo que representaba exigir responsabilidades.
El asunto viene por parte de la iglesia y por aquello de la primera comunión, a partir de la cual, los actos malos se consideraban pecado mortal, y este era pasaporte para el infierno de llegar la muerte en tal estado.
Sigamos: los ancianos, solían trillar medio amodorrados, y sentados en silla baja o taburete que sobre el trillo estaban. Era de ver cómo aquellos ancianos dormitaban a pleno sol, mecidos por la lenta música que producía el suave crujir de la paja al ser tronchada por los cientos de cortantes piedras de pedernal dispuestas en el trillo. Lento era el caminar de la pareja de vacas o bueyes que arrastraba el trillo. Suave y escuchable era el sonido del rozar trillo y paja; cadencioso el movimiento de quien se encargaba bajo aquellos calores de dar la vuelta a la parva. Hasta el gorgoteo del agua del botijo, cayendo sobre algún gaznate, era música de aquel concierto. A veces, las novillas, vacas o bueyes que tiraban del trillo, lo hacían con bozal para evitar comieran el grano; a veces, más si el amo era pudiente, los animales se satisfacían comiendo tanto como quisieran; a veces, cualquiera de aquellos animales pillaba desprevenido al que guiaba el trillo, y, soltaba una cagada que para qué, y, siempre que esto sucedía, el amo rezongaba malhumorado.. Para que esto no sucediera, obligación era de quien estaba sobre el trillo, recoger con lo que fuera, incluso con las manos, los excrementos que del animal cadenciosamente fluían. Y en cierto modo, el enfado del amo se justificaba por el hecho de que el animal vacuno: siempre avisa, y lo hace levantando previamente y durante unos segundos el rabo antes de expulsar las heces.
Desde el lugar más estratégico posible, veíamos aquel espectáculo entre amodorrante y bucólico. Elegíamos a una anciana que estuviera sobre un trillo, y lo más a la vista posible de sus vecinos. Con los mejores modales de que disponíamos, invitábamos a la sufrida anciana a sentarse en la sombra, y nos ofrecíamos para ocupar su lugar en la solanera. El premio más inmediato, era el de merendar con la familia pan con rico queso, chorizo, jamón o cebolla, que esto, ya era cuestión de que nos tocara en suerte familia más o menos pudiente. Venía después lo de tener posada con cena incluida, y a la mañana siguiente, el vecindario, que había sido testigo de nuestra buena acción, también la premiaba con mejores dádivas.

Saludos a todos y feliz año 2009

José Antonio Mulero Cardero