CONGOSTO DE VALDAVIA: Lo vi cientos de veces, y lo viví otras tantas. A buen...

Lo vi cientos de veces, y lo viví otras tantas. A buen seguro que vuestra imaginación sabrá convertrlo en imägen.

Por doquiera que se mirara entonces, de luz a luz, había hombres labrando sus campos al ritmo del lento caminar de sus parejas de vacas o bueyes; en los mediodías, había mujeres caminando por senderos y caminos de carro al encuentro del hombre, con pañuelo sobre su cabeza, y anudado en la garganta; portando cesta de mimbre en su costado, y en la cesta, protegido del desparrame: el puchero de barro envuelto en una rodea *, y en él, el suculento cocido de cada día que en familia comerán en la

tierra, al socallo* del carro ahora en reposo. Un único recipiente, del que tras ser destapado, se extrae y posa sobre su tapadera puesta del revés: el chorizo, tocino, relleno y algo de carne. Pasada esta primera ceremonia, cada comensal, saca del puchero su cucharada de espesa sopa hecha con pan, y siempre de la orilla más cercana, que así se tiene por costumbre porque así lo mandan los buenos modales enseñados, que si rústicas son estas gentes y por bien lo tienen, guardadoras de buenas costumbres también son y aconsejan serlo. Consumida la dicha espesa sopa, aparecen a la vista los garbanzos que aún conservan el debido calor que los hacen más apetitosos. Llegado el momento de cortar el pan, si la hogaza está empezada y el corte está seco, será el perro de la casa y no otro el que, junto a los huesos, si los hay, y las sobras, si tal sucede, se comerá todo ello. Cada quien, casi siempre con navaja propia, partirá su ración de pan a su manera, aunque no desviándose mucho de la costumbre de hacerlo a lo largo, y no muy grueso, para así poder mejor untar el tocino cocido, y encima del unte, poner sin más fraccionar, los centímetros de chorizo que la opulencia de la casa permitan. Rodajita a rodajita, el chorizo se irá mezclando en la boca con un bocado de pan untado, y a la par que se degusten aquellos manjares: la mirada del hombre puesta en la faena hecha, y cuando no, en la tierra que pide ser labrada. No me he olvidado de la carne y el relleno, que, salvo excepciones, se comerá intercalado entre esto y aquello. En el entretanto, la pareja o parejas de bueyes o vacas, que desde mucho antes de la salida del sol han estado tirando lenta pero permanentemente del arado, y que, aún han de seguir volteando la tierra hasta que la tarde se acabe: ahora, descansan liberados de la reja, aunque no del yugo. Ellos, por su parte, plácidamente, y con acompañamiento de algún satisfactorio suspiro, degustan su ración de alimenticia paja negra envuelta con harina de camuña, todo en el interior de un saco de tela fuerte, en el que sus morros hurgan y sus lenguas rebañan.