Estimada señorita: Esta mañana sobre las ocho y después de dormir placidamente y de un tirón un par de horas apareció usted como solo usted sabe hacerlo, sin avisar, arrollandolo todo, desmontando todo lo que se encuentra a su paso.
Con suave voz, como quien no ha roto nunca un plato me susurró: Hola mi niño.
Y como un niño empece a comportarme entre mis sabanas, sonriendo, bostezando y ronroneando como un gato pequeño y claro una cosa lleva a la otra, la carne es debil (excepto la de culturista),
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