La acequia discurría subterranea hasta cruzar lo que hoy es la
plaza. Justo del otro lado aparecía, si no me equivoco, para regar las
huerta de la Rosario La Campa, madre de Matildina. Justo en ese lugar era donde mis
amigas y yo cogíamos renacuajos. Buenísimas tardes de infancia.