Hay una anécdota que siempre se contó en mi casa. Allá por los años 20, mi abuelo, Arsenio Mahamud (el relojero), y un amigo del que siento no recordar el nombre, idearon para el día de los santos inocentes una broma. Mandaron a todos aquellos que sabían que tenían algún familiar fuera, un telegrama anunciando su llegada en un tren que paraba en Herrera de madrugada y que esperaban que les recogiesen en la estación. LLegada la fecha y la hora previstas, una noche con una cellisca importante, fueron llegando al lugar uno tras otro todos los citados, no con cierto asombro de la casualidad de que todos estuviesen allí esperando a algún familiar. Ni que decir tiene la cara que debieron poner cuando llegó el tren y de él no se bajó nadie. Después seguro se oyó aquello de "que los santos inocentes te lo aumenten".