II PARTE
Salí de Herrera en 1967, a los 9 años, demasiado pequeña para alejarme de la vida que era la mía, de mi familia, de mis amigas, de mi pueblo…Todos aquellos años en el colegio Cardenal Spínola de Madrid los viví con la sensación de estar en un mundo al que no pertenecía, con el sentimiento de estar ausente de mi verdadera vida, la que debió sucederme aquí, pisando las calles de Herrera.
En cada viaje de vuelta a casa, en Navidad, Semana Santa o verano, en aquellos trenes de lento recorrido, el tramo más largo comenzaba en Frómista, en Osorno, en el apeadero de San Cristóbal, la ansiedad con la que pegaba mi cara a la ventanilla y la inquietud que se apoderaba de mi al contemplar las huertas, cruzar el puente de los Dolores, la llegada a la estación, descubrir las primeras caras conocidas, el coche de Manolo, la Placilla, por fin estaba en casa, en Herrera.
Pertenezco una generación de inicio de los primeros cambios, donde en nuestra infancia jugábamos en las calles, en el Parque, asomándonos a las veredas del Burejo como si fuera una aventura donde explorar lo prohibido, pero también de la llegada de la televisión al escaparate de Forijuan, a los bares, chiguitos obstaculizando la entrada del bar de Armando, o la de la Trini, arremolinados y a empujones para contemplar desde la puerta aquellas imágenes en blanco y negro que poco a poco se fueron instalando en nuestras vidas para descubrir acontecimientos deslumbrantes…, aquellos festivales de Navidad con Raphael, las corridas de toros con El Viti y el Cordobés,, Bonanza, el Virginiano, los programas del Capitán Tan y Locomotoro, el Festival de Eurovisión, los grandes sucesos del mundo y unos años más tarde la llegada del hombre a la Luna.
En mis recuerdos infantiles, la vida transcurre a la luz húmeda de una mañana de cualquier domingo del otoño en esta Plaza Mayor, con una claridad cálida y muy fría a la vez, jugando entre los soportales y el centro de la plaza, de los bancos al Pilón, del buzón de correos al puesto de la Sra. Sión a gastar la propina… Jugando a los bonis, a los cromos, a la goma, al escondite inglés, vestidos de domingo, niños de pantalón corto. Sin mirar, contemplábamos el ir y venir de los mayores, el entrar, el salir, casi todos conocidos, rumbo a los bares, al salir de misa, donde las niñas ocupábamos las primeras filas o cantábamos en el coro con la Madre Isabel en el armonio…
Largos inviernos en Herrera de juegos en casa, en casa de las amigas, jugando con los cacharritos, recortando Mariquitas, de Juegos Reunidos, de colecciones de cromos… ¡ay!, y de frustraciones, los Reyes Magos nunca me trajeron el Cheminova… ¡con lo que me gustaba y me gusta hacer experimentos!
Mi padre, Emeterio Ortega Suances, conocido por todos como Tello, estuvo como Administrador de Correos en Herrera durante veinte años y a buen seguro fueron los más felices de su vida, con su familia, en su trabajo, con sus compañeros y amigos de partidas de dominó, de cartas. Mi padre, que era muy aficionado a la pesca, llegaba a casa y al sentir su subir por la escalera ya sabíamos si truchas, barbos o bogas habían sido seducidos por las mocas y cucharas procedentes de las tiendas de Quinirio o Angelito Barrio, además de la resistencia y tensión del sedal en la captura.
Los miércoles eran días especiales en mi infancia, días de mercado, de bicis, de gentío, trasiego de tiendas y puestos en el Mercado de Abastos y en la Plaza, de cafés y comidas en el bar La Perla, de gallina viva pululando por la terraza hasta la hora de su degüello. Pero sobre todo de vida y familia, de mis tíos y primos de Ventosa, mi segundo pueblo. En Ventosa, en las casas de mis tíos, descubrí las hazañas de la siega, la trilla, de las ovejas y los chotos, de los corrales con gallinas, del porrón con la pichorra en la mesa, del olor a pan del horno de Talega, de aquellos insuperables chorizos, de queso de oveja, pero sobretodo de requesón, aquellos requesones que nos traían de Ventosa los miércoles de primavera y que guardo en el recuerdo como el más exquisito de los manjares.
Primaveras de huerta, fresas y requesón. De resplandeciente brillo de los cristales que cubrían los charcos en los amaneceres, cristales helados que crujían al fragmentarse con nuestras pisadas infantiles en las soleadas mañanas de abril, camino del colegio. De lluvias que al escampar cubrían las eras de margaritas con las que ensartábamos nuestros primeros collares.
El verano significaba libertad, tiempo libre, de nada que hacer y de aprovechar el tiempo al máximo. Los veranos de mi adolescencia fueron veranos de pandilla, de mañanas en la recién estrenada piscina, de tardes de merienda en el Alto de los Renedos, de chocolatada en la Lera, o a la orilla del Burejo, junto a la Cueva de la Mora y los primeros enamoramientos endulzados con Chocolate MATA, el mejor, el de hacer. Nada mejor que los sabores de la infancia.
Tardes de pipas en el YUDY, de aceitunas gordas con porrón en la cueva del bar la Parcela. Pipas, guitarra y canciones….los primeros acordes de la Canción del Cangrejo en esas tardes de ensueño y de ilusiones que dieron el toque musical al recién nacido Festival.
Herrera, desde siempre, ha tenido y tiene gran capacidad para la fiesta, el ocio y la cultura.
Como escribí en el Foro, Herrera es un pueblo que ha disfrutado de bares. Cada uno con sus horas y su ambiente, con su público. Todos singulares, con diferentes reclamos en las horas del día o de la noche. Bares para la ronda de los chatos, de partidas de cartas, dominó..., de serios vicios donde jugarse los cuartos y más variopintas apuestas. Bares de los domingos, chato y pincho. Bares, chascarrillos, dichos, frases de ingenio, humor y genio. Cuanta filosofía popular derrochada a borbotones delante y detrás de aquellas barras atrayendo la atención de paisanos y forasteros, cuantos momentos gloriosos se habrán perdido en las memorias y cuantos recordados. Momentos únicos que alguna vez escuche y los más que me perdí.
En bar de Mosca, el de Peral o La Parcela…, como modelo de otros muchos, pocos, pero mágicos momentos guarda mi memoria de este lugar antes de que lo perdiéramos. Porrón y aceitunas gordas sobre la mesa y la jerga de su último morador de voz rota y mirada sabia.
Con nostálgica sonrisa y aunque yo no formé parte, recuerdo aquellos años felices de creación de los grupos de minorettes y majorettes, aquellas chicas de mi generación, guapísimas con sombreros de copa, de rojo y blanco pisaban con arte las calles de Herrera a las órdenes de su capitana y creadora, la inolvidable Conchi Sánchez. ¡Cuánto color y alegría! Exaltaron el ánimo de herrerenses y visitantes en aquellos gloriosos primeros años de celebración del Festival del Cangrejo de Río. Hoy, 45 años después, el festival mantiene aquel ímpetu con el que nació, sigue más vivo que nunca.
Son muchas las generaciones y varios los grupos de teatro en diferentes épocas. Mi madre, Raquel Ruiz, fue actriz principal en los años 50. Otras generaciones nos aficionamos al teatro con el Grupo LARA y hoy el teatro sigue vivo, ahí está el grupo A´FICCIÓN, MALABARIA y las canciones del Grupo AÑORANZA entre otros. Nada pintaba con mejor color que aquellos Festivales decorados por ROFER en el Cinema ARROYO. Entrañables artistas de nuestro pueblo que nos han regalado tan buenos momentos musicales y provocado un montón de risas y sonrisas. Admiro la capacidad organizativa en los festejos, la gran participación y la implicación de los herrerenses en los acontecimientos importantes que hace de Herrera un pueblo grande, agradable y lleno de vida.
Las Fiestas de la Piedad eran para mí el encuentro con familiares y amigos a los que esperábamos expectantes en la Placilla del coche, bien el de la estación, bien en el coche de Duque, el de Báscones o el de Burgos. Los jóvenes de la Ojeda y pueblos aledaños, comarcas aun tan llenas de juventud, colmaban calles, bares, cafés, verbenas y discoteca.
En las fiestas, Herrera se transformaba. Despertábamos al escuchar el pasacalles de la Banda, creo que de San Marcial. El estampido de los cohetes anunciaba la presencia en las calles de los temidos Cabezudos. De niña a montar en las cadenas, años más tarde en los coches de choque, atracción novedosa en aquella década del 70, las casetas de tiro, el tiro al plato, el de pichón.
No me atraía el futbol, pero iba a ver el ambiente, disfrutaba sintiendo los colores del Herrera. Bella estampa la del paseo bajo la frondosa bóveda de los plátanos que marcan las lindes entre el Parque y el Campo de Futbol.
El gentío a la salida de los toros, la rueda de churros y lo más inolvidable, la más animada orquesta, la que me conduce como nadie a la nostalgia, la Orquesta Angelillo. ¡Cuánto bailamos los ritmos de Relámpagos y Pequeniques, la eterna Yenka, el Casatchok...! Y ahí, en la verbena, la explosión de los Fuegos Artificiales. Traca final y fin de fiesta. Para mí y para muchos la vuelta al cole, la añoranza de Herrera, de nuestra casa…
Al terminar la Navidad de mis recién estrenados 17 años, mi familia se trasladó a Madrid y ya nada volvió a ser lo mismo, pero conservo como oro en paño las peculiaridades de nuestra forma de hablar, de ser, de vivir, nuestras costumbres, refranes, dichos y chascarrillos y me queda la ilusión de volver a mi pueblo, de vivir en Herrera los veranos y algunas escapadas durante el año y cómo no, de vivir con todos vosotros estas Fiestas de la Virgen de la Piedad.
Así pues, herrerenses, animémonos a salir a la calle a disfrutar, que suenen los cohetes, que comiencen las fiestas por todos los rincones de la ciudad. Os deseo a todos Felices Fiestas
¡QUÉ VIVA HERRERA!
¡VIVA LA VIRGEN DE LA PIEDAD!
Ana Mª Ortega Ruiz
Salí de Herrera en 1967, a los 9 años, demasiado pequeña para alejarme de la vida que era la mía, de mi familia, de mis amigas, de mi pueblo…Todos aquellos años en el colegio Cardenal Spínola de Madrid los viví con la sensación de estar en un mundo al que no pertenecía, con el sentimiento de estar ausente de mi verdadera vida, la que debió sucederme aquí, pisando las calles de Herrera.
En cada viaje de vuelta a casa, en Navidad, Semana Santa o verano, en aquellos trenes de lento recorrido, el tramo más largo comenzaba en Frómista, en Osorno, en el apeadero de San Cristóbal, la ansiedad con la que pegaba mi cara a la ventanilla y la inquietud que se apoderaba de mi al contemplar las huertas, cruzar el puente de los Dolores, la llegada a la estación, descubrir las primeras caras conocidas, el coche de Manolo, la Placilla, por fin estaba en casa, en Herrera.
Pertenezco una generación de inicio de los primeros cambios, donde en nuestra infancia jugábamos en las calles, en el Parque, asomándonos a las veredas del Burejo como si fuera una aventura donde explorar lo prohibido, pero también de la llegada de la televisión al escaparate de Forijuan, a los bares, chiguitos obstaculizando la entrada del bar de Armando, o la de la Trini, arremolinados y a empujones para contemplar desde la puerta aquellas imágenes en blanco y negro que poco a poco se fueron instalando en nuestras vidas para descubrir acontecimientos deslumbrantes…, aquellos festivales de Navidad con Raphael, las corridas de toros con El Viti y el Cordobés,, Bonanza, el Virginiano, los programas del Capitán Tan y Locomotoro, el Festival de Eurovisión, los grandes sucesos del mundo y unos años más tarde la llegada del hombre a la Luna.
En mis recuerdos infantiles, la vida transcurre a la luz húmeda de una mañana de cualquier domingo del otoño en esta Plaza Mayor, con una claridad cálida y muy fría a la vez, jugando entre los soportales y el centro de la plaza, de los bancos al Pilón, del buzón de correos al puesto de la Sra. Sión a gastar la propina… Jugando a los bonis, a los cromos, a la goma, al escondite inglés, vestidos de domingo, niños de pantalón corto. Sin mirar, contemplábamos el ir y venir de los mayores, el entrar, el salir, casi todos conocidos, rumbo a los bares, al salir de misa, donde las niñas ocupábamos las primeras filas o cantábamos en el coro con la Madre Isabel en el armonio…
Largos inviernos en Herrera de juegos en casa, en casa de las amigas, jugando con los cacharritos, recortando Mariquitas, de Juegos Reunidos, de colecciones de cromos… ¡ay!, y de frustraciones, los Reyes Magos nunca me trajeron el Cheminova… ¡con lo que me gustaba y me gusta hacer experimentos!
Mi padre, Emeterio Ortega Suances, conocido por todos como Tello, estuvo como Administrador de Correos en Herrera durante veinte años y a buen seguro fueron los más felices de su vida, con su familia, en su trabajo, con sus compañeros y amigos de partidas de dominó, de cartas. Mi padre, que era muy aficionado a la pesca, llegaba a casa y al sentir su subir por la escalera ya sabíamos si truchas, barbos o bogas habían sido seducidos por las mocas y cucharas procedentes de las tiendas de Quinirio o Angelito Barrio, además de la resistencia y tensión del sedal en la captura.
Los miércoles eran días especiales en mi infancia, días de mercado, de bicis, de gentío, trasiego de tiendas y puestos en el Mercado de Abastos y en la Plaza, de cafés y comidas en el bar La Perla, de gallina viva pululando por la terraza hasta la hora de su degüello. Pero sobre todo de vida y familia, de mis tíos y primos de Ventosa, mi segundo pueblo. En Ventosa, en las casas de mis tíos, descubrí las hazañas de la siega, la trilla, de las ovejas y los chotos, de los corrales con gallinas, del porrón con la pichorra en la mesa, del olor a pan del horno de Talega, de aquellos insuperables chorizos, de queso de oveja, pero sobretodo de requesón, aquellos requesones que nos traían de Ventosa los miércoles de primavera y que guardo en el recuerdo como el más exquisito de los manjares.
Primaveras de huerta, fresas y requesón. De resplandeciente brillo de los cristales que cubrían los charcos en los amaneceres, cristales helados que crujían al fragmentarse con nuestras pisadas infantiles en las soleadas mañanas de abril, camino del colegio. De lluvias que al escampar cubrían las eras de margaritas con las que ensartábamos nuestros primeros collares.
El verano significaba libertad, tiempo libre, de nada que hacer y de aprovechar el tiempo al máximo. Los veranos de mi adolescencia fueron veranos de pandilla, de mañanas en la recién estrenada piscina, de tardes de merienda en el Alto de los Renedos, de chocolatada en la Lera, o a la orilla del Burejo, junto a la Cueva de la Mora y los primeros enamoramientos endulzados con Chocolate MATA, el mejor, el de hacer. Nada mejor que los sabores de la infancia.
Tardes de pipas en el YUDY, de aceitunas gordas con porrón en la cueva del bar la Parcela. Pipas, guitarra y canciones….los primeros acordes de la Canción del Cangrejo en esas tardes de ensueño y de ilusiones que dieron el toque musical al recién nacido Festival.
Herrera, desde siempre, ha tenido y tiene gran capacidad para la fiesta, el ocio y la cultura.
Como escribí en el Foro, Herrera es un pueblo que ha disfrutado de bares. Cada uno con sus horas y su ambiente, con su público. Todos singulares, con diferentes reclamos en las horas del día o de la noche. Bares para la ronda de los chatos, de partidas de cartas, dominó..., de serios vicios donde jugarse los cuartos y más variopintas apuestas. Bares de los domingos, chato y pincho. Bares, chascarrillos, dichos, frases de ingenio, humor y genio. Cuanta filosofía popular derrochada a borbotones delante y detrás de aquellas barras atrayendo la atención de paisanos y forasteros, cuantos momentos gloriosos se habrán perdido en las memorias y cuantos recordados. Momentos únicos que alguna vez escuche y los más que me perdí.
En bar de Mosca, el de Peral o La Parcela…, como modelo de otros muchos, pocos, pero mágicos momentos guarda mi memoria de este lugar antes de que lo perdiéramos. Porrón y aceitunas gordas sobre la mesa y la jerga de su último morador de voz rota y mirada sabia.
Con nostálgica sonrisa y aunque yo no formé parte, recuerdo aquellos años felices de creación de los grupos de minorettes y majorettes, aquellas chicas de mi generación, guapísimas con sombreros de copa, de rojo y blanco pisaban con arte las calles de Herrera a las órdenes de su capitana y creadora, la inolvidable Conchi Sánchez. ¡Cuánto color y alegría! Exaltaron el ánimo de herrerenses y visitantes en aquellos gloriosos primeros años de celebración del Festival del Cangrejo de Río. Hoy, 45 años después, el festival mantiene aquel ímpetu con el que nació, sigue más vivo que nunca.
Son muchas las generaciones y varios los grupos de teatro en diferentes épocas. Mi madre, Raquel Ruiz, fue actriz principal en los años 50. Otras generaciones nos aficionamos al teatro con el Grupo LARA y hoy el teatro sigue vivo, ahí está el grupo A´FICCIÓN, MALABARIA y las canciones del Grupo AÑORANZA entre otros. Nada pintaba con mejor color que aquellos Festivales decorados por ROFER en el Cinema ARROYO. Entrañables artistas de nuestro pueblo que nos han regalado tan buenos momentos musicales y provocado un montón de risas y sonrisas. Admiro la capacidad organizativa en los festejos, la gran participación y la implicación de los herrerenses en los acontecimientos importantes que hace de Herrera un pueblo grande, agradable y lleno de vida.
Las Fiestas de la Piedad eran para mí el encuentro con familiares y amigos a los que esperábamos expectantes en la Placilla del coche, bien el de la estación, bien en el coche de Duque, el de Báscones o el de Burgos. Los jóvenes de la Ojeda y pueblos aledaños, comarcas aun tan llenas de juventud, colmaban calles, bares, cafés, verbenas y discoteca.
En las fiestas, Herrera se transformaba. Despertábamos al escuchar el pasacalles de la Banda, creo que de San Marcial. El estampido de los cohetes anunciaba la presencia en las calles de los temidos Cabezudos. De niña a montar en las cadenas, años más tarde en los coches de choque, atracción novedosa en aquella década del 70, las casetas de tiro, el tiro al plato, el de pichón.
No me atraía el futbol, pero iba a ver el ambiente, disfrutaba sintiendo los colores del Herrera. Bella estampa la del paseo bajo la frondosa bóveda de los plátanos que marcan las lindes entre el Parque y el Campo de Futbol.
El gentío a la salida de los toros, la rueda de churros y lo más inolvidable, la más animada orquesta, la que me conduce como nadie a la nostalgia, la Orquesta Angelillo. ¡Cuánto bailamos los ritmos de Relámpagos y Pequeniques, la eterna Yenka, el Casatchok...! Y ahí, en la verbena, la explosión de los Fuegos Artificiales. Traca final y fin de fiesta. Para mí y para muchos la vuelta al cole, la añoranza de Herrera, de nuestra casa…
Al terminar la Navidad de mis recién estrenados 17 años, mi familia se trasladó a Madrid y ya nada volvió a ser lo mismo, pero conservo como oro en paño las peculiaridades de nuestra forma de hablar, de ser, de vivir, nuestras costumbres, refranes, dichos y chascarrillos y me queda la ilusión de volver a mi pueblo, de vivir en Herrera los veranos y algunas escapadas durante el año y cómo no, de vivir con todos vosotros estas Fiestas de la Virgen de la Piedad.
Así pues, herrerenses, animémonos a salir a la calle a disfrutar, que suenen los cohetes, que comiencen las fiestas por todos los rincones de la ciudad. Os deseo a todos Felices Fiestas
¡QUÉ VIVA HERRERA!
¡VIVA LA VIRGEN DE LA PIEDAD!
Ana Mª Ortega Ruiz