Hablando de los carnavales, lo que le contaba la abuela siempre se lo oí contar a mis padre, mis vivencias en la década de los 50, bien recuerdo que Franco prohibió la celebración a todos los mayores, pero a los niños que hasta los 14 años permanecíamos en la escuela lo celebrábamos a nuestra manera hablo de Zorita del Páramo, nos disfrazábamos de chivorros que así se nos denominaban e íbamos de casa en casa, normalmente donde teníamos confianza, familiares y alguna muy buena amistad, lo que conseguido que normalmente eran huevos, alguna patata que la madre de alguno de nosotros transformaba más tarde en tortilla que merendábamos juntos en esa casa y así finalizaba el día martes de carnaval, también nos hacíamos con algo de calderilla conjunto de monedas de un céntimo, 5 céntimos hasta alguna rubia de las de Franco que gastábamos en golosinas en la cantina de el tío Uspicio Ortega y la tía Agustina Ruesga abuelos de mi cuñado Paco Ortega, ahora habilitada temporalmente por Ciselín Zurita Rosales, como os podéis daros cuenta siempre uso la palabra tío y tía antes de los nombre, era tradición, expresión muy familiar, terminada la tortilla cada uno a su casa sobre las 22 horas, al día siguiente Miércoles de ceniza a la escuela y como era día de misa todos a misa a recibir la ceniza, la ceremonia consistía, el cura cogía un poco de ceniza entre los dos dedos índice y pulgar lo suficiente para hacerte una cruz con ella en la frente, razón por la cual se dio a este miércoles el apellido ceniza, también se pagaba la bula que consistía en dar una peseta a la iglesia y como recibo un certificado por el cual podía la familia comer carne durante la cuaresma, existía una tradición la de guardar vigilia es decir no comer carne los siete viernes de la cuaresma, que corresponden a las siete semanas, hay un acertijo sobre esto que dice: somos siete hermanas yo la primera que nací, soy la más joven cómo puede ser así.