El interior de la iglesia, envuelta en su propia penumbra, no dejar de ser un lugar con encanto que invita a la reflexión y al encuentro consigo mismo. No hace mucho, las iglesias siempre estaban abiertas, para todos, creyentes y no creyentes. Incluso en verano servían para descansar en su silencio y protegerse de los rigores del veranos.