hola buenos dias MANTINENSES, hace tiempo que no paso por aqui, me han gustado las recetas, he copiado unas cuantas, gracias por ponerlas (yo hos pedi unas cuantas y habeis hecho un libro, QUE PASADA, sois geniales) bueno pues aqui os dejo un cuento que seguro que mas de uno lo conoce:
LA TIA GALGA ¿Cuántas veces se ha dicho que las brujas no existen? Mucho esfuerzo hay que hacer para pensar en esto. Lo que se dice brujas, brujas de verdad... no sé. Se puede probar que ha habido personas diabólicas, endemoniadas o capaces de dejar en feo al propio Satanás. Brujas o personas-diablo dan lo mismo.
Historias de brujas se oyen por muchos de nuestros pueblos. La tradición no es manca en sucesos de este tipo. Contaré lo que un viejo de no sé que pueblo me contó en la sala de espera de una estación ferroviaria palentina para aliviar la impaciencia y el fastidio por el retraso del tren:
--A mí, de pequeño, me tuvieron que encerrar mis padres, pues la Tía Galga andaba detrás de mí para echarme el mal de ojo.
--No sería para tanto -dije yo, echando leña al débil fuego de la conversación.
- ¡Ya! Si mi madre se descuida, me endemonia.
-- ¿Cómo era la Tía Galga? -insistí cosquilleado por la curiosidad.
--Pues, como todas las brujas: vieja, seca y negra. No se sabía si tenía ojos o dos brasas centelleantes.
--Yo en brujas no creo -volví a la carga.
--Usted dirá lo que quiera. Recuerdo lo que me contó muchas veces mi abuelo sobre un campo que hay cerca del término municipal de mi pueblo. Decía que allí se reunían ciertas noches todas las brujas de la comarca para hacer conjuros y brujerías. Danzaban y se dejaban jirones de sus vestidos negros y malolientes entre las zarzas.
--Esos son cuentos -terciaba de nuevo incordiante y malhumorado por la tardanza del tren.
--Pues, eso no es nada. ¿Te acuerdas de lo que decían de aquel labrador segoviano? -ahora el viejo se dirigía a su mujer encogida en silencio a su lado, medio adormilada.
-- ¡Ya lo creo! -replicó sin pestañear y saliendo de su mutismo.
--Un poco confuso...
--Yo más creo -aclaró la vieja animándose- que lo soñó. Un poco bragazas si que era.
--No sería difícil. Lo que se dice visiones... no vio nada. A la Tía Galga nunca la vio en aquellos sucesos. Según él sólo la oyó, tuvo sus ropas en la mano y nada más.
-- ¡Te parecerá poco!
--Dicen que la Tía Galga se iba de caza. Esa es la costumbre y la manía de muchas brujas. Se desnudaba y dejaba la ropa entre unas zarzas bien escondida. Y, a continuación, como los galgos, se iba detrás de las liebres...
-- ¡Claro! ¡por eso la llamabais la Tía Galga!
--Y el pobre labrador encontró las filigranas de ropa que usaba la bruja. No sé lo que se imaginaría, peor pienso que se estaba relamiendo. Las guardó y siguió arando a la espera de que la dueña de aquella vestimenta apareciera.
-- ¡Qué infelices los hay! -exclamó entre dientes la vieja.
--... Cuando la Tía Galga volvió, se llevó una gran sorpresa. Comenzó a otear como raposa hambrienta, entre matas y zarzas y sin dejarse ver. Así hasta que dio con el pobre labrador...
-- ¿Y qué le dijo? -intervine olvidándome por unos instantes del tren.
--... Siempre sin dejarse ver, le habló con mucho mando: " ¡Dame la ropa y no te haré mal, ni a tí ni a tu familia!"
-- ¡Menudo susto se llevaría! -exclamé totalmente embebido en el relato.
--Se lo puede imaginar. El labriego, me imagino que temblando, tiró las ropas a las matas de donde salían aquellas palabras y que le habían puesto los pelos de punta.
-- ¿Y no pasó más?
-- ¿Qué quiere que pasara? La bruja se vistió y se largó con viento fresco.
-- ¡Bah! Yo creí que...
--Lo más gordo fue lo de la oveja negra -volvió el viejo a la carga.
--Eso será más interesante, ¿no?
--Yo ya no me recuerdo muy bien... ¿cómo se llamaba aquel pastor? - preguntó a su mujer.
--Joaquín, creo -respondió la vieja sin salir de su ensimismamiento.
--Siempre tuvo fama de "echao pa lante" hasta ese día. Un día en la cantina dejó caer: "Con esos se atreve la Tía Galga, pero conmigo..." Se conoce que la bruja se enteró y no lo echó en saco roto.
-- ¿Y cómo se enteró? -tercié incrédulo.
--Las brujas se enteran de todo.
-- ¿Y le armó una buena? -volví a interrumpir entusiasmado.
-- ¡Y tan buena! Bajaba el tal Joaquín un día a altas horas de la noche por el "Campillo", un camino que llega hasta la trasera de las últimas casas, cuando se encontró con una oveja negra. Intentó cogerla, pero todo inútil. La muy ladina dejaba que se acercara un metro y, cuando Joaquín echaba la zarpa, ¡zas! la oveja daba una carrerilla y...
-- ¡No llegó a cogerla!
--Alguna vez sí la tocó, pero siempre se le iba. Total que lo iba alejando del pueblo. Así, hasta que lo llevó a un pago que llamamos Valrueda. Y, aquí te cojo y aquí no te pillo, la oveja pasó el arroyo que hay allí. Entonces se le plantó en la otra orilla y le habló como una persona: " ¡Si eres hombre pasa y veremos a ver si es verdad lo que andas diciendo en la cantina!"
-- ¿Se daría cuenta que aquello no era una oveja? -corté al viejo olvidados los dos del tren.
-- ¡Claro! Y también se dio cuenta de la lección que le estaba dando la bruja. Con las orejas gachas, lleno de miedo, mirando a todos los lados, viendo sombras y bultos horribles por donde nada había y corriendo como ratón delante del gato, llegó a su casa. Trancó fuertemente la puerta y exclamó aliviado: " ¡Nunca creí en brujas, pero desde hoy...!
-- ¿Nadie se metería con ella a partir de entonces? -interrogué de nuevo dispuesto a que no finalizara aquí el relato.
--No faltó quién se atrevió demasiado.
--Los tres hermanos que la robaron -intervino la vieja que parecía no escuchar.
--Sí. Eran tres buenos mozos. Una noche nublados por el vino le quisieron dar un tiento, pues pensaban que tenía algún dinero escondido. Tenga en cuenta que la bruja hacía medias y escarpines hilando con un huso antiquísimo. Y los vendía bien, pues nadie rechazaba lo que ella vendía. A lo que iba. Una noche entraron en su casa. La cogieron desprevenida y la ataron. Primero la pusieron debajo de un colchón y trataron de ahogarla. Como rebullía demasiado, decidieron colgarla de una viga. La colocaron un cordel al cuello y la ajusticiaron. La creyeron muerta, pero tenían cierta desconfianza. Mientras dos de los hermanos registraban la casa, el tercero se quedó vigilando a la vieja que se balanceaba inerte en la viga en danza macabra.
--Pero... ¿murió de verdad?
-- ¡Qué va a morir! El que se quedó a vigilar a la bruja desconfió de sus hermanos y quiso estar presente en el momento de encontrar algo de valor. Recorriendo toda la casa, revolvieron rincones y techos, y cuando tenían los bolsos llenos, regresaron a la cocina, donde habían colgado a la bruja. ¡Ya no estaba allí! Había volado. Ninguno de los tres sabe cómo se libró del cordel atado a la viga ni por dónde salió. Al poco rato estaba pidiendo socorro y gritando a la puerta de la vecina más próxima, una viuda que vivía con una sobrina de unos siete años. No quisieron abrirla por el miedo que les inspiraba, pero al clarear el día la claridad se iluminó con las primeras luces y dieron cobijo a la Tía Galga en su casa.
-- ¿Y qué hicieron los tres hermanos?
--Fue tanto el miedo que les entró en el cuerpo que nunca más se supo de ellos. O la Tía Galga les borró de la faz de la Tierra o huyeron del pueblo sin dejar rastro y nunca más volvieron.
-- ¿Y la viuda y su sobrina?
LA TIA GALGA ¿Cuántas veces se ha dicho que las brujas no existen? Mucho esfuerzo hay que hacer para pensar en esto. Lo que se dice brujas, brujas de verdad... no sé. Se puede probar que ha habido personas diabólicas, endemoniadas o capaces de dejar en feo al propio Satanás. Brujas o personas-diablo dan lo mismo.
Historias de brujas se oyen por muchos de nuestros pueblos. La tradición no es manca en sucesos de este tipo. Contaré lo que un viejo de no sé que pueblo me contó en la sala de espera de una estación ferroviaria palentina para aliviar la impaciencia y el fastidio por el retraso del tren:
--A mí, de pequeño, me tuvieron que encerrar mis padres, pues la Tía Galga andaba detrás de mí para echarme el mal de ojo.
--No sería para tanto -dije yo, echando leña al débil fuego de la conversación.
- ¡Ya! Si mi madre se descuida, me endemonia.
-- ¿Cómo era la Tía Galga? -insistí cosquilleado por la curiosidad.
--Pues, como todas las brujas: vieja, seca y negra. No se sabía si tenía ojos o dos brasas centelleantes.
--Yo en brujas no creo -volví a la carga.
--Usted dirá lo que quiera. Recuerdo lo que me contó muchas veces mi abuelo sobre un campo que hay cerca del término municipal de mi pueblo. Decía que allí se reunían ciertas noches todas las brujas de la comarca para hacer conjuros y brujerías. Danzaban y se dejaban jirones de sus vestidos negros y malolientes entre las zarzas.
--Esos son cuentos -terciaba de nuevo incordiante y malhumorado por la tardanza del tren.
--Pues, eso no es nada. ¿Te acuerdas de lo que decían de aquel labrador segoviano? -ahora el viejo se dirigía a su mujer encogida en silencio a su lado, medio adormilada.
-- ¡Ya lo creo! -replicó sin pestañear y saliendo de su mutismo.
--Un poco confuso...
--Yo más creo -aclaró la vieja animándose- que lo soñó. Un poco bragazas si que era.
--No sería difícil. Lo que se dice visiones... no vio nada. A la Tía Galga nunca la vio en aquellos sucesos. Según él sólo la oyó, tuvo sus ropas en la mano y nada más.
-- ¡Te parecerá poco!
--Dicen que la Tía Galga se iba de caza. Esa es la costumbre y la manía de muchas brujas. Se desnudaba y dejaba la ropa entre unas zarzas bien escondida. Y, a continuación, como los galgos, se iba detrás de las liebres...
-- ¡Claro! ¡por eso la llamabais la Tía Galga!
--Y el pobre labrador encontró las filigranas de ropa que usaba la bruja. No sé lo que se imaginaría, peor pienso que se estaba relamiendo. Las guardó y siguió arando a la espera de que la dueña de aquella vestimenta apareciera.
-- ¡Qué infelices los hay! -exclamó entre dientes la vieja.
--... Cuando la Tía Galga volvió, se llevó una gran sorpresa. Comenzó a otear como raposa hambrienta, entre matas y zarzas y sin dejarse ver. Así hasta que dio con el pobre labrador...
-- ¿Y qué le dijo? -intervine olvidándome por unos instantes del tren.
--... Siempre sin dejarse ver, le habló con mucho mando: " ¡Dame la ropa y no te haré mal, ni a tí ni a tu familia!"
-- ¡Menudo susto se llevaría! -exclamé totalmente embebido en el relato.
--Se lo puede imaginar. El labriego, me imagino que temblando, tiró las ropas a las matas de donde salían aquellas palabras y que le habían puesto los pelos de punta.
-- ¿Y no pasó más?
-- ¿Qué quiere que pasara? La bruja se vistió y se largó con viento fresco.
-- ¡Bah! Yo creí que...
--Lo más gordo fue lo de la oveja negra -volvió el viejo a la carga.
--Eso será más interesante, ¿no?
--Yo ya no me recuerdo muy bien... ¿cómo se llamaba aquel pastor? - preguntó a su mujer.
--Joaquín, creo -respondió la vieja sin salir de su ensimismamiento.
--Siempre tuvo fama de "echao pa lante" hasta ese día. Un día en la cantina dejó caer: "Con esos se atreve la Tía Galga, pero conmigo..." Se conoce que la bruja se enteró y no lo echó en saco roto.
-- ¿Y cómo se enteró? -tercié incrédulo.
--Las brujas se enteran de todo.
-- ¿Y le armó una buena? -volví a interrumpir entusiasmado.
-- ¡Y tan buena! Bajaba el tal Joaquín un día a altas horas de la noche por el "Campillo", un camino que llega hasta la trasera de las últimas casas, cuando se encontró con una oveja negra. Intentó cogerla, pero todo inútil. La muy ladina dejaba que se acercara un metro y, cuando Joaquín echaba la zarpa, ¡zas! la oveja daba una carrerilla y...
-- ¡No llegó a cogerla!
--Alguna vez sí la tocó, pero siempre se le iba. Total que lo iba alejando del pueblo. Así, hasta que lo llevó a un pago que llamamos Valrueda. Y, aquí te cojo y aquí no te pillo, la oveja pasó el arroyo que hay allí. Entonces se le plantó en la otra orilla y le habló como una persona: " ¡Si eres hombre pasa y veremos a ver si es verdad lo que andas diciendo en la cantina!"
-- ¿Se daría cuenta que aquello no era una oveja? -corté al viejo olvidados los dos del tren.
-- ¡Claro! Y también se dio cuenta de la lección que le estaba dando la bruja. Con las orejas gachas, lleno de miedo, mirando a todos los lados, viendo sombras y bultos horribles por donde nada había y corriendo como ratón delante del gato, llegó a su casa. Trancó fuertemente la puerta y exclamó aliviado: " ¡Nunca creí en brujas, pero desde hoy...!
-- ¿Nadie se metería con ella a partir de entonces? -interrogué de nuevo dispuesto a que no finalizara aquí el relato.
--No faltó quién se atrevió demasiado.
--Los tres hermanos que la robaron -intervino la vieja que parecía no escuchar.
--Sí. Eran tres buenos mozos. Una noche nublados por el vino le quisieron dar un tiento, pues pensaban que tenía algún dinero escondido. Tenga en cuenta que la bruja hacía medias y escarpines hilando con un huso antiquísimo. Y los vendía bien, pues nadie rechazaba lo que ella vendía. A lo que iba. Una noche entraron en su casa. La cogieron desprevenida y la ataron. Primero la pusieron debajo de un colchón y trataron de ahogarla. Como rebullía demasiado, decidieron colgarla de una viga. La colocaron un cordel al cuello y la ajusticiaron. La creyeron muerta, pero tenían cierta desconfianza. Mientras dos de los hermanos registraban la casa, el tercero se quedó vigilando a la vieja que se balanceaba inerte en la viga en danza macabra.
--Pero... ¿murió de verdad?
-- ¡Qué va a morir! El que se quedó a vigilar a la bruja desconfió de sus hermanos y quiso estar presente en el momento de encontrar algo de valor. Recorriendo toda la casa, revolvieron rincones y techos, y cuando tenían los bolsos llenos, regresaron a la cocina, donde habían colgado a la bruja. ¡Ya no estaba allí! Había volado. Ninguno de los tres sabe cómo se libró del cordel atado a la viga ni por dónde salió. Al poco rato estaba pidiendo socorro y gritando a la puerta de la vecina más próxima, una viuda que vivía con una sobrina de unos siete años. No quisieron abrirla por el miedo que les inspiraba, pero al clarear el día la claridad se iluminó con las primeras luces y dieron cobijo a la Tía Galga en su casa.
-- ¿Y qué hicieron los tres hermanos?
--Fue tanto el miedo que les entró en el cuerpo que nunca más se supo de ellos. O la Tía Galga les borró de la faz de la Tierra o huyeron del pueblo sin dejar rastro y nunca más volvieron.
-- ¿Y la viuda y su sobrina?