--No sé cómo fueron engañadas por la Tía Galga o cómo las atemorizó, total que admitieron en su casa a la bruja, que cambió de domicilio. Con la disculpa de un nuevo asalto, se refugió en casa de sus vecinas durante una larga temporada. La pobre viuda y su sobrina metieron el demonio en su casa. Decían ellas que a los pocos días aquello era el terror vivo. Las mulas que tenían en la cuadra aparecían misteriosamente en el corral a media noche sin que nadie las soltase. Y los arados eran atados a los pesebres sin explicación aparente. En otra ocasión los criados de la viuda, que eran tres, vieron una extraña mula suelta en la cuadra entre los tres pares de bestias que allí había. Como las puertas estaban bien cerradas, se preguntaban sin respuesta cómo había entrado aquel animal. Cogieron unas varas para dar una buena paliza a la bestia intrusa, pero ésta a coces supo defenderse e incluso malherir a dos de los criados. La mula en cuestión desapareció misteriosamente, mientras que las puertas seguían intactas.
--Pues las armaba buenas la Tía Galga.
--En otra ocasión la sobrina encontró los polluelos que acababa de incubar su mejor gallina, atravesados con las plumas de la madre. Esta se los llevaba arrastrando.
-- ¿Y de todo esto culparían a la Tía Galga? -insistí ante tanto misterio.
-- ¿Quién podía ser? Por las noches se oían golpes aterradores en las paredes de la habitación donde dormía la bruja y gritos tenebrosos.
--Las dos pobres mujeres estarían totalmente aterrorizadas.
-- ¡Imagínese! Tía y sobrina estaban purgando el no socorrer de inmediato a la Tía Galga, que se vengaba bien, a la vez que no agradecía el cobijo que le brindaron al día siguiente. Pero todo esto acabó el día de San José. Las dos mujeres dueñas de la casa, cansadas de tanto miedo, sacando fuerzas de flaqueza, rogaron a la Tía Galga que volviera a su casa, pues los tres hermanos no habían vuelto a aparecer por el pueblo. Al salir de la casa la bruja, los yesones de las puertas se cayeron sin que nadie diera portazos y más de una grieta surgió en las paredes de la habitación donde estuvo recogida.
--Pues sí que era problema esta bruja -añadí pensativo por decir algo-. Tenían que haberse puesto de acuerdo todos y haber acabado con ella.
--Nadie se atrevió. Todos tenían bien presente el caso de los tres hermanos que la colgaron de la viga de su cocina.
--O sea que ésta era una bruja de verdad.
-- ¡Ya lo creo! y como nadie tenía poder sobre ella...
Un cha-ca-chá creciente y un pitido nos desvió la atención hacia nuestro tren que al fin llegaba por la curva del Molino antes de entrar en agujas. Fue el punto final de este relato de la Tía Galga, una historia de brujas como pocas y que me hizo pensar más de la cuenta, en especial en esas noches sin luna, cuando, por cualquier circunstancia, me he encontrado fuera de casa.
--Pues las armaba buenas la Tía Galga.
--En otra ocasión la sobrina encontró los polluelos que acababa de incubar su mejor gallina, atravesados con las plumas de la madre. Esta se los llevaba arrastrando.
-- ¿Y de todo esto culparían a la Tía Galga? -insistí ante tanto misterio.
-- ¿Quién podía ser? Por las noches se oían golpes aterradores en las paredes de la habitación donde dormía la bruja y gritos tenebrosos.
--Las dos pobres mujeres estarían totalmente aterrorizadas.
-- ¡Imagínese! Tía y sobrina estaban purgando el no socorrer de inmediato a la Tía Galga, que se vengaba bien, a la vez que no agradecía el cobijo que le brindaron al día siguiente. Pero todo esto acabó el día de San José. Las dos mujeres dueñas de la casa, cansadas de tanto miedo, sacando fuerzas de flaqueza, rogaron a la Tía Galga que volviera a su casa, pues los tres hermanos no habían vuelto a aparecer por el pueblo. Al salir de la casa la bruja, los yesones de las puertas se cayeron sin que nadie diera portazos y más de una grieta surgió en las paredes de la habitación donde estuvo recogida.
--Pues sí que era problema esta bruja -añadí pensativo por decir algo-. Tenían que haberse puesto de acuerdo todos y haber acabado con ella.
--Nadie se atrevió. Todos tenían bien presente el caso de los tres hermanos que la colgaron de la viga de su cocina.
--O sea que ésta era una bruja de verdad.
-- ¡Ya lo creo! y como nadie tenía poder sobre ella...
Un cha-ca-chá creciente y un pitido nos desvió la atención hacia nuestro tren que al fin llegaba por la curva del Molino antes de entrar en agujas. Fue el punto final de este relato de la Tía Galga, una historia de brujas como pocas y que me hizo pensar más de la cuenta, en especial en esas noches sin luna, cuando, por cualquier circunstancia, me he encontrado fuera de casa.