Acabo de ser testigo de uno de los hechos más execrables que puedan ustedes imaginarse, una violación de los Derechos Humanos, un pisoteo de nuestras más sagradas costumbres, un sacrilegio que justificaría el retorno de la Inquisición, en definitiva, un crimen por el que deberían rodar cabezas: un vendedor de una multinacional intentaba convencer a Rosa, la señora del bar de la esquina, para que dejase de hacer sus deliciosas tortillas de patatas a cambio de unos engrudos que ellos prefabrican y venden envasados al vacío para recalentar en microondas.
Gracias a la divina intervención de la Virgen de Covadonga, la valiente asturiana se defendió del acoso como antaño lo hiciese su antepasado Don Pelayo frente al moro Munuza, y sino le atizó en plena frente como hiciesen en su día con el general Al Quama, más bien se debió al cambio de costumbres, pero del mismo modo que al canalla obispo Don Oppas, que intentó engañar a los cristianos con sus hábitos y bandera blanca, le dieron para el pelo, a esta aparentemente inofensiva gallinita (Gallina Blanca), habría que desplumarla para ver el interior de macho cabrío que esconde tan infantil disfraz.
Ni que decir tiene, que nada tengo contra un pobre vendedor que se gana la vida como puede, Dios me libre, pero el resultado de este asunto puede ser un verdadero drama.
Vean la noticia que publicó el 28 de enero del 2001 el Diario de Navarra:
• La empresa Uprena de Tudela, dedicada a la fabricación de tortilla de patata, invertirá 240 millones en la ampliación de su fábrica ante el aumento de demanda del producto que elabora.
No he encontrado datos sobre el aumento del consumo de estas bazofias, pero un amigo mío, distribuidor de uno de estos productos (no puedo dar su nombre por razones obvias), me aseguró que las ventas a hostelería se habían quintuplicado en el tiempo que él llevaba en el ajo, apenas un par de años.
El argumento de marketing es muy sencillo:
• Sr. Tabernero ¿cuanto tiempo invierte usted a diario en preparar sus deliciosas tortillas? ¿Dos horas? Nosotros le regalamos dos horas más de sueño cada día, porque con nuestra argamasa no tiene más que abrir el paquete, colocarla sobre un plato y sacarla directamente a la barra, y, encima, con garantía total de asepsia y exención de responsabilidad civil.
En algunos foros, he leído que algunos consumidores defienden este producto porque alegan no tener tiempo para hacerla en sus propias casas (podría decir muchas cosas acerca de este argumento porque los niveles de audiencia de los programas de telebasura y las ventas de Play Station dicen lo contrario, pero bueno, aceptémoslo), pero es que un bar vende servicios, entre ellos el de cocina, y si ahora que la gastronomía española está ganando adeptos en todo el mundo gracias a sus tapas, y entre ellas, la más sublime es la tortilla española, ¿Es aceptable que se conviertan en despachos de productos prefabricados?
Desgraciadamente cada vez son más los negligentes empresarios y profesionales que sucumben a la tentación de la desidia y cada vez menos los bares donde se puede disfrutar de una verdadera tortilla de patatas hecha como Dios manda. Es una vergüenza, pero el otro día, en Gijón, tuve que entrar en siete bares hasta dar con uno que tuviese tortilla de huevo.
Hace un mes, en Valencia, entré en un bar atendido por una simpática y eficiente chinita.
Me chocó, porque los chinos no suelen trabajar por cuenta ajena, así que aceché por una rendija que daba a la cocina, hasta que ví que el cocinero también era chino.
Al poco llegó una jacarandosa señora que conocía a todo el mundo y escuché la explicación: había traspasado a un matrimonio de chinitos el negocio. Les enseñó a hacer las tortillas de patatas, el pamboli y cuatro cosas propias de la tierra, y ella se dedicaba a levantarse a las once, ir a la peluquería y ver las películas del Canal Digital, porque sin dar golpe, estos jóvenes le daban a ganar más que cuando tenía que levantarse a las siete de la mañana para tener listas las tortillas para los desayunos que empezaban a las nueve.
¿Nos invaden los chinos? Bueno, miedo sí que da, pero si a cambio nos garantizan la continuidad de las tortillas de patata caseras (que por cierto estaba excelente), desde luego que yo votaría incluso porque se hiciesen cargo de las cafeterías de los aeropuertos, porque lo que es indigno es que en estos escaparates internacionales, pongan esos engrudos prefabricados.
¡Ay maestro José Luís! Tú que elevaste nuestra humilde tortilla de patata a rango de canapé nacional, tu que enseñaste a comerla sin mancharse la corbata a obispos y reyes, tú que supiste como hacer para cobrar por un pincho de tortilla más que por un filete ¿qué sientes ahora que tendremos que recurrir a los chinos para comer una tortilla como Dios manda?
Hace apenas un lustro lancé una agónica llamada en defensa del huevo frente a ese demonio de la gastronomía llamado “Huevina”. Hoy no solo esta creación del averno ha ganado la partida, sino que están inundando nuestros sagrados bares con tortillas de patata prefabricadas, por eso yo os convoco a la Yihad, a la Guerra Santa, a la defensa de nuestros Santos Lugares, porque España sin bares sería un suburbio de Europa, y nuestros bares sin sus tortillas de patata, serían vulgares dispensarios de pienso.
¡Viva la Tortilla de Patata Libre!
Gracias a la divina intervención de la Virgen de Covadonga, la valiente asturiana se defendió del acoso como antaño lo hiciese su antepasado Don Pelayo frente al moro Munuza, y sino le atizó en plena frente como hiciesen en su día con el general Al Quama, más bien se debió al cambio de costumbres, pero del mismo modo que al canalla obispo Don Oppas, que intentó engañar a los cristianos con sus hábitos y bandera blanca, le dieron para el pelo, a esta aparentemente inofensiva gallinita (Gallina Blanca), habría que desplumarla para ver el interior de macho cabrío que esconde tan infantil disfraz.
Ni que decir tiene, que nada tengo contra un pobre vendedor que se gana la vida como puede, Dios me libre, pero el resultado de este asunto puede ser un verdadero drama.
Vean la noticia que publicó el 28 de enero del 2001 el Diario de Navarra:
• La empresa Uprena de Tudela, dedicada a la fabricación de tortilla de patata, invertirá 240 millones en la ampliación de su fábrica ante el aumento de demanda del producto que elabora.
No he encontrado datos sobre el aumento del consumo de estas bazofias, pero un amigo mío, distribuidor de uno de estos productos (no puedo dar su nombre por razones obvias), me aseguró que las ventas a hostelería se habían quintuplicado en el tiempo que él llevaba en el ajo, apenas un par de años.
El argumento de marketing es muy sencillo:
• Sr. Tabernero ¿cuanto tiempo invierte usted a diario en preparar sus deliciosas tortillas? ¿Dos horas? Nosotros le regalamos dos horas más de sueño cada día, porque con nuestra argamasa no tiene más que abrir el paquete, colocarla sobre un plato y sacarla directamente a la barra, y, encima, con garantía total de asepsia y exención de responsabilidad civil.
En algunos foros, he leído que algunos consumidores defienden este producto porque alegan no tener tiempo para hacerla en sus propias casas (podría decir muchas cosas acerca de este argumento porque los niveles de audiencia de los programas de telebasura y las ventas de Play Station dicen lo contrario, pero bueno, aceptémoslo), pero es que un bar vende servicios, entre ellos el de cocina, y si ahora que la gastronomía española está ganando adeptos en todo el mundo gracias a sus tapas, y entre ellas, la más sublime es la tortilla española, ¿Es aceptable que se conviertan en despachos de productos prefabricados?
Desgraciadamente cada vez son más los negligentes empresarios y profesionales que sucumben a la tentación de la desidia y cada vez menos los bares donde se puede disfrutar de una verdadera tortilla de patatas hecha como Dios manda. Es una vergüenza, pero el otro día, en Gijón, tuve que entrar en siete bares hasta dar con uno que tuviese tortilla de huevo.
Hace un mes, en Valencia, entré en un bar atendido por una simpática y eficiente chinita.
Me chocó, porque los chinos no suelen trabajar por cuenta ajena, así que aceché por una rendija que daba a la cocina, hasta que ví que el cocinero también era chino.
Al poco llegó una jacarandosa señora que conocía a todo el mundo y escuché la explicación: había traspasado a un matrimonio de chinitos el negocio. Les enseñó a hacer las tortillas de patatas, el pamboli y cuatro cosas propias de la tierra, y ella se dedicaba a levantarse a las once, ir a la peluquería y ver las películas del Canal Digital, porque sin dar golpe, estos jóvenes le daban a ganar más que cuando tenía que levantarse a las siete de la mañana para tener listas las tortillas para los desayunos que empezaban a las nueve.
¿Nos invaden los chinos? Bueno, miedo sí que da, pero si a cambio nos garantizan la continuidad de las tortillas de patata caseras (que por cierto estaba excelente), desde luego que yo votaría incluso porque se hiciesen cargo de las cafeterías de los aeropuertos, porque lo que es indigno es que en estos escaparates internacionales, pongan esos engrudos prefabricados.
¡Ay maestro José Luís! Tú que elevaste nuestra humilde tortilla de patata a rango de canapé nacional, tu que enseñaste a comerla sin mancharse la corbata a obispos y reyes, tú que supiste como hacer para cobrar por un pincho de tortilla más que por un filete ¿qué sientes ahora que tendremos que recurrir a los chinos para comer una tortilla como Dios manda?
Hace apenas un lustro lancé una agónica llamada en defensa del huevo frente a ese demonio de la gastronomía llamado “Huevina”. Hoy no solo esta creación del averno ha ganado la partida, sino que están inundando nuestros sagrados bares con tortillas de patata prefabricadas, por eso yo os convoco a la Yihad, a la Guerra Santa, a la defensa de nuestros Santos Lugares, porque España sin bares sería un suburbio de Europa, y nuestros bares sin sus tortillas de patata, serían vulgares dispensarios de pienso.
¡Viva la Tortilla de Patata Libre!