Soy jovencisima, pues 46 años. Todavía me acuerdo de alguna que otra aventura de aquellos años tan duros para los que tenían que pasar los veranos segando, acarreando, trillando y metiendo paja. Como dice mi hermano, cada vez que huele la paja y el trigo, se pone malo al recordar aquellos veranos tortuosos. Sobre todo a él que le tocaba meter paja en esa máquina de trillar que se compró mi padre.