Una de las cosas que anunciaba que llegaba la Navidad era la matanza del cerdo. Creo que era por ahora si no me equivoco. Que mal llevaba yo el chillido que pegaba el cerdo cuando le clavaban el cuchillo en el cuello; y con que alegría se lo clavaba el que se lo clavaba. Como le cogían entre todos para que no se escapara, y como sangraba el condenado. Era lo peor de la matanza. Bueno no, otra de las cosas que tampoco me gustaban un pelo era encontrarme al cerdo muerto cada vez que mandaban a la bodega a buscar algo, siempre tumbado en aquel banco de madera, mirándote con cara de que tu habías sido la culpable de su muerte. Siempre procurabas coger lo que te habían mandado lo más rápido posible para no pasar ni un minuto más al lado de aquel bicho. Parecía que iba a salir corriendo y te iba a llevar por delante. ¡Qué días!