LA AGRICULTURA A MEDIADOS DEL SIGLO XX
Hasta entonces habían sido las mulas y alguna que otra pareja de bueyes, en tiempos más remotos, los que tenían la exclusiva de arrastrar los arados por los campos de Marcilla. Hasta que un buen día a mediados del siglo pasado (s. XX), un Cormick Famall, rojo, propiedad de Constancio Pérez, marcaba la novedad y demostraba la eficacia. Arado más grande, cultivo más profundo, rapidez, resistencia. Incluso se permitía el lujo Florencio Pelaz Centeno, que era el criado que le conducía, de ir todo el tiempo sentado. ¡Cuántas suelas gastadas o reventadas tras los tabones! Y ¡cuántas se gastaría todavía, hasta que los tractores se impusieron tomando la exclusiva!, primero el Lanz de Esteban Díez Burgos, su “pom, pom, pom” característico que se oía desde cualquier parte y después el Ebro, Barreiros, Saca………. Hasta llegar a los actuales.
Otro buen día en la era de Constancio llegó la novedad de la Trilladora. ¿Cómo no se iban a acercar curiosos, para ver cómo sin necesidad de trillar, ni de beldar se iban llenando sacos y más sacos de trigo y de cebada, de los mismos carros que llegaban cargados de nías. No hacía falta más que irlos descargando, abastecer sin parar la elevadora y aquellas nías recién traídas del campo, eran ya sacos llenos de grano, y paja. ¡Cuánta paja!. Aquellas parvas que en agosto crecían día tras día después de aparbonar hasta hacerse respetables, hubieran parecido más bien pequeñas, ante aquella mole de paja que primero semejaba una pequeña montaña y más tarde una cordillera.
El futuro había comenzado, los curiosos quedaban satisfechos y asombrados. Era el contraste con las demás eras donde todavía seguía lo mismo que antes: esparcir la trilla, volverla, arrastrarla, dar vueltas y más vueltas con el trillo y las mulas, hasta que a la hora de merienda, o mas tarde si el día no acompañaba, se podía coger la aparbadera y con la ayuda de la horcas, la trilla una vez recogida, iba aumentando la parba. Y luego había que beldar y acribar… Sin embargo todos lo veíamos normal. Reconociendo y valorando lo mejor, teníamos que amoldarnos a la realidad socioeconómica. Tardarían todavía unos cuántos años en llegar las cooperativas y las posibilidades económicas de un labrador medio, no permitían el lujo de un tan eficaz, pero sal mismo tiempo prohibitiva trilladora.
Sin embargo, aquella máquina tan capaz como moderna, no era la que marcaba la punta de vanguardia. Muy cerca estaba el caserío del Cantusal, y ya entonces se decía que había tenido una máquina que no sólo trillaba y beldaba a la vez, sino que incluso segaba al mismo tiempo, era una cosechadora, con las imperfecciones de los modelos de aquella época, pero eso sí que marcaba la punta de vanguardia,. Para más información, consultar: “Marcilla huellas del pasado” de D. Fco. Herreros Estébanez.
Hasta entonces habían sido las mulas y alguna que otra pareja de bueyes, en tiempos más remotos, los que tenían la exclusiva de arrastrar los arados por los campos de Marcilla. Hasta que un buen día a mediados del siglo pasado (s. XX), un Cormick Famall, rojo, propiedad de Constancio Pérez, marcaba la novedad y demostraba la eficacia. Arado más grande, cultivo más profundo, rapidez, resistencia. Incluso se permitía el lujo Florencio Pelaz Centeno, que era el criado que le conducía, de ir todo el tiempo sentado. ¡Cuántas suelas gastadas o reventadas tras los tabones! Y ¡cuántas se gastaría todavía, hasta que los tractores se impusieron tomando la exclusiva!, primero el Lanz de Esteban Díez Burgos, su “pom, pom, pom” característico que se oía desde cualquier parte y después el Ebro, Barreiros, Saca………. Hasta llegar a los actuales.
Otro buen día en la era de Constancio llegó la novedad de la Trilladora. ¿Cómo no se iban a acercar curiosos, para ver cómo sin necesidad de trillar, ni de beldar se iban llenando sacos y más sacos de trigo y de cebada, de los mismos carros que llegaban cargados de nías. No hacía falta más que irlos descargando, abastecer sin parar la elevadora y aquellas nías recién traídas del campo, eran ya sacos llenos de grano, y paja. ¡Cuánta paja!. Aquellas parvas que en agosto crecían día tras día después de aparbonar hasta hacerse respetables, hubieran parecido más bien pequeñas, ante aquella mole de paja que primero semejaba una pequeña montaña y más tarde una cordillera.
El futuro había comenzado, los curiosos quedaban satisfechos y asombrados. Era el contraste con las demás eras donde todavía seguía lo mismo que antes: esparcir la trilla, volverla, arrastrarla, dar vueltas y más vueltas con el trillo y las mulas, hasta que a la hora de merienda, o mas tarde si el día no acompañaba, se podía coger la aparbadera y con la ayuda de la horcas, la trilla una vez recogida, iba aumentando la parba. Y luego había que beldar y acribar… Sin embargo todos lo veíamos normal. Reconociendo y valorando lo mejor, teníamos que amoldarnos a la realidad socioeconómica. Tardarían todavía unos cuántos años en llegar las cooperativas y las posibilidades económicas de un labrador medio, no permitían el lujo de un tan eficaz, pero sal mismo tiempo prohibitiva trilladora.
Sin embargo, aquella máquina tan capaz como moderna, no era la que marcaba la punta de vanguardia. Muy cerca estaba el caserío del Cantusal, y ya entonces se decía que había tenido una máquina que no sólo trillaba y beldaba a la vez, sino que incluso segaba al mismo tiempo, era una cosechadora, con las imperfecciones de los modelos de aquella época, pero eso sí que marcaba la punta de vanguardia,. Para más información, consultar: “Marcilla huellas del pasado” de D. Fco. Herreros Estébanez.