Desde el teso de los Cercados y la Horca, aunque uno se ve alto sobre la tierra, se da cuenta que el cielo, unos días, azul, otros, gris o panza burro, está más alto, pero que muy alto. A lo lejos se contemplaba el pueblo con sus casas y tejados, todo de tierra, sus herrenes con las tapias caídas, sus eras, la iglesia de piedra, el zigzaguear del río que abraza el caserío del pueblo, el variado cromatismo de la tierra, el pardo de la alzada, los pajizos pastizales, el verde del alfalfar, y las viñas, diseminadas por el campo, que ya han desaparecido aunque queda el nombre para designar a la tierra. Y a lo lejos la línea de los Torozos que se presiente como una tierra que, aunque vecina, es distinta, que no distante, de la nuestra.