La fotografía nos muestra un paisaje poco habitual en Meneses, una laguna, concretamente la laguna de Fuenteungrillo, en los Mudos, pago del Término de Villalba de los Alcores, donde nace el río Aguijón. Fuenteungrillo es una antigua aldea medieval del siglo XIII, despoblada en los últimos tiempos medievales.
El río Aguijón, que nace en Plenos Torozos, donde la paramera cede paso a la ladera que baja hacia Tierra de Campos, es de los típicos ríos de Tierra de Campos, de poco agua, aparentemente seco, pero que drena las aguas de una amplia zona de Torozos y de Tierra de Campos, sin el río y sus arroyos afluentes.
A decir verdad, nuestro río, como todos los ríos terracampinos, llegando el verano cuando, la atmósfera se ve privada de humedad y el cielo de nubes -lo cual trae la ausencia de lluvias, a no ser algún que otro chaparrón de tormenta, nunca previsto-, veía mermado su caudal, por no decir que le contemplaban seco. Otra cosa muy distinta ocurría en invierno. El río con frecuencia se “salía de madre”. Los mayores -esos pocos mudos testigos del ayer que se ha ido- recordarán que las aguas invadían las tierras de cultivo y llegaban a penetrar en el mismo pueblo. Ello es explicable, se debía a intensas precipitaciones atmosféricas (lluvias) de corta duración y que debido a que el terreno es de naturaleza compacta e impermeable apenas absorbía el agua de la lluvia si el temporal se prolongaba algo más de lo debido. La corriente del río, debido a lo estrecho de su cauce, se desparramaba por los campos y a veces llegaba a superar la altura de los numerosos puentes que existían en su recorrido y que, en algunos de los casos, eran bastante elevados: Puente Nuevo, Puentecilla, el puente del Camino de Palacios, el Puente que estaba sobre el actual badén, el puente del Pozo Villa, el puente del Molino abajo y el puente de prado. Puentes todos ellos de sillares de piedra de uno o dos ojos. Riadas que causaban más mal que bien pues se llevaban el légamo arcilloso de la tierra dejando a ésta desprovista de la sustancia orgánica necesaria para su fertilidad. Ya el Miñano, un Diccionario Geográfico, a comienzos del siglo XIX, definía el Campo de Meneses como pradera llana y pantanosa.
El nombre del río, también conocido como Angrión o Ambijo, es de origen celtíbero.
A lo largo de su cauce y, desde la alta Edad Media, se fue asentando el hombre, levantando sus aldeas y poblados, algunos perduran hasta hoy, otros no sólo han desaparecido, sino que hasta su recuerdo se ha olvidado.
El río nace en el pago de los Mudos en el término de Villalba de los Alcores, cerca donde la carretera que de Villalba va hasta Valdenebro, en donde la los manantiales y arroyos dan lugar a la pequeña laguna o bodón de Fuenteungrillo, y desde allí el río se encajona en la tierra y comienza a labrar el valle por donde discurre. Un valle bonito desde Fuenteungrillo, encajado entre las laderas de los últimos cerros de los Torozos, que por otra parte son una buena balconada para contemplar tierra de Campos. Un valle lleno de pequeños prados, con mucho arbolado y que en tiempos pasados vieron como bajaban por las laderas las vides, hoy desaparecidas. Pasada la carretera de Montealegre a Valdenebro, donde comienza la cuesta que lleva a la ermita de la Virgen de Serosas, se encontraba, hoy ya una ruina, la Huerta del argentino, con casa y huerta de labor, de finales del siglo XIX, desde aquí el paisaje cambia, es campo abierto, estamos ya en la llanura de Tierra de campos, desaparecen los prados y el arbolado.
Aquí en Tierra de Campos, una vez que deja en el cerro a Montealegre, con una antigua presencia vacea. A su vera, o, como mucho, a un tiro de piedra de su cauce, a partir del siglo XI se situaron venidas del Valle de Mena a ocupar las tierras de pan llevar y vino tomar: Puebla de Meneses, Meneses, Arroyo Meneses, San Cebrián de Meneses, o gentes de otras procedencias: Villalla, Villalínverno, Belmonte, y junto al Sequilllo, donde el Aguijón viene a morir, se levantó, también desde época medieval, Villanueva, llamada de San Mancio, por el monasterio que aquí, en la orilla izquierda del río se levantó.
Seguro que todos recordamos el estribillo de una canción tradicional:... Vengo de moler morena de los molinos de abajo... Las aguas del Aguijón sirvieron para mover las piedras de los molinos que a su vera fueron levantados para poder convertir el trigo de la tierra en blanca harina con la que amasar y cocer el pan. Ahí queda los topónimos, nombres de pagos, que hacen referencia a distintos molinos en el cauce del Aguijón: Marujilla, Matallana, Calista, los Clérigos, del Cura, del Val, en el término de Montealegre, y, ya en el Término de Meneses el Molino de Abajo, lo cual quiere decir que hubo uno anterior, que llevaría por nombre Molino de Arriba.
A su vera, tanto en los valles, como en la llanura terracampina, se levantaron los palomares, desde donde los inquilinos de los mismos bajaban a sus aguas a matar su sed. Y en sus aguas, tranquilas, reposadas, encontraban cobijo el barbo, la rana, el cangrejo, la rata de agua, la gallina ciega, la carpa, la trenca..., y los patos. El río era como un remanso de vida, donde, y nunca mejor dicho, la misma vida crecía y se multiplica.
Y a su vera había algún que otro soto de ribera, zona amena de arbolado, refugio en las horas de canícula veraniega, ahora, sobre todo a partir del momento en que drenaron su cauce y, hasta en algunos tramos, cambiaron mi curso, sólo crece algún que otro árbol solitario que encuentra vida en el propio cauce del río.
Y también en el río podía contemplarse en el ayer, ya lejano, aquella hermosa, aunque dura, escena del vivir cotidiano, las mujeres, con sus cestos de ropa y su tabla de lavar, lavando la ropa, a veces acompañado de una amena conversación o alguna que otra tonadilla. Ahora la rivera, orilla, dicen la gente de por aquí, se ha vuelto más solitaria, incluso más aburrida y ya sólo descargan en sus aguas todos los deshechos, de lo cual el río, como personaje mudo, por el que el tiempo no pasa, no se quejo, sino que lo soporto estoicamente.
El río Aguijón, que nace en Plenos Torozos, donde la paramera cede paso a la ladera que baja hacia Tierra de Campos, es de los típicos ríos de Tierra de Campos, de poco agua, aparentemente seco, pero que drena las aguas de una amplia zona de Torozos y de Tierra de Campos, sin el río y sus arroyos afluentes.
A decir verdad, nuestro río, como todos los ríos terracampinos, llegando el verano cuando, la atmósfera se ve privada de humedad y el cielo de nubes -lo cual trae la ausencia de lluvias, a no ser algún que otro chaparrón de tormenta, nunca previsto-, veía mermado su caudal, por no decir que le contemplaban seco. Otra cosa muy distinta ocurría en invierno. El río con frecuencia se “salía de madre”. Los mayores -esos pocos mudos testigos del ayer que se ha ido- recordarán que las aguas invadían las tierras de cultivo y llegaban a penetrar en el mismo pueblo. Ello es explicable, se debía a intensas precipitaciones atmosféricas (lluvias) de corta duración y que debido a que el terreno es de naturaleza compacta e impermeable apenas absorbía el agua de la lluvia si el temporal se prolongaba algo más de lo debido. La corriente del río, debido a lo estrecho de su cauce, se desparramaba por los campos y a veces llegaba a superar la altura de los numerosos puentes que existían en su recorrido y que, en algunos de los casos, eran bastante elevados: Puente Nuevo, Puentecilla, el puente del Camino de Palacios, el Puente que estaba sobre el actual badén, el puente del Pozo Villa, el puente del Molino abajo y el puente de prado. Puentes todos ellos de sillares de piedra de uno o dos ojos. Riadas que causaban más mal que bien pues se llevaban el légamo arcilloso de la tierra dejando a ésta desprovista de la sustancia orgánica necesaria para su fertilidad. Ya el Miñano, un Diccionario Geográfico, a comienzos del siglo XIX, definía el Campo de Meneses como pradera llana y pantanosa.
El nombre del río, también conocido como Angrión o Ambijo, es de origen celtíbero.
A lo largo de su cauce y, desde la alta Edad Media, se fue asentando el hombre, levantando sus aldeas y poblados, algunos perduran hasta hoy, otros no sólo han desaparecido, sino que hasta su recuerdo se ha olvidado.
El río nace en el pago de los Mudos en el término de Villalba de los Alcores, cerca donde la carretera que de Villalba va hasta Valdenebro, en donde la los manantiales y arroyos dan lugar a la pequeña laguna o bodón de Fuenteungrillo, y desde allí el río se encajona en la tierra y comienza a labrar el valle por donde discurre. Un valle bonito desde Fuenteungrillo, encajado entre las laderas de los últimos cerros de los Torozos, que por otra parte son una buena balconada para contemplar tierra de Campos. Un valle lleno de pequeños prados, con mucho arbolado y que en tiempos pasados vieron como bajaban por las laderas las vides, hoy desaparecidas. Pasada la carretera de Montealegre a Valdenebro, donde comienza la cuesta que lleva a la ermita de la Virgen de Serosas, se encontraba, hoy ya una ruina, la Huerta del argentino, con casa y huerta de labor, de finales del siglo XIX, desde aquí el paisaje cambia, es campo abierto, estamos ya en la llanura de Tierra de campos, desaparecen los prados y el arbolado.
Aquí en Tierra de Campos, una vez que deja en el cerro a Montealegre, con una antigua presencia vacea. A su vera, o, como mucho, a un tiro de piedra de su cauce, a partir del siglo XI se situaron venidas del Valle de Mena a ocupar las tierras de pan llevar y vino tomar: Puebla de Meneses, Meneses, Arroyo Meneses, San Cebrián de Meneses, o gentes de otras procedencias: Villalla, Villalínverno, Belmonte, y junto al Sequilllo, donde el Aguijón viene a morir, se levantó, también desde época medieval, Villanueva, llamada de San Mancio, por el monasterio que aquí, en la orilla izquierda del río se levantó.
Seguro que todos recordamos el estribillo de una canción tradicional:... Vengo de moler morena de los molinos de abajo... Las aguas del Aguijón sirvieron para mover las piedras de los molinos que a su vera fueron levantados para poder convertir el trigo de la tierra en blanca harina con la que amasar y cocer el pan. Ahí queda los topónimos, nombres de pagos, que hacen referencia a distintos molinos en el cauce del Aguijón: Marujilla, Matallana, Calista, los Clérigos, del Cura, del Val, en el término de Montealegre, y, ya en el Término de Meneses el Molino de Abajo, lo cual quiere decir que hubo uno anterior, que llevaría por nombre Molino de Arriba.
A su vera, tanto en los valles, como en la llanura terracampina, se levantaron los palomares, desde donde los inquilinos de los mismos bajaban a sus aguas a matar su sed. Y en sus aguas, tranquilas, reposadas, encontraban cobijo el barbo, la rana, el cangrejo, la rata de agua, la gallina ciega, la carpa, la trenca..., y los patos. El río era como un remanso de vida, donde, y nunca mejor dicho, la misma vida crecía y se multiplica.
Y a su vera había algún que otro soto de ribera, zona amena de arbolado, refugio en las horas de canícula veraniega, ahora, sobre todo a partir del momento en que drenaron su cauce y, hasta en algunos tramos, cambiaron mi curso, sólo crece algún que otro árbol solitario que encuentra vida en el propio cauce del río.
Y también en el río podía contemplarse en el ayer, ya lejano, aquella hermosa, aunque dura, escena del vivir cotidiano, las mujeres, con sus cestos de ropa y su tabla de lavar, lavando la ropa, a veces acompañado de una amena conversación o alguna que otra tonadilla. Ahora la rivera, orilla, dicen la gente de por aquí, se ha vuelto más solitaria, incluso más aburrida y ya sólo descargan en sus aguas todos los deshechos, de lo cual el río, como personaje mudo, por el que el tiempo no pasa, no se quejo, sino que lo soporto estoicamente.