En esta bella Iglesia de Payo de Ojeda recibí la primera Comunión de manos del cura del pueblo llamado Don Lucinio, del que fui un asiuo monaguillo. Sabía de memoria toda la liturgia de la Misa en latín y apenas era capaz de pasar el enorme misal con su atril de un lado al otro del altar: "Introibo ad altare Dei. Ad Deum qui laetificat juventutem meam". Recuerdo muy bien que el día de mi Primera Comunión, cuando mi hermana María Luisa me había puesto el traje de marinero para tan importante evento, no se me ocurrió otra cosa que ir a jugar un poco (como de costumbre) entre la maquinaria agrícola que había delante de la fragua de Teófilo y lo manché de grasa. Ya no hubo tiempo de limpiar aquél reluciente traje blanco de Primera Comunión y tuve que ir con él a la Iglesia como si fuera un auténtico carbonero. (Soy Manolito, el hijo menor del que fuera el Maestro del pueblo Leoncio Serrano Santos).