PISON DE CASTREJON: Homenaje a mi pueblo Por las calles tranquilas y...

Homenaje a mi pueblo
Por las calles tranquilas y espaciosas, un paseo me doy en mi pueblo, casas amplias y decoradas por su patio o jardín de entrada, recibidor y antesala de visitas y dueños que habitan en sus pertenencias siempre cuidadas con esmero, formando en sí un hogar agradable, acogedor y ameno, donde ir pasando la vida en un cálido ambiente familiar.
Esas casas construidas con paredes de piedra, talladas a golpe de martillo y manos de cantero, bien parecen fortalezas que desafían a las inclemencias del tiempo. Son casas con sus puertas abiertas donde se respira un aire de confianza y bienestar, conservando en su interior ese antiguo calor humano y fraternal que no se ha desvanecido todavía con las prisas y el estrés de los tiempos modernos y las nuevas tecnologías.
Esa fuente y lavadero que mantenía el trabajo y la conversación animada de mujeres que se reunían para compartir sus tareas domésticas.
La escuela envejecida que se llenaba de niños, la ilusión y alegría que inundaba el pueblo renovando la vida.
Esta ermita, hoy restaurada dando una bella imagen a su entorno, un tiempo atrás fue lugar de refugio y pasatiempos en los recreos y salida de la escuela, donde los chavales hacíamos las más diversas travesuras.
Aquella ruina, lo que una vez fue la cantina de Virgilio, allí los hombres después de dejar sus trabajos, descansaban y se divertían, sosteniendo entre ellos una amistad acompañada por el juego de cartas y una jarra de vino, que alegraban la vida.
La plaza, lugar de reuniones, diálogo y diversión con el juego bolos, la trompa, las canicas, la garza y el hoyo, la comba, el pañuelo, el bote, tres navíos en el mar y tantos otros que sin irse de mi mente les recuerdo con verdadera nostalgia.
La Iglesia, joya arquitectónica y emblema de Pisón, donde se comparten todas las emociones más profundas, las tristezas y las penas, las alegrías y las ilusiones, los sentimientos y las oraciones.
Las eras del verano, la trilla bajo el sol, la siega, la paja y el grano, trabajos duros de otros tiempos que también dejaron su huella marcada en el baúl de los recuerdos.
Mi pequeño pueblo, como todos pueblos de la peña y la montaña, va envejeciendo, pero no por ello está en el olvido, o ¿acaso le habéis olvidado?, bien sé que no, porque allí donde estéis, en algún rincón de vuestro corazón, brilla una luz de profundo cariño y recuerdo especial para este vuestro Pisón. A mi solo el saberlo me emociona.
Como añoro aquellos años pasados, estas calles animadas, corredores de niños alegres y juguetones, calles llenas de vida, movimiento, diversiones y esperanzas, también aquellas familias numerosas y decididas que sembraban su ilusión en unos hijos, frutos del amor, trabajo y dedicación, a los que iban viendo crecer a la vez que renovaban sus esperanzas.
Es hoy Pisón un pueblo emigrante, es como un padre con los brazos abiertos, esperando a sus hijos que se acerquen los fines de semana, los puentes, los veranos, las vacaciones, esperando con cariño para darles un abrazo efusivo y llenen sus casas y sus calles de alegre armonía familiar.
Iglesia de mi pueblo, eterno faro y vigía al pie de la carretera, señalando el puerto y dando la bienvenida a sus marineros. Saludo al viajero que por su rotonda se adentra en el pueblo y un adiós de despedida al que se aleja pasando por tu espadaña y llevando tu bella imagen en su mente y el paisaje de esta montaña.
A este pueblo de Pisón que desde pequeño mi padre me enseñó a querer, con cariño yo también le doy un abrazo.

Javier Ibáñez.