Hola Chic@s: Seguro que para estas horas más de un@ habrá sacado bien de brillo a los zapatos para ponérseles a los Magos. Ojala haya suerte. Os envío esta leyenda, que aunque a la mayoría de los foreros os suene desconocida, fue rela como la vida misma.
Un abrazo
Mª José
15.-La Americana
Se ignora el cómo y el porqué llego con su familia a Porquera un buen día que el verano, sino había finalizado, a punto estaba de hacerlo, a ocupar una casa que está frente a la fuente y en cuya ventana de la cocina se puede ver la flor hexpétala que fotografió Pablo y de la que nos explicó Felipe su significado.
Era una Sra. de mediana edad que poseía un pelo negro ondulado hasta los hombros muy brillante, de ojos aterciopelados y mirada muy triste, lucía unos labios con cierta sensualidad y siempre pintados, y al mirarla podías pensar que en su juventud hubiera resultado una muchacha muy hermosa y con una vida interesante; únicamente su aspecto delgado y las arrugas en la cara, hacían pensar que su presente fuera menos alegre que su pasado. Tenía una voz cadenciosa y aterciopelada, que, sobre todo cuando cantaba parecía que estaba susurrándote al oído; Cuando iba a la fuente a llenar los botijos, me pasaba las horas muertas escuchándola, cantaba boleros y coplas y lo bueno que las cantaba enteras, de modo que en más de una ocasión, vaciaba el botijo si la pieza no estaba acabada para volver a llenarlo mientras. Una de las que cantaba con más frecuencia empezaba por “ella se llamaba Eva, Adán su Galán, una historia muy bella…” No recuerdo el resto de la letra, si, la melodía que resultaba por melancólica, atrayente y pegadiza.
No quiere, la memoria darme su nombre, y si en cambio el de todos los que componían su familia: Así el marido se llamaba Abundio; un hombre aproximadamente de su edad, pero con menos planta y más descuidado en su porte; de aspecto enfermizo y con la mirada también triste, daba la imagen de un perdedor en el amplio sentido de la palabra.
En cuanto a sus siete hijos, eran como un anacronismo: como si les hubieran engendrados en dos siglos distintos y, por ende, con clases sociales muy distantes; Los tres mayores eran Felix, poseedor de una gran moto con la que llevaba a sus dos hermanas Mª Feli (o Mª Fe) y Celia por las mañanas a la fábrica de galletas. Ataviadas con sus pantalones de espuma estampados en pata de gallo (los primeros femeninos que arribaron al pueblo), unas gasas de color que cruzaban por la barbilla y se anudaban en la nuca, para proteger el peinado, unas gafas de sol modelo twist y chaquetones con grandes solapas; el con una cazadora de de cuero, modelo aviación, componían un cuadro suficientemente atractivo y enigmático para los observadores de nuestro pueblo. Resultaba un trío moderno y puntero, que pareciera se hubieran descolgado de las películas americanas del momento. (Quizás de ahí el nombre al que se refiere el título de esta historia).
A estos tres chicos, y con al menos diez años de diferencia en edad les seguían los cuatro restantes a saber: Mª Luz, que tenía 12 años y aparecía por la escuela como los ojos del Guadiana, hasta que Dña. Danielita tomara cartas en el asunto, fuera a hablar con los padres, y desde entonces, la chica todos los días acudía puntual a clase, con su vestido y chaqueta de color claro y su media melena adornada con un lacito; había estado antes escolarizada, porque sabía leer y escribir, y como fuera niña tan vivad enseguida la señorita la puso al nivel. La mayor parte del día, sino estaba en la escuela lo pasaba en el lavadero haciendo colada tras colada.
A Mª Luz le seguía Constancio, este era de nuestra edad y por aquello de que no hay quinto malo, éste con su tez morena y los ojos con largas pestañas como los de su madre, siempre estaba sonriente y feliz: cantaba con mucho salero “la piccólisima serenata” muy de moda por aquél entonces y pasaba muchos ratos con Luiski, y por ende tuve yo tambien acceso a su amistad. También estaba escolarizado y hacía mas vida social en el pueblo que el resto de los hermanos, tenía mucha destreza para hacer juguetes de barro y arcilla que alguna vez intercambiaba por una merienda. Fabricaba entre otras cosas unas jaulas para grillos muy bonitas, con su puertita y todo; un carro de tiro para caballo; andaba buscando unas ruedas para el mismo, ya que las de barro no resultaban porque se desmoronaban en seguida; trillas…; luego los pinaba con las brochitas de los pintauñas que dejaban obsoletas sus hermanas…
Detrás de Constancio iba Pepe, que pocas veces se le veía el pelo, dado que era un niño huidizo y muy tímido; en cuanto se aproximaba alguna persona por la majada, ya estaba el, pies pa que os quiero metiéndose en casa.
Y por último Tibín: el benjamín que al contrario del resto de sus hermanos era rubio, casi albino y con unos ojos azules tan grandes como relojes, tan distinto de Pepe, que aquél solo deseaba estar con alguien; En cuanto le llamabas se te acercaba corriendo a darte un beso y con su lengua de trapo (contaba apenas 3 años), te relataba todo cuanto le llamara la atención y con sus reflexiones al respecto. Le gustaba que jugaras con él, pero si el juego le aburría tenía por costumbre darte otro beso de despedida y te decía adiós con su manita sonrosada, mientras que con la otra se aplicaba el chupete a la boca con mucha gracia.
En cierta ocasión D. Luis el médico de Pomar, le mando a mi madre que le administrara al Sr. Abundio un serial de inyecciones, una por día y a poder ser después de cenar. A decir verdad en el pueblo de estas funciones se ocupaba la Sra. Amalia, la Sra Angeles o la Sra Benedicta, que lo hacían con mucha diligencia y solicitud; ignoro el porqué, esta vez, le encomendó a mi madre. La primera noche, me emperré tanto que me permitió ir con ella, por lo mucho que deseaba jugar un poco con Mª Luz y Constancio.
Mi gozo en un pozo; la cocina estaba alumbrada por un candil de carburo y en ella mi pobre madre se las vio y deseó para colocar el estuche de las inyecciones y la cazuelita con las jeringuillas recién hervidas; no había ni una superficie que no estuviera libre de mugre o de objetos sin lavar y en malas condiciones, completaba el cuadro, un camastro en un rincón, sobre el que reinaba el mas absoluto desorden de mantas sin sábanas donde jugaban y saltaban, semidesnudos los dos niños pequeños de la casa. De Mª Luz y Constancio, ni asomo, calculaba que estarían ya aposentados en las habitaciones de arriba; lo cierto que no supe ni preguntar por ellos. Fue la primera vez en mi vida que fui consciente de lo que es la miseria y la pobreza. Cuando regresamos para casa, mi madre debió notar mi gran pesar y bien recuerdo que me dijo, que la pobreza no era ninguna vergüenza, dado que nosotros, pobres, lo éramos: pero si a la misma se juntan las enfermedades, es fácil sucumbir a la desolación que yo había advertido. Si en verdad, aquellas palabras me alentaron un poco, lo que sentía no era vergüenza si no algo mas doloroso, que cuando fui grande pude describirlo con palabras al igual que todos los pobres de la Tierra.
Las noches siguientes ya no quise ir con mi madre, pero en cambio observé que cuando mi madre cogía el instrumental para las inyecciones, mi padre (que no era nada amigo de entrar en casas ajenas, como el decía) se ponía la chaqueta y con una mezcla de paciencia y socarronería, que a veces le caracterizaba mucho, decía: ¡Ala Pepa vamos a ver que nos cuentan los americanos!...
…… ……. …….
Fue durante la sacadera de patatas; una tarde que fui con el botijo a la fuente y encontré la puerta de la Americana cerrada; tampoco vi a Mª Luz en el lavadero… ni a ninguno de la familia; la casa permanecía en silencio…. Se fueron: del mismo modo que habían llegado.
Los días sucesivos he confesar que anduve husmeando por el contorno de la casa, por si Constancio había dejado algunos de sus juguetes…
No se les volvió a ver mas....
Un abrazo
Mª José
15.-La Americana
Se ignora el cómo y el porqué llego con su familia a Porquera un buen día que el verano, sino había finalizado, a punto estaba de hacerlo, a ocupar una casa que está frente a la fuente y en cuya ventana de la cocina se puede ver la flor hexpétala que fotografió Pablo y de la que nos explicó Felipe su significado.
Era una Sra. de mediana edad que poseía un pelo negro ondulado hasta los hombros muy brillante, de ojos aterciopelados y mirada muy triste, lucía unos labios con cierta sensualidad y siempre pintados, y al mirarla podías pensar que en su juventud hubiera resultado una muchacha muy hermosa y con una vida interesante; únicamente su aspecto delgado y las arrugas en la cara, hacían pensar que su presente fuera menos alegre que su pasado. Tenía una voz cadenciosa y aterciopelada, que, sobre todo cuando cantaba parecía que estaba susurrándote al oído; Cuando iba a la fuente a llenar los botijos, me pasaba las horas muertas escuchándola, cantaba boleros y coplas y lo bueno que las cantaba enteras, de modo que en más de una ocasión, vaciaba el botijo si la pieza no estaba acabada para volver a llenarlo mientras. Una de las que cantaba con más frecuencia empezaba por “ella se llamaba Eva, Adán su Galán, una historia muy bella…” No recuerdo el resto de la letra, si, la melodía que resultaba por melancólica, atrayente y pegadiza.
No quiere, la memoria darme su nombre, y si en cambio el de todos los que componían su familia: Así el marido se llamaba Abundio; un hombre aproximadamente de su edad, pero con menos planta y más descuidado en su porte; de aspecto enfermizo y con la mirada también triste, daba la imagen de un perdedor en el amplio sentido de la palabra.
En cuanto a sus siete hijos, eran como un anacronismo: como si les hubieran engendrados en dos siglos distintos y, por ende, con clases sociales muy distantes; Los tres mayores eran Felix, poseedor de una gran moto con la que llevaba a sus dos hermanas Mª Feli (o Mª Fe) y Celia por las mañanas a la fábrica de galletas. Ataviadas con sus pantalones de espuma estampados en pata de gallo (los primeros femeninos que arribaron al pueblo), unas gasas de color que cruzaban por la barbilla y se anudaban en la nuca, para proteger el peinado, unas gafas de sol modelo twist y chaquetones con grandes solapas; el con una cazadora de de cuero, modelo aviación, componían un cuadro suficientemente atractivo y enigmático para los observadores de nuestro pueblo. Resultaba un trío moderno y puntero, que pareciera se hubieran descolgado de las películas americanas del momento. (Quizás de ahí el nombre al que se refiere el título de esta historia).
A estos tres chicos, y con al menos diez años de diferencia en edad les seguían los cuatro restantes a saber: Mª Luz, que tenía 12 años y aparecía por la escuela como los ojos del Guadiana, hasta que Dña. Danielita tomara cartas en el asunto, fuera a hablar con los padres, y desde entonces, la chica todos los días acudía puntual a clase, con su vestido y chaqueta de color claro y su media melena adornada con un lacito; había estado antes escolarizada, porque sabía leer y escribir, y como fuera niña tan vivad enseguida la señorita la puso al nivel. La mayor parte del día, sino estaba en la escuela lo pasaba en el lavadero haciendo colada tras colada.
A Mª Luz le seguía Constancio, este era de nuestra edad y por aquello de que no hay quinto malo, éste con su tez morena y los ojos con largas pestañas como los de su madre, siempre estaba sonriente y feliz: cantaba con mucho salero “la piccólisima serenata” muy de moda por aquél entonces y pasaba muchos ratos con Luiski, y por ende tuve yo tambien acceso a su amistad. También estaba escolarizado y hacía mas vida social en el pueblo que el resto de los hermanos, tenía mucha destreza para hacer juguetes de barro y arcilla que alguna vez intercambiaba por una merienda. Fabricaba entre otras cosas unas jaulas para grillos muy bonitas, con su puertita y todo; un carro de tiro para caballo; andaba buscando unas ruedas para el mismo, ya que las de barro no resultaban porque se desmoronaban en seguida; trillas…; luego los pinaba con las brochitas de los pintauñas que dejaban obsoletas sus hermanas…
Detrás de Constancio iba Pepe, que pocas veces se le veía el pelo, dado que era un niño huidizo y muy tímido; en cuanto se aproximaba alguna persona por la majada, ya estaba el, pies pa que os quiero metiéndose en casa.
Y por último Tibín: el benjamín que al contrario del resto de sus hermanos era rubio, casi albino y con unos ojos azules tan grandes como relojes, tan distinto de Pepe, que aquél solo deseaba estar con alguien; En cuanto le llamabas se te acercaba corriendo a darte un beso y con su lengua de trapo (contaba apenas 3 años), te relataba todo cuanto le llamara la atención y con sus reflexiones al respecto. Le gustaba que jugaras con él, pero si el juego le aburría tenía por costumbre darte otro beso de despedida y te decía adiós con su manita sonrosada, mientras que con la otra se aplicaba el chupete a la boca con mucha gracia.
En cierta ocasión D. Luis el médico de Pomar, le mando a mi madre que le administrara al Sr. Abundio un serial de inyecciones, una por día y a poder ser después de cenar. A decir verdad en el pueblo de estas funciones se ocupaba la Sra. Amalia, la Sra Angeles o la Sra Benedicta, que lo hacían con mucha diligencia y solicitud; ignoro el porqué, esta vez, le encomendó a mi madre. La primera noche, me emperré tanto que me permitió ir con ella, por lo mucho que deseaba jugar un poco con Mª Luz y Constancio.
Mi gozo en un pozo; la cocina estaba alumbrada por un candil de carburo y en ella mi pobre madre se las vio y deseó para colocar el estuche de las inyecciones y la cazuelita con las jeringuillas recién hervidas; no había ni una superficie que no estuviera libre de mugre o de objetos sin lavar y en malas condiciones, completaba el cuadro, un camastro en un rincón, sobre el que reinaba el mas absoluto desorden de mantas sin sábanas donde jugaban y saltaban, semidesnudos los dos niños pequeños de la casa. De Mª Luz y Constancio, ni asomo, calculaba que estarían ya aposentados en las habitaciones de arriba; lo cierto que no supe ni preguntar por ellos. Fue la primera vez en mi vida que fui consciente de lo que es la miseria y la pobreza. Cuando regresamos para casa, mi madre debió notar mi gran pesar y bien recuerdo que me dijo, que la pobreza no era ninguna vergüenza, dado que nosotros, pobres, lo éramos: pero si a la misma se juntan las enfermedades, es fácil sucumbir a la desolación que yo había advertido. Si en verdad, aquellas palabras me alentaron un poco, lo que sentía no era vergüenza si no algo mas doloroso, que cuando fui grande pude describirlo con palabras al igual que todos los pobres de la Tierra.
Las noches siguientes ya no quise ir con mi madre, pero en cambio observé que cuando mi madre cogía el instrumental para las inyecciones, mi padre (que no era nada amigo de entrar en casas ajenas, como el decía) se ponía la chaqueta y con una mezcla de paciencia y socarronería, que a veces le caracterizaba mucho, decía: ¡Ala Pepa vamos a ver que nos cuentan los americanos!...
…… ……. …….
Fue durante la sacadera de patatas; una tarde que fui con el botijo a la fuente y encontré la puerta de la Americana cerrada; tampoco vi a Mª Luz en el lavadero… ni a ninguno de la familia; la casa permanecía en silencio…. Se fueron: del mismo modo que habían llegado.
Los días sucesivos he confesar que anduve husmeando por el contorno de la casa, por si Constancio había dejado algunos de sus juguetes…
No se les volvió a ver mas....
Hola a todos: Es una pena que no recuerde nada de "Los americanos". Es una bonita narración y demuestra lo que era una realidad en muchísimos hogares en aquellos tiempos. A mí, de pequeño, también me pusieron unas cuantas inyecciones y que yo recuerde, siempre me las puso la Sra. Amalia.
¡A ver si alguien del foro se acuerda del nombre de la Sra. "La americana", pues es el único nombre que falta.
Un saludo y feliz día de Reyes. Pablo.
¡A ver si alguien del foro se acuerda del nombre de la Sra. "La americana", pues es el único nombre que falta.
Un saludo y feliz día de Reyes. Pablo.