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REVILLA DE COLLAZOS: Suena una bocina... Revilla alberga la panadería de...

Suena una bocina...
Revilla alberga la panadería de las hermanas Díez Calvo, que venden pan por la comarca
Arriba, Isabel saca los panes del horno de leña.

Se acerca el mediodía y entre el silencio ahora roto en las calles suena una bocina. Por el viejo ventanal humedecido, una mano dibuja un camino entre el vaho y abre un hueco para asomar la cabeza e identificar el sonido percibido: es la panadera de Revilla de Collazos. La imagen puede corresponder perfectamente a cualquiera de los siete pueblos -Collazos, Olea, Sotobañado, San Martín, Báscones, Oteros y Dehesa- que Isabel Díez recorre con su furgoneta para abastecer de pan a los vecinos de la zona del Boedo, a lo que además se une un despacho en Revilla, donde trabaja su hermana Maria Jesús, de ahí su denominación actual: Panadería Hermanas Díez Calvo.

Un negocio familiar que comenzó a funcionar allá por el año 1962 de manos de su padre Fidel y de sus hermanos, aunque con el paso de los años su estructura cambió por completo. «No hubo acuerdo entre todos, unos se inclinaron por otros empleos y trabajos, y al final me quedé yo solo en la panadería», señala Fidel Díez, mientras explica que no es un mero jubilado con tiempo libre de sobra, y aprovecha la ausencia de una de sus hijas para adquirir el protagonismo de nuevo, como antaño, para dirigir un recorrido por las instalaciones y explicar el proceso y funcionamiento de la panificadora.

Un proceso que comienza de madrugada, cuando hay que calentar el horno de leña. «Antes, al principio, íbamos al monte a por leña, e incluso algunos clientes nos traían maderos, pero era muy lioso y costoso», manifiesta Fidel, que apunta que ahora las cosas son más fáciles. La madera viene de Cervera y ellos tan solo tienen que preparar los manojos finos para hacer el fuego. Una tarea que en este tiempo comienza a las 6 horas, pero que en verano se adelanta dos horas. «El horno se calienta una hora antes de elaborar el pan. Ahora, como apenas hay gente, comenzamos más tarde, pero en verano, especialmente en agosto, se vende más producto y tenemos que madrugar más», dice Isabel, que destaca en el sacrificio de esta profesión. «No es que sea mucho trabajo, lo más duro son las ataduras, pues no puedes salir varios días de vacaciones, no puedes dejar a la gente sin pan», agrega.

Su padre discrepa de estos inconvenientes e insiste en la necesidad de que las nuevas generaciones sigan adelante con el negocio familiar, del entusiasmo que guarda por que sus nietos sigan en Revilla al frente de la panadería, repartiendo ese pan bregado o candeal. «Creo que hay que hacer todo lo posible para que esto continúe», matiza Fidel. «Antes quizás si podía ser un negocio rentable, pero ahora ya no merece la pena quedarse aquí estancado», reprochan sus hijas.

Mientras, su nieto Eduardo, ajeno a la discusión, juega con otras niñas en el nuevo parque que se ha construido junto a la carretera, pensando quizás que los ruidos que quiere oír en un futuro están muy alejados del medio rural, de esa mano que dibuja un camino en el vaho de los cristales, que abre un hueco y asoma la cabeza para saber de quién es la bocina que suena.