Nací en el año 1961 y me llamo Javier Arto. Digo mi nombre porque no quiero esconderme en el anonimato para relatar lo sucedido, en los años 1971-1973, en el Cuartel de la Guardia Civil de Saldaña donde yo vivía por pertenecer mi padre a la "Benemérita". Se trata de hechos muy graves que muy pocas personas saben.
Entonces estaba de Sargento una persona, por llamarla de alguna manera, que se apellidaba "Borrego". Sus hijos, con los que jugaba muchas veces, eran unas bellísimas personas, al menos conmigo, pero él era una mala bestia.
Lo primero que hizo cuando llegó al pueblo fue llamar al padre de la única familia gitana que había en Saldaña, la cual vivía en las afueras de la localidad sin molestar a nadie. Le amenazó de malas maneras diciéndole que aprovecharía la más mínima excusa para echar del pueblo a toda la familia.
El pobre señor lloraba desconsoladamente diciéndole que no lo hiciera por favor, que ello les dejaría tirados en la calle privándoles de vivienda y sustento. Con enorme tristeza yo contemplaba la escena, escondido en el pasillo que daba entrada a su despacho. Sin embargo, el sargento Borrego se excitaba con la típica expresión de los torturadores que sienten placer al maltratar a sus víctimas.
Digo torturador con todas las letras porque él lo era, siendo el responsable máximo de la tortura cometida en el Cuartel contra un muchacho del pueblo que demostró, en tales circunstancias, un coraje y una dignidad insuperables.
Los hechos se iniciaron porque, al producirse un robo en el Instituto del pueblo, al sargento se le metió en la cabeza que había sido un chico del pueblo. Una vez conducido al Cuartel le dijo: "o sea, que tú has sido el que ha robado en el Instituto".
Como él no había cometido el robo, dijo que no lo había hecho. Entonces el sargento Borrego le contestó: "no quieres confesar, pero verás qué pronto lo haces". Mandó a los demás Guardias que allí estaban presentes que le sujetaran, tras lo cual era golpeado dándole martillazos en una mano.
En esas circunstancias es entendible, humanamente, que el muchacho se hubiera derrumbado, pero a cada golpe con el martillo él respondía: "Yo no he sido, yo no he sido". Menos mal que, entonces, tuvo lugar una disputa interna en una familia local marcada por el drama del alcoholismo.
El enfrentamiento trajo consigo que se descubriera quién había sido el autor del robo porque uno de los miembros de esta familia, movido posiblemente por el deseo de venganza, acudió al Cuartel a contárselo a los Guardias.
Si no hubiera dado ese paso qué se yo cuánto se hubiera prolongado la tortura a tan ejemplar muchacho, al que no le quedó más opción que volverse a casa sin poder reclamar nada.! Para que digan que, en los años finales del franquismo, la Dictadura era una Dictablanda!
A los pocos meses de ocurrir este hecho tan deplorable, mi familia se trasladó a vivir a otro Cuartel, el de Guardo. No regresé a Saldaña hasta que tuve 19 años, cuando volví a revivir aquella tortura porque un Guardia civil, tras enterarse de quién era yo, mostró mucho interés en hablar conmigo.
Como estábamos en la calle, me invitó a entrar en el Cuartel diciéndome que así podríamos hablar más cómodamente y volvería a ver el lugar en el que había vivido durante más de siete años. Por una parte, yo no quería entrar en el Cuartel debido a algunas de las vivencias que allí tuve a tan tierna edad.
Por otra parte, sí quería ver de nuevo el interior del Cuartel porque era muy bonito por dentro, con sus jardines y sus árboles, y porque allí había pasado gran parte de mis mejores momentos en la infancia, los cuales no se olvidan.
Tras pasear un rato por el patio y las dependencias del Cuartel, no tardamos mucho en entrar en el interior de la vivienda que ocupaba el Guardia civil que me acompañaba. Una vez dentro me dijo lo siguiente: "Javier, no te metas militar. Yo porque soy medio analfabeto y dónde voy, pero tú no te metas militar. Estudia y búscate otra profesión".
Yo le contesté: "ya sé que muchos Guardias civiles lo sois porque no habéis tenido otra oportunidad en la vida, pero hay cosas que no se pueden justificar, como la tortura a aquel chico. Sabíais que la misma estaba mal, que era un hecho repugnante impropio de seres humanos, pero todos callasteis obedeciendo sin rechistar las órdenes del sargento Borrego".
Al escuchar mis palabras, el Guardia civil con el que estaba se derrumbó literalmente porque él no era un sádico como el sargento Borrego. Mientras sollozaba desconsoladamente, me dijo que toda su vida arrastraría el sentimiento de culpa porque el miedo a perder su trabajo le había llevado a ponerse de parte del torturador en vez del torturado.
No he escrito hasta ahora de estos hechos porque si intentaba hacerlo los recordaba con tanta nitidez como si se hubieran producido ayer, con el consiguiente sufrimiento. Sin embargo, aunque las lágrimas me han embargado de nuevo, hoy he decidido contar aquello que parece un mal sueño pero fue una dramática realidad.
Lo hago para que no quede en el olvido y para rendir un homenaje a aquel chaval al que no he vuelto a ver pero al que me gustaría mucho hacerlo porque le admiro profundamente ya que ejemplos de dignidad como el suyo es lo que necesita esta humanidad.
Entonces estaba de Sargento una persona, por llamarla de alguna manera, que se apellidaba "Borrego". Sus hijos, con los que jugaba muchas veces, eran unas bellísimas personas, al menos conmigo, pero él era una mala bestia.
Lo primero que hizo cuando llegó al pueblo fue llamar al padre de la única familia gitana que había en Saldaña, la cual vivía en las afueras de la localidad sin molestar a nadie. Le amenazó de malas maneras diciéndole que aprovecharía la más mínima excusa para echar del pueblo a toda la familia.
El pobre señor lloraba desconsoladamente diciéndole que no lo hiciera por favor, que ello les dejaría tirados en la calle privándoles de vivienda y sustento. Con enorme tristeza yo contemplaba la escena, escondido en el pasillo que daba entrada a su despacho. Sin embargo, el sargento Borrego se excitaba con la típica expresión de los torturadores que sienten placer al maltratar a sus víctimas.
Digo torturador con todas las letras porque él lo era, siendo el responsable máximo de la tortura cometida en el Cuartel contra un muchacho del pueblo que demostró, en tales circunstancias, un coraje y una dignidad insuperables.
Los hechos se iniciaron porque, al producirse un robo en el Instituto del pueblo, al sargento se le metió en la cabeza que había sido un chico del pueblo. Una vez conducido al Cuartel le dijo: "o sea, que tú has sido el que ha robado en el Instituto".
Como él no había cometido el robo, dijo que no lo había hecho. Entonces el sargento Borrego le contestó: "no quieres confesar, pero verás qué pronto lo haces". Mandó a los demás Guardias que allí estaban presentes que le sujetaran, tras lo cual era golpeado dándole martillazos en una mano.
En esas circunstancias es entendible, humanamente, que el muchacho se hubiera derrumbado, pero a cada golpe con el martillo él respondía: "Yo no he sido, yo no he sido". Menos mal que, entonces, tuvo lugar una disputa interna en una familia local marcada por el drama del alcoholismo.
El enfrentamiento trajo consigo que se descubriera quién había sido el autor del robo porque uno de los miembros de esta familia, movido posiblemente por el deseo de venganza, acudió al Cuartel a contárselo a los Guardias.
Si no hubiera dado ese paso qué se yo cuánto se hubiera prolongado la tortura a tan ejemplar muchacho, al que no le quedó más opción que volverse a casa sin poder reclamar nada.! Para que digan que, en los años finales del franquismo, la Dictadura era una Dictablanda!
A los pocos meses de ocurrir este hecho tan deplorable, mi familia se trasladó a vivir a otro Cuartel, el de Guardo. No regresé a Saldaña hasta que tuve 19 años, cuando volví a revivir aquella tortura porque un Guardia civil, tras enterarse de quién era yo, mostró mucho interés en hablar conmigo.
Como estábamos en la calle, me invitó a entrar en el Cuartel diciéndome que así podríamos hablar más cómodamente y volvería a ver el lugar en el que había vivido durante más de siete años. Por una parte, yo no quería entrar en el Cuartel debido a algunas de las vivencias que allí tuve a tan tierna edad.
Por otra parte, sí quería ver de nuevo el interior del Cuartel porque era muy bonito por dentro, con sus jardines y sus árboles, y porque allí había pasado gran parte de mis mejores momentos en la infancia, los cuales no se olvidan.
Tras pasear un rato por el patio y las dependencias del Cuartel, no tardamos mucho en entrar en el interior de la vivienda que ocupaba el Guardia civil que me acompañaba. Una vez dentro me dijo lo siguiente: "Javier, no te metas militar. Yo porque soy medio analfabeto y dónde voy, pero tú no te metas militar. Estudia y búscate otra profesión".
Yo le contesté: "ya sé que muchos Guardias civiles lo sois porque no habéis tenido otra oportunidad en la vida, pero hay cosas que no se pueden justificar, como la tortura a aquel chico. Sabíais que la misma estaba mal, que era un hecho repugnante impropio de seres humanos, pero todos callasteis obedeciendo sin rechistar las órdenes del sargento Borrego".
Al escuchar mis palabras, el Guardia civil con el que estaba se derrumbó literalmente porque él no era un sádico como el sargento Borrego. Mientras sollozaba desconsoladamente, me dijo que toda su vida arrastraría el sentimiento de culpa porque el miedo a perder su trabajo le había llevado a ponerse de parte del torturador en vez del torturado.
No he escrito hasta ahora de estos hechos porque si intentaba hacerlo los recordaba con tanta nitidez como si se hubieran producido ayer, con el consiguiente sufrimiento. Sin embargo, aunque las lágrimas me han embargado de nuevo, hoy he decidido contar aquello que parece un mal sueño pero fue una dramática realidad.
Lo hago para que no quede en el olvido y para rendir un homenaje a aquel chaval al que no he vuelto a ver pero al que me gustaría mucho hacerlo porque le admiro profundamente ya que ejemplos de dignidad como el suyo es lo que necesita esta humanidad.
Hola Javier, yo tambièn vivì algunos momentos en aquel lugar, (menos, soy màs joven), fuimos vecinos. Simplemente decirte que me parece bastante inoportuno tu comentario, soy de la opiniòn que estar al lado de los buenos y de los inocentes siempre es el mejor lugar, pero venir a estas alturas con estos comentarios me parece una forma gratuita de hacer daño a toda su familia que como tù muy bien has dicho son estupendas personas. A lo largo de su vida profesional han estado muchos militares y sus familias a su lado que ahora con su cariño o con su indiferencia asì le estarán juzgando, pero no vengas ahora con "tus recuerdos"a incomodar porque lo ùnico que consigues es dañar, tù te desahogas pero ese apellido ya lo llevan sus descendientes. Por cierto me siento muy orgulloso de haber sido hijo del cuerpo que apesar de ser muchos analfabetos ejercian su trabajo con mucho respeto y lo hacìan por vocación, porque no era una profesiòn facil, y menos en los años en los que les tocò vivir. Un saludo a la familia Borrego.