Gracias, Salomé, por las fotografías que insertas en esta página, me recreo contemplándolas y recordando momentos inolvidables de mi pasado. Con insistencia me detengo en ésta de Don José y sus alumnos e intento identificar a sus componentes pero solamente reconozco a siete.
Amigo Barrio, estoy de acuerdo con la apreciación que haces sobre la antigüedad de la foto ya que los dos fuimos alumnos de Don José en los primeros años de nuestro periplo escolar, que coincidió con los últimos años de su profesión y que ejerció con abnegación y dignidad, poniendo en práctica, día tras día, la paciencia, la comprensión y la tolerancia.
Si viajo en el tiempo y me traslado al aula en la que di mis primeros pasos escolares multitud de recuerdos y preguntas invaden mi memoria, pero sin ser capaz de dar respuesta a todas ellas, únicamente puedo decir “gracias Don José… gracias San Quirce”.
Corría el mes de junio del año 1950 y al finalizar el curso llegó su merecido descanso. Vivió en Alar hasta que falleció su mujer, Doña Aquilina, para posteriormente trasladarse a Santander con su hijo Teófilo quien ya residía en esta ciudad. Y aquí es donde tuve la inmensa fortuna de verle en varias ocasiones
Los Jardines del Paseo de Pereda eran su lugar preferido y en las charlas que mantuve con él me impresionaron su educación, su porte y su señorío. Recuerdo que se sentía muy feliz cuando me contaba las anécdotas de su pasado en San Quirce, como cuando todos los años íbamos una tarde, al finalizar el otoño, con él al monte a recoger leña para la estufa de la escuela, o como durante el mes de mayo entonábamos un cántico a la Virgen todas las tardes antes de salir de clase (“ ¡Oh, María Madre mía! ¡Oh consuelo del mortal! Amparadme y guiadme a la patria celestial”).
Don José Mayor era natural de Rabé de las Calzadas, cerca de Tardajos, a once kilómetros de Burgos, casado con Doña Aquilina Pampliega, tuvieron tres hijos: Alejandro, Teófilo y Rosalía que fue religiosa misionera en África Central y falleció en Kigali, capital de Ruanda. Fue maestro de San Quirce desde 1923 hasta 1950.
El día de su despedida no lo olvidaré jamás porque algunos niños representamos una pequeña obra de teatro dirigida por Doña Marisa, a la sazón, maestra de la escuela de niñas. Este fue nuestro sencillo y humilde homenaje a nuestro maestro. No cito los nombres de los que intervenimos en la obra pués correría el riesgo de omitir alguno. Finalizó el acto con estas emotivas palabras de despedida que yo tuve el honor de dirigirle y que fueron escritas por Valentín, el Secretario del Ayuntamiento:
“Don José: el aire de fiesta que hoy flota en el ambiente de San Quirce, tiene para mí y para todos sus discípulos de este pueblo, muy confusa la alegría y muy clara la pena. Sabemos que definitivamente se va y, que de aquí en adelante, ya no será más el maestro nuestro. Y ahora me atrevo a preguntarle, ¿es que se va o es que le alejan nuestras travesuras de chiquillos inquietos que van agotando, un día y otro día, un año y otro año, su paciencia sin límites, su paciencia ejemplar?
Abuelo siempre inalterable y por lo mismo Maestro bondadoso de las letras, si ante nuestras repetidas faltas (siempre las mismas) su vida tuvo que cansarse de santa e incansable paciencia, perdónenos que somos niños y no en vano el Maestro de Nazareth en los niños buscaba su compañía.
Y ahora, Don José, en estos momentos de emoción para mí difícilmente contenibles sólo me resta decirle las palabras sagradas de la partida: Guardaremos sus enseñanzas, norte de nuestra vida, serán su ejemplo y su conducta, y reiterarle que en nuestro corazón vivirá su recuerdo para siempre. ADIÓS”.
Amigo Barrio, estoy de acuerdo con la apreciación que haces sobre la antigüedad de la foto ya que los dos fuimos alumnos de Don José en los primeros años de nuestro periplo escolar, que coincidió con los últimos años de su profesión y que ejerció con abnegación y dignidad, poniendo en práctica, día tras día, la paciencia, la comprensión y la tolerancia.
Si viajo en el tiempo y me traslado al aula en la que di mis primeros pasos escolares multitud de recuerdos y preguntas invaden mi memoria, pero sin ser capaz de dar respuesta a todas ellas, únicamente puedo decir “gracias Don José… gracias San Quirce”.
Corría el mes de junio del año 1950 y al finalizar el curso llegó su merecido descanso. Vivió en Alar hasta que falleció su mujer, Doña Aquilina, para posteriormente trasladarse a Santander con su hijo Teófilo quien ya residía en esta ciudad. Y aquí es donde tuve la inmensa fortuna de verle en varias ocasiones
Los Jardines del Paseo de Pereda eran su lugar preferido y en las charlas que mantuve con él me impresionaron su educación, su porte y su señorío. Recuerdo que se sentía muy feliz cuando me contaba las anécdotas de su pasado en San Quirce, como cuando todos los años íbamos una tarde, al finalizar el otoño, con él al monte a recoger leña para la estufa de la escuela, o como durante el mes de mayo entonábamos un cántico a la Virgen todas las tardes antes de salir de clase (“ ¡Oh, María Madre mía! ¡Oh consuelo del mortal! Amparadme y guiadme a la patria celestial”).
Don José Mayor era natural de Rabé de las Calzadas, cerca de Tardajos, a once kilómetros de Burgos, casado con Doña Aquilina Pampliega, tuvieron tres hijos: Alejandro, Teófilo y Rosalía que fue religiosa misionera en África Central y falleció en Kigali, capital de Ruanda. Fue maestro de San Quirce desde 1923 hasta 1950.
El día de su despedida no lo olvidaré jamás porque algunos niños representamos una pequeña obra de teatro dirigida por Doña Marisa, a la sazón, maestra de la escuela de niñas. Este fue nuestro sencillo y humilde homenaje a nuestro maestro. No cito los nombres de los que intervenimos en la obra pués correría el riesgo de omitir alguno. Finalizó el acto con estas emotivas palabras de despedida que yo tuve el honor de dirigirle y que fueron escritas por Valentín, el Secretario del Ayuntamiento:
“Don José: el aire de fiesta que hoy flota en el ambiente de San Quirce, tiene para mí y para todos sus discípulos de este pueblo, muy confusa la alegría y muy clara la pena. Sabemos que definitivamente se va y, que de aquí en adelante, ya no será más el maestro nuestro. Y ahora me atrevo a preguntarle, ¿es que se va o es que le alejan nuestras travesuras de chiquillos inquietos que van agotando, un día y otro día, un año y otro año, su paciencia sin límites, su paciencia ejemplar?
Abuelo siempre inalterable y por lo mismo Maestro bondadoso de las letras, si ante nuestras repetidas faltas (siempre las mismas) su vida tuvo que cansarse de santa e incansable paciencia, perdónenos que somos niños y no en vano el Maestro de Nazareth en los niños buscaba su compañía.
Y ahora, Don José, en estos momentos de emoción para mí difícilmente contenibles sólo me resta decirle las palabras sagradas de la partida: Guardaremos sus enseñanzas, norte de nuestra vida, serán su ejemplo y su conducta, y reiterarle que en nuestro corazón vivirá su recuerdo para siempre. ADIÓS”.