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SAN QUIRCE DE RIOPISUERGA: San Quirce del Río Pisuerga. Pequeño pueblo castellano,...

San Quirce del Río Pisuerga. Pequeño pueblo castellano, amado terruño y mi lugar de nacimiento del que me fui, por circunstancias de la vida, apenas acabada mi niñez. Pequeño lugar al que, desde la distancia y el recuerdo, siempre me empeño en ver feliz, sintiéndole importante, especial, grande en su pequeñez, dulce y generoso, con la seriedad y la austeridad tan propias del carácter castellano. Inolvidable San Quirce, a pesar de tantas décadas de ausencia; al que quisiera hoy referirme escribiendo estas líneas como señal de afecto y cariño, de gratitud por tantas cosas, aunque solo sea por estar allí el origen de mi vida, el comienzo de todos mis destinos y avatares en la misma.

San Quirce entre el campo. Hecho campo castellano; confundido con el mismo en tierras de transición, donde acaban las inmensas llanuras y empieza la montaña. Al resguardo del alto yermo de El Santo, protector de los fríos vientos del norte; balcón natural desde el que se divisan tierras lejanas hasta el pie de las montañas en una dirección, hasta su confusión con el horizonte por otra. Tierras multicolores, en constante variación, a veces áridas y de hermosos matices siempre; anchos campos de esa Castilla profunda. Y la cercana y amplia vega del caudaloso Pisuerga, cuya ribera aporta el color y el frescor de sus frondosas arboledas; y las tierras altas del páramo, de los llanos, de los montes de encinas y escajos. Y el trazado rectilíneo de ese Canal de Castilla que antaño tuvo esplendor, de aguas oscuras y mansas, que las barcas navegaban, remontando sus esclusas, cargadas de mercancías desde las Tierras de Campos, desde la bella Pucela, hasta los muelles de Alar. San Quirce pequeñito, con su escaso caserío entre el que destaca con arrogancia la singular y hermosa torre de su iglesia, antigua abadía.

San Quirce con su Historia, retazos de la cual ha sido transmitida en forma de leyendas por las personas mayores, de generación en generación, y de la que algo se cuenta también en ciertos libros y documentos. Se dice que en la consolidación y expansión del Condado de Castilla, un gran Conde (tal vez Fernán González) sostuvo duras batallas con el invasor moro en tierras fronterizas con el Reino de Léon, de las cuales salió airoso y vencedor, construyendo una torre de vigilancia o castillo en lugar dominante (donde hoy se encuentra la ermita de El Santo), así como una abadía (a la que corresponde la actual iglesia) dedicada a San Quirce o Quirico, santo con mucha veneración por la Cristiandad en toda la Edad Media, en la que se estableció una comunidad religiosa, erigida en dueña y señora de aquellos territorios. Y así fue como, al amparo y bajo de la administración de esta comunidad, empezó a surgir una pequeña puebla, comunidad de campesinos de origen diverso con el mismo nombre de la abadía: San Quirce.

Recuerdos vivos, especiales, con mucho calado, de aquellos grupos de niños y niñas con los que tanto se compartían juegos, clases, aprendizajes y tantos momentos felices cargados de sinceridad e inocencia, siempre con el más profundo respeto a todas las personas mayores, muchas de las cuales también consigo recordar aunque, con menos precisión, caiga en algunas lagunas y confusiones. Mi primer día de asistencia a la escuela magistralmente regida por aquel insigne maestro que fue Don José. Las clases de catequesis impartidas por aquel por el cura, con sotana, bonete y tonsura, Don Adolfo, que culminaron con la Primera Comunión un día de mayo, formando un numeroso grupo de niños y niñas. Recuerdos de sus campos que aparecen rescatados en mi memoria cuando miro detenidamente algunas de las maravillosas fotografías que enriquecen y hacen grande esta página de San Quirce: Los Llanos, el Páramo, Fuentepozo, Desecada, Malverde, los Cinchos, Fuentesol, los Borcos, los Perales, el Jardín, la Manderrera, las Praderas, las Vegas, Conejera, el Moral, los Ladrillos, Valdesolo, las Varguillas, la Serna… Los arroyos de San Quirce, pequeños riachuelos tributarios del Pisuerga con sus pequeños caudales de agua, el del Frontal, el del valle de la Tejera.

Me parecían grandiosas las Fiestas de San Quirico y Santa Julita al final de la primavera. La bajada de los Santos desde su ermita a la iglesia para presidir los actos religiosos celebrados en su honor, el engalanado de las calles y de las puertas de las mozas con ramas de las choperas, y los bailes en las eras, y los juegos de la chana, las procesiones del día patronal y la del retorno de la imágenes a la ermita del Santo una semana después, el día de San Juan.

Recuerdo las primaveras en San Quirce, suaves, a veces frías, siempre dulces, llenas de paz, con esa explosión propia de Naturaleza en sus campos que se llenaban de color; el olor de los mismos con mezcla de mil aromas, las mieses ya crecidas y onduladas por los vientos; el color de las encinas, de los árboles del Río, de los chopos del Canal. Y recuerdo los veranos recios y calurosos, de mañanas placenteras, con el cereal tostado; y las gentes afanosas, esforzadas, en los trabajos costosos de recoger sus cosechas, acarreando la mies antes del salir el sol, para dejarla en las eras, y aquellos trillos girando sobre el bálago arrastrados por bueyes, con paso cansino, bajo un sol abrasador hasta conseguir las parvas, las faenas posteriores para separar el grano. Otoños de sementeras con las yuntas por los campos arañando los barbechos, fertilizando las tierras, preparando las labores para repetir la siembra; la recolección en las vegas de diferentes productos, y el cortado con primor del fruto de sus viñedos. También recuerdo los inviernos, a veces crudos y fríos, con imponentes nevadas que todo paralizaban, noches blancas y estrelladas presagio de sus heladas (como testimonian algunas de las fotografías).

San Quirce el burgalés y ahora palentino, siempre castellano. Cuánto has podido cambiar desde entonces, qué distinto me pareces en mis cortas visitas. Muchos de tus habitantes se fueron a otros lugares para buscar otras vidas; muchas casas hoy no existen, murieron abandonadas; tu población decreció. Pero aún percibo tu encanto y una magia que jamás perderás. Siempre sentí añoranzas de ti como deseo incumplido, de pasear por tus calles, y de recorrer tus campos, y las orillas del Río, de contemplar el Canal; y de subir hasta el Santo, y de respirar tus aires, y de hablar con la gente, recordando mi pasado. Siempre estuve pendiente para verte desde lejos al pasar por tus tierras, sin poder detenerme, en mis viajes en tren, sintiendo la emoción de verte en tu lugar, siempre igual, invariable, con tu Ermita, con tus casas, con tu Iglesia. Sintiendo como una voz interior: ¡Ahí estás, San Quirce, mi pueblo!

Y quiso el Destino que yo viera por primera vez la luz del mundo hace ya más de seis décadas. La sangre de San Quirce, pues, también es mía, porque en su seno nací al igual que una parte de mis antepasados. Allí transcurrió mi niñez, los once primeros años de mi vida, allí se quedó cargada de ilusiones aquella infancia feliz, muy feliz…, tal vez al final rota pero muy llena de hermosos e inolvidables recuerdos que me han acompañado siempre. Por eso siento un afecto, devoción y cariño tan profundos por todos los lugares de San Quirce; el orgullo de haber nacido en esa tierra, en ese lugar que no cambiaría por ningún otro. Son los recuerdos y vivencias de infancia que tuvieron como escenario ese pueblo, con sus gentes, entre sus calles, con sus costumbres y tradiciones tan propias y naturales de una comunidad reducida y rural. Algo entrañable y muy importante para mí se quedó en San Quirce, y allí me sigue esperando.

San Quirce. Seguirás siendo mi otra orilla, de la que un día partí para navegar por el mar de mi vida, habré sentido tu lejanía pero nunca el olvido a pesar de tantas distancias y del paso de los tiempos. Y hoy te vuelvo decir que alguna vez, cuando se acaben las rutas de mi navegación, ha de tener lugar mi retorno a esa orilla. Volveré y me quedaré ahí contigo para siempre.