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SAN QUIRCE DE RIOPISUERGA: Siempre que visito la página de nuestro pueblo y veo...

Siempre que visito la página de nuestro pueblo y veo sus fotos, despierta en mí un interés especial; veo a mi tío Donato en plena faena moviendo la paja con el gario (una de las múltiples labores que requería la agricultura por aquella época) quedando fielmente reflejada la imagen abnegada y austera que siempre caracterizó al labriego castellano. La ingenua y comprensiva mirada de las tres niñas que le acompañan dan a esta foto un valor especial, digna de ser contemplada y valorada en toda su dimensión. Calculo que estará tomada circa 1960 y las niñas son: Julita, cuya hija supongo seguirá en Madrid; Belén, en Guardo; y Nieves, en Santander. Circunstancias que marca el destino, porque la vida es así: a las tres las envío un afectuoso saludo.
Posiblemente hayan transcurrido más de veinte años cuando una calurosa mañana de septiembre decidí darme un paseo por el valle de Desecada al que siempre recuerdo de una manera especial, y cuando llegué a los Corrales, divisé a lo lejos a una persona que caminaba con paso lento y tranquilo, llevando la chaqueta sobre el hombro y apoyándose en su cachava. Cruzaba por un rastrojo en dirección a Fuente Pozo cuando, a pesar de la distancia y del mucho tiempo que había pasado sin verle, “le identifiqué al instante”. Seguí por el camino del Pasaje sintiéndome feliz disfrutando de esa soledad en la que sólo el silencio habla, bebí agua en la fuente de Malverde y reanudé el camino hasta el alto de los Cinchos donde bajo un sol de justicia, le esperé unos instantes. Cuando llegó a mi altura y me reconoció, muy sorprendido exclamó: ¡hombre chiguito! Nos saludamos con verdadera efusión intercambiando palabras con sincero afecto, “ ¿cómo por aquí a estas horas?”, me preguntó, “por la misma razón que se encuentra Ud.”, le respondí, “porque los dos nos sentimos identificados con estos pagos tantas veces añorados en nostálgicos recuerdos”. Seguimos ruta en dirección al pueblo y al llegar a la altura de la finca que siempre había sido su majuelo, paré el coche y le dije: “ ¿Qué me dice de esto, tío?” No olvidaré jamás la respuesta porque muy emocionado me contestó, “ ¡aquí he pasado muchas horas de mi vida!” Le dejé en la esquina con un sincero adiós… adiós que fue definitivo. Así me despedí de mi tío Donato al que con la misma efusión que nos habíamos saludado momentos antes, le envío un sentido y cariñoso recuerdo.