La Chana, uno de los juegos llamados de lanzamiento, era el deporte popular por antonomasia que se practicaba en San Quirce, al igual que en otros pueblos de esa zona palentino/burgalesa, tomando como centro Herrera de Pisuerga, en cuya plaza de toros se celebraban campeonatos con gran participación y concurrencia.
Este juego, actualmente incluido en la relación de Juegos Autóctonos de la Comunidad castellanoleonesa, así como otros con ciertas similitudes, puede tener su origen en los pueblos prerrománicos que ocupaban el centro de la meseta norte de la Península Ibérica antes de las sucesivas invasiones, e incluso con ciertas conexiones con los ejercicios practicados en el antiguo Egipto, así como en las tribus iberas y celtas, primero, y con los romanos más tarde.
El origen de la Chana hay que buscarlo en los juegos de los pastores que utilizaban dos cuernos de buey o cabra y un “morrillo” por cada jugador, generalmente de piedra, “cantos rodados”, y que más tarde se perfeccionó con cilindros de hierro similares a los de piedra en cuanto al peso, de aproximadamente 1 kilogramo, y con unas medidas de unos 20 centímetros de largo y 6 de diámetro, en cuyo interior y para adquirir peso y consistencia se introducía un taco de madera seca, generalmente de encina o roble. La práctica de este juego se documenta ya en la Edad Media, y eran los pastores trashumantes quienes lo jugaban.
Como en cualquier juego se observaban rigurosamente unas normas y reglas, y había un árbitro denominado “hitador” que era el encargado del cumplimiento de las mismas, así como de la dirección del juego.
En San Quirce sobre un terreno llano y de tierra se colocaban dos cuernos de vaca o buey que cuanto más viejos más resistencia ofrecen a los golpes del “morrillo”, que solían ser de piedra o, más sofisticados, los cilindros de hierro ya descritos. La distancia entre ambos cuernos era de 21 pasos o de 20 metros; el llamado “pato medido”: dos líneas entre las cuales quedaba determinada dicha distancia, sobre las que se colocaban los cuernos y que los jugadores nunca debían pisar ni rebasar en cada lanzamiento. El golpe para derribar el cuerno debía ser completamente limpio, sin que el morrillo llegase a tirarlo deslizándose sobre tierra. Estos cuernos estaban previamente preparados con su base serrada para facilitar la estabilidad, vaciados e introduciendo después una cuña de madera sujeta mediante puntas claveteadas de forma cruzada.
Los equipos que se enfrentaban eran generalmente de dos o tres jugadores por bando. Una vez decidida la suerte para comenzar el lanzamiento, lo hacía el primer jugador del equipo que había ganado “la mano”, para continuar alternativamente el resto de los jugadores. A lo largo de la partida el otro equipo podía “ganar la mano” si conseguía ponerse delante en el tanteo del equipo adversario que la tenía desde el comienzo. Si al final de la partida existía empate habiendo completado los lanzamientos ambos equipos, esta se alargaba o un jugador de cada equipo contendiente, “mano a mano”, decidían que equipo resultaba vencedor. En ocasiones se prolongaban horas y horas. El número de tantos quedaba previamente establecido al inicio. Nunca podía haber empate.
En San Quirce existía una gran afición a este juego, con el que se amenizaban ciertas fiestas como parte importante de su programación, e incluso surgían partidas de manera espontánea cuando las faenas cotidianas permitían ratos de ocio. Y había muchos y prestigiosos jugadores, algunos ya maduros y experimentados, otros más jóvenes, e incluso adolescentes promesas; entre los cuales con todo mi afecto, cariño y gratitud solo me atreveré a citar dos de esos jugadores, auténticos maestros además, a quienes considero los protagonistas y motivadores de este comentario: Luis y Carmelo. También a Luis Miguel que, sin ser uno de esos jugadores, ejerce igualmente cierto protagonismo y motivación.
Un saludo para todos los participantes y lectores de esta Página de San Quirce, para el pueblo entero.
Este juego, actualmente incluido en la relación de Juegos Autóctonos de la Comunidad castellanoleonesa, así como otros con ciertas similitudes, puede tener su origen en los pueblos prerrománicos que ocupaban el centro de la meseta norte de la Península Ibérica antes de las sucesivas invasiones, e incluso con ciertas conexiones con los ejercicios practicados en el antiguo Egipto, así como en las tribus iberas y celtas, primero, y con los romanos más tarde.
El origen de la Chana hay que buscarlo en los juegos de los pastores que utilizaban dos cuernos de buey o cabra y un “morrillo” por cada jugador, generalmente de piedra, “cantos rodados”, y que más tarde se perfeccionó con cilindros de hierro similares a los de piedra en cuanto al peso, de aproximadamente 1 kilogramo, y con unas medidas de unos 20 centímetros de largo y 6 de diámetro, en cuyo interior y para adquirir peso y consistencia se introducía un taco de madera seca, generalmente de encina o roble. La práctica de este juego se documenta ya en la Edad Media, y eran los pastores trashumantes quienes lo jugaban.
Como en cualquier juego se observaban rigurosamente unas normas y reglas, y había un árbitro denominado “hitador” que era el encargado del cumplimiento de las mismas, así como de la dirección del juego.
En San Quirce sobre un terreno llano y de tierra se colocaban dos cuernos de vaca o buey que cuanto más viejos más resistencia ofrecen a los golpes del “morrillo”, que solían ser de piedra o, más sofisticados, los cilindros de hierro ya descritos. La distancia entre ambos cuernos era de 21 pasos o de 20 metros; el llamado “pato medido”: dos líneas entre las cuales quedaba determinada dicha distancia, sobre las que se colocaban los cuernos y que los jugadores nunca debían pisar ni rebasar en cada lanzamiento. El golpe para derribar el cuerno debía ser completamente limpio, sin que el morrillo llegase a tirarlo deslizándose sobre tierra. Estos cuernos estaban previamente preparados con su base serrada para facilitar la estabilidad, vaciados e introduciendo después una cuña de madera sujeta mediante puntas claveteadas de forma cruzada.
Los equipos que se enfrentaban eran generalmente de dos o tres jugadores por bando. Una vez decidida la suerte para comenzar el lanzamiento, lo hacía el primer jugador del equipo que había ganado “la mano”, para continuar alternativamente el resto de los jugadores. A lo largo de la partida el otro equipo podía “ganar la mano” si conseguía ponerse delante en el tanteo del equipo adversario que la tenía desde el comienzo. Si al final de la partida existía empate habiendo completado los lanzamientos ambos equipos, esta se alargaba o un jugador de cada equipo contendiente, “mano a mano”, decidían que equipo resultaba vencedor. En ocasiones se prolongaban horas y horas. El número de tantos quedaba previamente establecido al inicio. Nunca podía haber empate.
En San Quirce existía una gran afición a este juego, con el que se amenizaban ciertas fiestas como parte importante de su programación, e incluso surgían partidas de manera espontánea cuando las faenas cotidianas permitían ratos de ocio. Y había muchos y prestigiosos jugadores, algunos ya maduros y experimentados, otros más jóvenes, e incluso adolescentes promesas; entre los cuales con todo mi afecto, cariño y gratitud solo me atreveré a citar dos de esos jugadores, auténticos maestros además, a quienes considero los protagonistas y motivadores de este comentario: Luis y Carmelo. También a Luis Miguel que, sin ser uno de esos jugadores, ejerce igualmente cierto protagonismo y motivación.
Un saludo para todos los participantes y lectores de esta Página de San Quirce, para el pueblo entero.