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SUEÑOS.
“Al final de un frío día de invierno, paso por las cercanías de San Quirce, y contemplo el pueblo al fondo, su iglesia y su caserío. Desde las vegas, se elevaban hacia el cielo unos delicados velos de niebla que rodeaban las laderas de la colina del Santo, dejando libre su Ermita. El monte descollaba entre la bruma, como si flotara por encima de esa tierra. Los rayos del sol se aproximaban cada vez a cotas más bajas, oscureciendo las tierras multicolores de la vega; las aguas del Canal y del Pisuerga, que hacía un momento brillaban con destellos azules, adquirían poco a poco tonalidades oscuras, sus corrientes se tornaban grises. Solo esa Ermita, El Santo, resplandecía plenamente con la fuerza de la luz del ocaso, despidiendo todavía fuertes destellos alegres, como de acogida, de bienvenida; como si quisiera hablarme… Continúo mi viaje, con mis reflexiones, con mis pensamientos y recuerdos puestos en esa tierra, siempre amada, que me vio nacer y crecer”.
“Al final de un frío día de invierno, paso por las cercanías de San Quirce, y contemplo el pueblo al fondo, su iglesia y su caserío. Desde las vegas, se elevaban hacia el cielo unos delicados velos de niebla que rodeaban las laderas de la colina del Santo, dejando libre su Ermita. El monte descollaba entre la bruma, como si flotara por encima de esa tierra. Los rayos del sol se aproximaban cada vez a cotas más bajas, oscureciendo las tierras multicolores de la vega; las aguas del Canal y del Pisuerga, que hacía un momento brillaban con destellos azules, adquirían poco a poco tonalidades oscuras, sus corrientes se tornaban grises. Solo esa Ermita, El Santo, resplandecía plenamente con la fuerza de la luz del ocaso, despidiendo todavía fuertes destellos alegres, como de acogida, de bienvenida; como si quisiera hablarme… Continúo mi viaje, con mis reflexiones, con mis pensamientos y recuerdos puestos en esa tierra, siempre amada, que me vio nacer y crecer”.
