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SAN QUIRCE DE RIOPISUERGA: Que manera de escribir, cuanto pasión regalan estas...

SUEÑOS.

Una vez más he llegado a San Quirce. A mi lugar, junto a la ermita de El Santo. Es un día primaveral y azul del mes de junio y el sol ya está alto, luce con fuerza y hace calor atenuado por una suave brisa. Contemplo el entorno desde la altura y me siento feliz por todo lo que se presenta a mi vista. Siento mi alma expandirse hasta salir de mi cuerpo, fundirse con ese lugar, como si quisiera quedarse… Y me veo envuelto en la calma de siempre, en los campos, en sus aromas y en los tonos musicales de los pájaros. ¡Cuánta belleza contemplo! Quiero caminar por esos campos, recorrer esos caminos hasta que se acabe el día, hasta que finalice mi sueño. Y entre las brumas de la somnolencia y la realidad empiezo ese caminar tan particular, dando entrada a las páginas que se abren en mi memoria de pequeñas historias, anécdotas y vivencias; a recuerdos todos muy especiales que me acompañarán en mi recorrido. Y así me encuentro vagando por el camino cercano hasta la Casa del Monte (la casa de Chivirí). Por el pequeño valle de El Moral, junto a su fuente manantial, “el lugar de las apariciones”. Por el camino del valle de Los Perales, la Tejera y Valdemanzano. Siguiendo el curso del arroyo hasta Tábanos, cerca del término de Cuevas, junto a unas ruinas de lo que al parecer fue una edificación religiosa. Pisando la hierba de la pradera de Proespino, alguien me enseñó en este lugar una vez un nido de carbonerilla en el que había depositado su huevo el intruso cu-cu, el doble o más grande que los del pájaro dueño, misterios de la naturaleza. Bordeando el monte por las tierras altas del Páramo y Los Cinchos, por el camino de Mata Ladrona. Al final de este camino, en el alto de Los Borcos, junto a la caseta donde había viñedos; sentado haciendo un descanso especial para contemplar con calma la panorámica de San Quirce de cara, completo, con el Santo al fondo. Siguiendo hacia el sur por el camino de Sotovellanos. En Fuentepozo, junto a su manantial, para refrescarme en sus aguas, y siguiendo el curso de su pequeño arroyo hasta Malverde, lugar de chopos en cuyos troncos anidaban los picamaderos, y donde Manolo el pastor me enseñó colgado en las ramas de un espino un enjambre de abejas. ¡Qué recuerdos! Por el camino que discurre paralelo al arroyo cangrejero de las tierras de Desecada, el Frontal, el Muerto, el Concejo. A la derecha se queda el alto de la Llosa, y “una bandada de buitres sigue sobrevolando el lugar”. Llego hasta la Pradera Grande y me voy por los caminos de los Llanos, y desciendo para seguir de nuevo el curso del arroyo de Los Perales hasta el Pisuerga. Detenido junto a la Segunda, donde, apoyado en el petril del puente de su esclusa, me recreo con el remonte por la misma de una de aquellas barcas que surcaban el Canal de Castilla en dirección a Alar; y en mis ratos de juegos con “los chicos de la Segunda”.

Ay mi Canal de Castilla,
Ay recuerdos de infancia.
Cuánto trabajo y sudor.
Cuánto olvido, cuánto amor.

Y ya estoy junto al Pisuerga, en la Arquizuela, en el Mimbrajal, a la sombra de sus choperas, oyendo el sonido de sus hojas movidas por la brisa; donde la hierba huele a menta, dejando vagar libremente todos mis recuerdos que de ese lugar llegan a mi mente; junto al “Rio salvaje de mi infancia”, escuchando sus murmullos, el rugir de sus aguas, en las que mojo mis manos tocando las piedras de su orilla, recibiendo su bienvenida… No puedo sentir el cansancio de tanto caminar, el haberlo hecho por esos campos libremente, disfrutando del sol y del aire en un día primaveral me ha dado una paz especial compensatoria pocas veces experimentada. Se me acaba el día y se que debo regresar, todo se me hizo escaso, muy corto. Tengo que empezar el camino de retorno, hacia el pueblo, y lo hago hasta la Segunda para continuar paralelo al Canal, por su parva, hasta la Serna y los Bardales, las Eras. En dirección a la iglesia, recorro sus calles y me detengo en la plaza, junto a la Fuente, el viejo ayuntamiento y las escuelas. Y he llegado a la iglesia y las emociones me embargan; quiero rezar y no se hacerlo, o tal vez si… a mi manera; y me acerco junto al pequeño espacio de cruces adosado a la misma, el lugar de los ausentes, y agarrado a los barrotes de su puerta cerrada, me asomo al interior, quiero rendir mi homenaje particular, como su fuese una oración, a alguien se que quedó allí para siempre, con presencia permanente en mi vida. Con un recuerdo también para todas aquellas personas de mi infancia. El sol declina, está próximo a su ocaso, y quiero ver su despedida hasta el nuevo día desde el Santo. Allí me encuentro de nuevo cuando proyecta sus últimos rayos desde el horizonte; pronto se lo tragará esa línea sinuosa e indefinida que vagamente separa el cielo de la tierra, allá por los confines entre las tierras llanas de la Ojeda y de las montañas de Cervera. ¡Espectacular puesta de sol! En el mar parece que agua le engulle, lo mismo que en las inmensas llanuras castellanas; desde el Santo se le ve esconderse más lentamente, entre las brumas de las montañas, marcando matices y tonalidades cambiantes, cargadas de fantasía. Empieza a anochecer y debo regresar; dentro de poco también dará comienzo un nuevo día con sus rutinas cotidianas en la gran ciudad, porque la vida sigue. Me encuentro feliz y tranquilo, con fuerzas e ilusión para afrontar un nuevo día, mientras me pregunto si alguna vez tendré todavía la oportunidad de hacer alguno de esos viajes por San Quirce, a los que yo llamo sueños. De hacerlos realidad.

Que manera de escribir, cuanto pasión regalan estas palabras que no pueden nacer si no es del corazón. No las aplaudo, solo envidio las raices, envidio los valores, incluso el sufrimiento que hacen valorar aún mas los sueños, tener mas presente el pueblo que te vió nacer, tu familia, tus hermanos, tus amigos, ojala un día yo recuerde, con semejante sentimiento, lo vivido.