Corría la década de los 60. Eran otros tiempos, sin duda. El sonsonete de los Niños de San Ildefonso cantando los números de la Lotería de Navidad, era el preludio de ella. La Navidad había llegado a mi pueblo. Las calles y la eras volvían a llenarse de la chavalería que durante parte del año se había ausentado por motivos diversos. Eran años en los que muchos de nosotros estudiábamos fuera, en los Seminarios y colegios religiosos, en la maestría industrial, en la emigración, etc, y volvíamos a nuestros hogares ávidos de disfrutar, con la familia y los amigos, de ese aroma entrañable que siempre tenían las vacaciones de Navidad. Vivíamos siempre añorando el regreso porque aquellas condiciones de colegios e internados no eran nada fáciles. Yo diría que eran extremadamente duras, sobre todo para niños que habíamos salido del pueblo a una tierna edad. Apenas recién despertados al mundo, sin otro horizonte que nuestro pueblo y su escuela en la que la leche en polvo y el queso, de aquel miserable Plan Marshall americano, eran parte de nuestro sustento y energía.
Porque nunca olvidé mis orígenes, por eso hoy comparto estos recuerdos. Aquellos días de niebla y frío mesetario que todo lo envolvía. ¡Ay de las polainas y sabañones ¡. Disfrutábamos del día a día, todo el día. Cómo olvidar las aventuras (“correrías”) por las serrenes, las bodegas, los tojos, las eras con sus semiabandonados parveros de paja, las “potras” que fabricábamos cual toboganes de tierra para disfrute de cada uno y lamento de nuestros padres (¡otra vez roto el pantalón, o la braga, y caladas las Katiuskas ¡) que siempre acaba con algún cachete o “galleta” con el mismo destino.
Recuerdo con agradable nostalgia el acto central de las Navidades, que no era otro, que el montaje del Nacimiento en la Iglesia del pueblo. Las “arquitectas” eran principalmente, creo recordar, la Merce, Asuncionita, Pazita, Raquelín, Fuensanta…, auque posiblemente me olvide de alguien. Ellas tomaban la iniciativa. Desenfundaban, con cierta impronta, parsimonia y cuidado, aquellas imágenes que durante el año habían estado guardadas en alguna dependencia de la iglesia, luchando contra el polvo y el 0lvido. A los más pequeños nos encomendaban la tarea de ir a las bodegas a por musgo. Aquel acto era como una explosión de pólvora. La muchachada salíamos como cohetes, nos dirigíamos a las bodegas y entre nosotros rivalizábamos a la hora de sacar el “tollejón” de musgo más grande. “Fun, fun, fun…. 25 de diciembre”. A la vuelta ya sonaban los villancicos. El musgo, las figuras, el papel plateado para conformar el río, El Niño, la mula y el buey… todo estaba en marcha.
Nada podía con nosotros. En nuestros pueblos castellanos de aquellos años, las tardes nada de atractivo ofrecían en casa para la chavalería, o cuando menos, las novelas radiofónicas no eran suficiente reclamo y la televisión, aquella en blanco y negro, sí, era un lujo inalcanzable para la mayoría. Por eso la calle era el mejor de los refugios y de las distracciones: La tanguilla, el pincho, la maya, la cadena…, toda aquella batería de juegos y entretenimientos que posiblemente aún, hoy en día, permanezcan en los pliegues de la memoria de alguno de los lectores de estas letras y recuerdos.
Y envolviéndola todo, la niebla, ese elemento fantasmagórico que siempre le daba un halo de misterio al día y que hacía del paisaje de mi pueblo una Navidad diferente, que aún hoy recuerdo. Yo era feliz, gracias.
SANTILLANA, FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y UN PROSPERO AÑO NUEVO SIN MAS PÉRDIDAS DE TUS SEÑAS DE IDENTIDAD.
Porque nunca olvidé mis orígenes, por eso hoy comparto estos recuerdos. Aquellos días de niebla y frío mesetario que todo lo envolvía. ¡Ay de las polainas y sabañones ¡. Disfrutábamos del día a día, todo el día. Cómo olvidar las aventuras (“correrías”) por las serrenes, las bodegas, los tojos, las eras con sus semiabandonados parveros de paja, las “potras” que fabricábamos cual toboganes de tierra para disfrute de cada uno y lamento de nuestros padres (¡otra vez roto el pantalón, o la braga, y caladas las Katiuskas ¡) que siempre acaba con algún cachete o “galleta” con el mismo destino.
Recuerdo con agradable nostalgia el acto central de las Navidades, que no era otro, que el montaje del Nacimiento en la Iglesia del pueblo. Las “arquitectas” eran principalmente, creo recordar, la Merce, Asuncionita, Pazita, Raquelín, Fuensanta…, auque posiblemente me olvide de alguien. Ellas tomaban la iniciativa. Desenfundaban, con cierta impronta, parsimonia y cuidado, aquellas imágenes que durante el año habían estado guardadas en alguna dependencia de la iglesia, luchando contra el polvo y el 0lvido. A los más pequeños nos encomendaban la tarea de ir a las bodegas a por musgo. Aquel acto era como una explosión de pólvora. La muchachada salíamos como cohetes, nos dirigíamos a las bodegas y entre nosotros rivalizábamos a la hora de sacar el “tollejón” de musgo más grande. “Fun, fun, fun…. 25 de diciembre”. A la vuelta ya sonaban los villancicos. El musgo, las figuras, el papel plateado para conformar el río, El Niño, la mula y el buey… todo estaba en marcha.
Nada podía con nosotros. En nuestros pueblos castellanos de aquellos años, las tardes nada de atractivo ofrecían en casa para la chavalería, o cuando menos, las novelas radiofónicas no eran suficiente reclamo y la televisión, aquella en blanco y negro, sí, era un lujo inalcanzable para la mayoría. Por eso la calle era el mejor de los refugios y de las distracciones: La tanguilla, el pincho, la maya, la cadena…, toda aquella batería de juegos y entretenimientos que posiblemente aún, hoy en día, permanezcan en los pliegues de la memoria de alguno de los lectores de estas letras y recuerdos.
Y envolviéndola todo, la niebla, ese elemento fantasmagórico que siempre le daba un halo de misterio al día y que hacía del paisaje de mi pueblo una Navidad diferente, que aún hoy recuerdo. Yo era feliz, gracias.
SANTILLANA, FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y UN PROSPERO AÑO NUEVO SIN MAS PÉRDIDAS DE TUS SEÑAS DE IDENTIDAD.