EN LA CORRA SE VAREABA LA LANA DEL COLCHÓN
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Este utensilio de redonda superficie y artesanalmente hecho con un ralo entrelazado de ramas de mmimbre, se le conoce con el localimo de "corra". Servía para varear la lana con varas largas rectas y flexibles como las que aparecen en la imagen.
A la llegada del estío, las amas de casa comenzaban hacer los trabajos del hogar que se realizaban una vez al año como era por ejemplo: desacer y hacer los colchones. Los soleados y largos días del verano los aprovechaban para sacar la lana apelmazada del vientre de los colchones, dormida y apretada en el letargo del largo invierno. Había que espabilarla, desentumecerla y esponjarla a base de varetazos.
Una vez descosido el colchón, la lana se echaba en la corra que previanmente se colocaba sobre el asiento de dos sillas con la misión de que por las pequeñas aberturas de su entretejido callera al suelo la suciedad soltada al varearla.
Varazo tras varazo, golpe tras golpe, las apelmazadas bedijas se iban esponjado.
Acavado el vareado, la lana quedaba lista para volver a montar el Colchón, que tras haber sido la funda lavada se entendía en el suelo sobre un viejo lienzo para estender la lana por igual en toda la superficie y sentadas poderle coser a mano todo alrededor. Una vez cosido, como final, con largas agujas especiales para ello se metían unas cintas que se ataban tras atravesar el grosor del clochón, por varias partes de la superficie, para que la lana mantuviera la forma como el primer día. ¡Que placer la primera noche que se domía en ese colchón!
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Este utensilio de redonda superficie y artesanalmente hecho con un ralo entrelazado de ramas de mmimbre, se le conoce con el localimo de "corra". Servía para varear la lana con varas largas rectas y flexibles como las que aparecen en la imagen.
A la llegada del estío, las amas de casa comenzaban hacer los trabajos del hogar que se realizaban una vez al año como era por ejemplo: desacer y hacer los colchones. Los soleados y largos días del verano los aprovechaban para sacar la lana apelmazada del vientre de los colchones, dormida y apretada en el letargo del largo invierno. Había que espabilarla, desentumecerla y esponjarla a base de varetazos.
Una vez descosido el colchón, la lana se echaba en la corra que previanmente se colocaba sobre el asiento de dos sillas con la misión de que por las pequeñas aberturas de su entretejido callera al suelo la suciedad soltada al varearla.
Varazo tras varazo, golpe tras golpe, las apelmazadas bedijas se iban esponjado.
Acavado el vareado, la lana quedaba lista para volver a montar el Colchón, que tras haber sido la funda lavada se entendía en el suelo sobre un viejo lienzo para estender la lana por igual en toda la superficie y sentadas poderle coser a mano todo alrededor. Una vez cosido, como final, con largas agujas especiales para ello se metían unas cintas que se ataban tras atravesar el grosor del clochón, por varias partes de la superficie, para que la lana mantuviera la forma como el primer día. ¡Que placer la primera noche que se domía en ese colchón!