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SOTOBAÑADO Y PRIORATO: SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO "LA MILI"...

SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO "LA MILI"
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La "Mili" era la forma coloquial de llamar al servicio militar obligatorio. Es una contracción de la palabra milicia. A los que iban a la mili se les llamaba quintos, y el nombre viene de cuando el rey Carlos III impuso esta obligación. Decía la ley que la quinta parte de los mozos de todas las poblaciones deberían realizarlo. En 1999 se produjo el último alistamiento; era la quinta del 82. Se ha suprimido pues el servicio militar obligatorio, dando lugar así a un ejército profesional. Aquella mili con soldados de reemplazo es pura nostalgia, pertenece a una España que ya no existe.
La mili siempre fue algo más que cumplir con los deberes militares. El cuartel supuso un rito de paso en la vida de los jóvenes de entonces, donde se les reconocían unos derechos que les permitían ingresar en el mundo de los adultos. La mili, además, constituía un elemento perturbador tanto en el mundo rural como en el urbano, justo en el momento en que iniciaban o intentaban encauzar su vida profesional o estudios académicos. Pero para otros suponía un "cambio de aires", aprender a leer y a escribir, sacarse el carnet de conducir automóviles, adquirir alguna formación profesional, conocer mundo y relacionarse con gente de otras regiones.
Cumplidos los veinte años, a todos los mozos les tallaban en el Ayuntamiento, y al que llegaba a la talla establecida y no alegaba ningún impedimento físico o de otro tipo, era declarado "soldado útil para servicio". Por el contrario, aquel que no daba la talla o presentaba alegación, se consideraba "soldado útil pendiente de fallo" a expensas de los correspondientes reconocimientos médicos y del dictamen del expediente abierto en la Caja de Reclutas de la provincia.
Además de la baja estatura, enfermedades y defectos físicos graves, pies planos, cortedad de vista o cojera, la viudedad de la madre podía ser otro de los motivos que evitaba al mozo tener que incorporarse al servicio militar si acaso era necesario su concurso para el sustento familiar. Por esta misma razón llegaban a gozar de exención los hijos de padre sexagenario o los que tuvieran ya otro hermano en la mili. En algunas ocasiones, también los mozos casados y con obligaciones familiares, o al menos con reducción del tiempo de servicio.
Examinado el expediente, el mozo pasaba de nuevo por la incertidumbre de que su solicitud se admitiera y fuera declarado inútil total, en cuyo caso se libraba de hacer el servicio militar. Pero existía también el riesgo de que la inutilidad fuera temporal, revisable cada cierto tiempo por si las circunstancias variaban, con la posibilidad siempre latente de ser llamado a filas en otro momento mientras no se tuvieran cumplidos los veintiocho años.
La incorporación a filas tenía lugar al año siguiente de haber entrado en caja y de haber sido tallados, se iba al ejército por lo tanto entre los veinte y los veintiún años, pero antes se celebraba el sorteo del lugar de destino. En otros tiempos se realizaba éste en la localidad de nacimiento, en los correspondientes ayuntamientos, con los mozos, familiares y curiosos allí congregados. La suerte se echaba entre la Península, las Islas, Ceuta, Melilla e incluso Cuba, Filipinas, Guinea, Marruecos, Sidi Ifni o el Sahara cuando, según las épocas, algunos de estos territorios pertenecían o estaban bajo la soberanía de España. De antemano, y en el tablón correspondiente, se habían anunciado dos listas, una con los destinos y la cantidad de reclutas que correspondían a cada uno de ellos, y otra con los mozos por orden alfabético y numerados. La distribución se hacía rápida, bastaba con sacar el número del mozo que iniciaba la lista de destinos, y a partir de él todos los demás.