RELATO DE SOR CARMELA SUANCES
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Nací en Sotobañado de Boedo, provincia de Palencia. Mis recuerdos de infancia tienen nombre de mi abuelo, porque me quedé sin madre muy pequeña, y a mis cinco años perdía también a mi padre. Con el abuelo Manuel aprendí a rezar y a amar a los pobres. Él era un cristiano que llevaba la fe a su vida. Su trato con los pobres iba creando en mí una cercanía con ellos; eran algo normal en casa. Creo que ahí nació mi vocación de Hija de la Caridad. El abuelo también me inició en el gusto por el arte, pues era amigo de un señor que pintaba cuadros. A su lado comencé a ver el lienzo y los pinceles como algo maravilloso, que podía ser mío.
La formación de mi abuelo la completaba mi hermana Aurelia, que era un poco mayor que yo, y que terminó ingresando en las Clarisas. Otro detalle que aprendí de mi abuelo fue al amor por las misiones. Él tenía un hermano Misionero Claretiano en Brasil. Como para tantos cristianos entonces, también él veía normal, era su ideal contar con un familiar dispuesto a ir a donde Dios lo llamara.
Pero mi camino fueron las Hijas de la Caridad. Fui a Rabé de las Calzadas, en Burgos, donde las Hijas de la Caridad tenían un Colegio. Allí hice mis estudios, y fue creciendo mi amor por los demás, mis ganas de servir y de ayudar. El Seminario lo hice en Madrid. Mi profesión fue el año 1954, el día de Todos los Santos, en Zamora.
Mi primer destino fue Zamora, en el Colegio de la Milagrosa. Mis mejores momentos los pasaba entre cartulinas y pinceles, siempre que podía después de atender a las niñas en la clase o en el Internado.
La inclinación y admiración por los Misioneros, que viví con el abuelo, me impulsó a crear, en compañía de Religiosas de otras Congregaciones, lo que llamamos los Cursillos de Misionología. Era mi primera preocupación: Formar a las niñas en el amor por las misiones.
Crecieron mis relaciones con gentes de la ciudad. La empresa Iberduero me pidió hacerme cargo, como Coordinadora, de los Cursos de verano que ellos ofrecían a los hijos de sus empleados. Así recorrí varias ciudades de Castilla.
Pero Dios tenía señalado para mí el camino de la belleza. Viví como una gran gracia el destino a Sevilla, a estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Este regalo, que colmaba aquella mi afición innata por la pintura, fue también el comienzo de un cambio decisivo en mi vida.
NO ESTÄ COPIADO EL TEXTO ÍNTEGRO
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Nací en Sotobañado de Boedo, provincia de Palencia. Mis recuerdos de infancia tienen nombre de mi abuelo, porque me quedé sin madre muy pequeña, y a mis cinco años perdía también a mi padre. Con el abuelo Manuel aprendí a rezar y a amar a los pobres. Él era un cristiano que llevaba la fe a su vida. Su trato con los pobres iba creando en mí una cercanía con ellos; eran algo normal en casa. Creo que ahí nació mi vocación de Hija de la Caridad. El abuelo también me inició en el gusto por el arte, pues era amigo de un señor que pintaba cuadros. A su lado comencé a ver el lienzo y los pinceles como algo maravilloso, que podía ser mío.
La formación de mi abuelo la completaba mi hermana Aurelia, que era un poco mayor que yo, y que terminó ingresando en las Clarisas. Otro detalle que aprendí de mi abuelo fue al amor por las misiones. Él tenía un hermano Misionero Claretiano en Brasil. Como para tantos cristianos entonces, también él veía normal, era su ideal contar con un familiar dispuesto a ir a donde Dios lo llamara.
Pero mi camino fueron las Hijas de la Caridad. Fui a Rabé de las Calzadas, en Burgos, donde las Hijas de la Caridad tenían un Colegio. Allí hice mis estudios, y fue creciendo mi amor por los demás, mis ganas de servir y de ayudar. El Seminario lo hice en Madrid. Mi profesión fue el año 1954, el día de Todos los Santos, en Zamora.
Mi primer destino fue Zamora, en el Colegio de la Milagrosa. Mis mejores momentos los pasaba entre cartulinas y pinceles, siempre que podía después de atender a las niñas en la clase o en el Internado.
La inclinación y admiración por los Misioneros, que viví con el abuelo, me impulsó a crear, en compañía de Religiosas de otras Congregaciones, lo que llamamos los Cursillos de Misionología. Era mi primera preocupación: Formar a las niñas en el amor por las misiones.
Crecieron mis relaciones con gentes de la ciudad. La empresa Iberduero me pidió hacerme cargo, como Coordinadora, de los Cursos de verano que ellos ofrecían a los hijos de sus empleados. Así recorrí varias ciudades de Castilla.
Pero Dios tenía señalado para mí el camino de la belleza. Viví como una gran gracia el destino a Sevilla, a estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Este regalo, que colmaba aquella mi afición innata por la pintura, fue también el comienzo de un cambio decisivo en mi vida.
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Sor Carmela era prima de mi madre Amparo su padre era hermano de mi abuelo Julio Suances. Me alegra tener noticias suyas, aunque yo la recuerdo muy muy poco, de algun encuentro vacacional en Herrera