TIEMPOS DE COSECHA, PREPARANDO LA SIEGA
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«Santiago (25 de julio) nos trae el pan,
San Miguel (29 de septiembre) nos trae el vino,
San Francisco (4 de octubre) las castañas,
y San Martín (11 de noviembre) el tocino»
Doblaban los trigos ya secos con el peso de las espigas bien granadas, es el momento propicio para el comienzo de la siega.
Esta era la manera tradicional de hacer las duras faenas del verano cuando se sufrían con esfuerzo sin la existencia de la moderna maquinaria que hacen ahora más dulces y llevaderos los trabajos del verano.
No puede faltar la hoz bien afilada en la piedra de aguzar rústica que en todas las casas había. Para afilar durante la faena se llevaba la famosa piedra «portuguesa» que se compraba en las ferias y romerías de la comarca o del otro lado de la Raya, como la Riberiña, la Luz, o la Salud de Alcañices y que se llevaba consigo siempre que se salía a la senara. No se podían olvidar los «dediles» o dedales para proteger los dedos con los que se agarraba la manada de cereal. Para evitar el olvido se solían atar en el mismo mango de madera de la hoz.
Otra protección, esta vez del inmisericorde sol alistano que cae a plomo sobre las cabezas de los segadores, era el sombrero de paja que sustituye a la boina negra asentada en la «morra» (cabeza) del alistano, que parece que nació con ella; algunos no se la quitaban ni para segar o la sustituían por el típico «muqueru» (pañuelo de cuadros azules usado para sonarse) anudado en cada esquina y puesto a modo de boina o esta sobre el muquero extendido sobre la cabeza. Las mujeres, solo con el pañuelo a la cabeza, o el sombrero de paja encima.
Un preparativo indispensable que había que hacer la víspera era «el encaño», que consistía en un manojo de pajas de centeno que se sacaban «desbagándolos» sobre las piedras del trillo para que soltasen el grano de las espigas, esto se hacía durante la trilla del año anterior y se guardaban en el pajar durante todo el año para, el día antes de ir a segar, ponerlo en el río a que se ablandara. También se guardaba hasta la matanza del cerdo para con las pajas, chamuscar al cochino. La misma mañana que se salía a la siega se sacaba del agua escurriéndolo, envuelto de un saco y terciado sobre el lomo del burro. Se llevaba hasta la tierra para hacer las «ataderas» que servían para atar bien prietos los manojos. Al llegar a la «tierra» (finca o parcela) donde se comenzaba o continuaba la siega, se dejaban los encaños húmedos a la sombra y se colocaba debajo el cántaro o la barrila para que se mantuviesen frescos.
En algunos pueblos de Aliste, el encaño era sustituido por las «garañuelas» o «purretas» de centeno que se sembraban a tal efecto entre el trigo para, en seco, atarlo.
Como ya decimos, se llevaba el burro aparejado con las alforjas donde de transportaba la comida para todo el día, que iba en recipientes como: la cazuela de barro dentro de una cesta de mimbre y tapada con un «rudillo» (trapo o paño de cocina) ya que no tenían tapa; más adelante las cazuelas eran de porcelana esmaltada, la recordaréis de color rojo oscuro, con dos asas y tapa, «la fambrera» (fiambrera) roja a juego con la cazuela, o blanca y con un cierre metálico.
Imprescindible para subsistir a «la calor», el cántaro, por supuesto lleno de agua la noche anterior, puesto al sereno para que refresque bien, tapado con tapón de corcho atado con una cuerda al asa para que no se extravíe; también se llevaba un vaso de porcelana esmaltada blanco para beber, llamado «caneco» en algunos pueblos, (en realidad es una taza con un asa).
El vino en el barril, que era un recipiente de barro para llevar el vino y mantenerlo fresco durante las faenas del verano, los había de dos tamaños el grande y el chiquito o «barriliche», este último tiene la particularidad de que no para de pie solo, hay que asentarlo por la panza, no como el barril grande que para de ambas maneras. Eran cómodos de llevar al campo porque pesaban poco y apenas ocupaban espacio en las alforjas. Se bebía a morro durante las varias comidas que se hacían en el campo, sobre todo durante la siega; se «tomaban las diez», que era una comida frugal, principalmente un poco de chorizo o tocino cortado a trozos con la navaja encima un «cacho de pan» y pasando de mano en mano el barril. Había otro llamado «barril de pajas», muy utilizado en la siega, hecho con la cáscara de la «bimbria» (mimbre), estaba recubierto por dentro con la pez. A veces se utilizaba para llevar el vino la calabaza y, en pocas ocasiones, la bota.
Y como no, también en los preparativos tenemos que destacar el impagable trabajo del ama de la casa, la mujer alistana que aparte de salir para la segada a la par de los demás, ya había madrugado mucho antes para poner el pote a la lumbre y tener la comida lista a la hora de partir para la segada.
Dura vida aquella del campo, por eso el barril fue compañero de fatigas, acompañando a los segadores verano tras verano, alegrando con su sonsonete al empinarlo el cansancio del labriego alistano.
«Ni por sembrar ralo, ni por segar verde, ningún labrador se pierde»
(Refrán alistano).
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«Santiago (25 de julio) nos trae el pan,
San Miguel (29 de septiembre) nos trae el vino,
San Francisco (4 de octubre) las castañas,
y San Martín (11 de noviembre) el tocino»
Doblaban los trigos ya secos con el peso de las espigas bien granadas, es el momento propicio para el comienzo de la siega.
Esta era la manera tradicional de hacer las duras faenas del verano cuando se sufrían con esfuerzo sin la existencia de la moderna maquinaria que hacen ahora más dulces y llevaderos los trabajos del verano.
No puede faltar la hoz bien afilada en la piedra de aguzar rústica que en todas las casas había. Para afilar durante la faena se llevaba la famosa piedra «portuguesa» que se compraba en las ferias y romerías de la comarca o del otro lado de la Raya, como la Riberiña, la Luz, o la Salud de Alcañices y que se llevaba consigo siempre que se salía a la senara. No se podían olvidar los «dediles» o dedales para proteger los dedos con los que se agarraba la manada de cereal. Para evitar el olvido se solían atar en el mismo mango de madera de la hoz.
Otra protección, esta vez del inmisericorde sol alistano que cae a plomo sobre las cabezas de los segadores, era el sombrero de paja que sustituye a la boina negra asentada en la «morra» (cabeza) del alistano, que parece que nació con ella; algunos no se la quitaban ni para segar o la sustituían por el típico «muqueru» (pañuelo de cuadros azules usado para sonarse) anudado en cada esquina y puesto a modo de boina o esta sobre el muquero extendido sobre la cabeza. Las mujeres, solo con el pañuelo a la cabeza, o el sombrero de paja encima.
Un preparativo indispensable que había que hacer la víspera era «el encaño», que consistía en un manojo de pajas de centeno que se sacaban «desbagándolos» sobre las piedras del trillo para que soltasen el grano de las espigas, esto se hacía durante la trilla del año anterior y se guardaban en el pajar durante todo el año para, el día antes de ir a segar, ponerlo en el río a que se ablandara. También se guardaba hasta la matanza del cerdo para con las pajas, chamuscar al cochino. La misma mañana que se salía a la siega se sacaba del agua escurriéndolo, envuelto de un saco y terciado sobre el lomo del burro. Se llevaba hasta la tierra para hacer las «ataderas» que servían para atar bien prietos los manojos. Al llegar a la «tierra» (finca o parcela) donde se comenzaba o continuaba la siega, se dejaban los encaños húmedos a la sombra y se colocaba debajo el cántaro o la barrila para que se mantuviesen frescos.
En algunos pueblos de Aliste, el encaño era sustituido por las «garañuelas» o «purretas» de centeno que se sembraban a tal efecto entre el trigo para, en seco, atarlo.
Como ya decimos, se llevaba el burro aparejado con las alforjas donde de transportaba la comida para todo el día, que iba en recipientes como: la cazuela de barro dentro de una cesta de mimbre y tapada con un «rudillo» (trapo o paño de cocina) ya que no tenían tapa; más adelante las cazuelas eran de porcelana esmaltada, la recordaréis de color rojo oscuro, con dos asas y tapa, «la fambrera» (fiambrera) roja a juego con la cazuela, o blanca y con un cierre metálico.
Imprescindible para subsistir a «la calor», el cántaro, por supuesto lleno de agua la noche anterior, puesto al sereno para que refresque bien, tapado con tapón de corcho atado con una cuerda al asa para que no se extravíe; también se llevaba un vaso de porcelana esmaltada blanco para beber, llamado «caneco» en algunos pueblos, (en realidad es una taza con un asa).
El vino en el barril, que era un recipiente de barro para llevar el vino y mantenerlo fresco durante las faenas del verano, los había de dos tamaños el grande y el chiquito o «barriliche», este último tiene la particularidad de que no para de pie solo, hay que asentarlo por la panza, no como el barril grande que para de ambas maneras. Eran cómodos de llevar al campo porque pesaban poco y apenas ocupaban espacio en las alforjas. Se bebía a morro durante las varias comidas que se hacían en el campo, sobre todo durante la siega; se «tomaban las diez», que era una comida frugal, principalmente un poco de chorizo o tocino cortado a trozos con la navaja encima un «cacho de pan» y pasando de mano en mano el barril. Había otro llamado «barril de pajas», muy utilizado en la siega, hecho con la cáscara de la «bimbria» (mimbre), estaba recubierto por dentro con la pez. A veces se utilizaba para llevar el vino la calabaza y, en pocas ocasiones, la bota.
Y como no, también en los preparativos tenemos que destacar el impagable trabajo del ama de la casa, la mujer alistana que aparte de salir para la segada a la par de los demás, ya había madrugado mucho antes para poner el pote a la lumbre y tener la comida lista a la hora de partir para la segada.
Dura vida aquella del campo, por eso el barril fue compañero de fatigas, acompañando a los segadores verano tras verano, alegrando con su sonsonete al empinarlo el cansancio del labriego alistano.
«Ni por sembrar ralo, ni por segar verde, ningún labrador se pierde»
(Refrán alistano).