LA SOLEDAD DE LOS ANCIANOS
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Sus manos temblorosas asieron el pomo de la puerta de su habitación. Arrastrando los pies salió como cada mañana de su dormitorio donde solo la soledad, y un libro le acompañaban. El reloj marcaba las seis de la mañana,
Era muy temprano pero como siempre el sueño escaso del que disfrutaba, se marchaba muy pronto de sus ojos, que se mantenían abiertos varias horas de la noche cuando el insomnio, acudía en su visita puntual... las tres de la mañana. Tres horas sin dormir, hasta que ya cansada, se incorporaba en el lecho metía sus pies en sus zapatillas de paño, y poniendo su bata, sobre los hombros, decidía levantarse. Sus ojos cansados miraron por la ventana. La luz no asomaba todavía aunque ya la aurora, se avistaba.
Un suspiro salió frágil de sus labios, un nuevo día nueva espera ¿Vendrían tal vez hoy? Una sonrisa triste se dibujo en sus labios cargados de años las arrugas poblaban su dulce rostro de anciana. La esperanza de ver a sus hijos no la abandonaba nunca, a pesar que ya hacía más de dos años que no venían a verla y escasas llamadas de teléfono recibía de ellos, la última en navidad.. Con las escusas correspondientes que no podían venir y que lo sentían. Cerró los ojos... se sentía tan cansada... tan abandonada... Eran sus hijos y ella su madre, ¿Porqué no la querían? ¿Por qué? se dijo: Si me quisieran vendrían a menudo a verme no están tan lejos... Resignada se sentó en una de las sillas del comedor donde en tiempos pasados las risas de sus hijos alborotaban la casa toda la familia reunida, ¡Eran tan felices!
El reloj marcó las diez de la noche, la anciana suspirando se dirigió arrastrando sus pies arrastrando su cansado cuerpo viejo enfermo desvalido desamparado, hacía su dormitorio. Allí le espera como siempre el libro que nunca terminaba de leer, la soledad, y el insomnio. Se dijo para si... tal vez... tal vez mañana... vendrán...
Gabriela R. G.
(Reservados derechos de autor)
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Sus manos temblorosas asieron el pomo de la puerta de su habitación. Arrastrando los pies salió como cada mañana de su dormitorio donde solo la soledad, y un libro le acompañaban. El reloj marcaba las seis de la mañana,
Era muy temprano pero como siempre el sueño escaso del que disfrutaba, se marchaba muy pronto de sus ojos, que se mantenían abiertos varias horas de la noche cuando el insomnio, acudía en su visita puntual... las tres de la mañana. Tres horas sin dormir, hasta que ya cansada, se incorporaba en el lecho metía sus pies en sus zapatillas de paño, y poniendo su bata, sobre los hombros, decidía levantarse. Sus ojos cansados miraron por la ventana. La luz no asomaba todavía aunque ya la aurora, se avistaba.
Un suspiro salió frágil de sus labios, un nuevo día nueva espera ¿Vendrían tal vez hoy? Una sonrisa triste se dibujo en sus labios cargados de años las arrugas poblaban su dulce rostro de anciana. La esperanza de ver a sus hijos no la abandonaba nunca, a pesar que ya hacía más de dos años que no venían a verla y escasas llamadas de teléfono recibía de ellos, la última en navidad.. Con las escusas correspondientes que no podían venir y que lo sentían. Cerró los ojos... se sentía tan cansada... tan abandonada... Eran sus hijos y ella su madre, ¿Porqué no la querían? ¿Por qué? se dijo: Si me quisieran vendrían a menudo a verme no están tan lejos... Resignada se sentó en una de las sillas del comedor donde en tiempos pasados las risas de sus hijos alborotaban la casa toda la familia reunida, ¡Eran tan felices!
El reloj marcó las diez de la noche, la anciana suspirando se dirigió arrastrando sus pies arrastrando su cansado cuerpo viejo enfermo desvalido desamparado, hacía su dormitorio. Allí le espera como siempre el libro que nunca terminaba de leer, la soledad, y el insomnio. Se dijo para si... tal vez... tal vez mañana... vendrán...
Gabriela R. G.
(Reservados derechos de autor)