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VALBUENA DE PISUERGA: Parece irremediable y casi imposible no mencionar la...

Parece irremediable y casi imposible no mencionar la iglesia gótica y el palacio de los Múgica de San Cebrián de Buena Madre cuando de lo que se trata es de hablar de los atractivos y monumentos que atesora Valbuena de Pisuerga y el núcleo de población que de la localidad depende. Sin embargo, el municipio cerrateño esconde en reservado silencio entre sus parajes alguna que otra sorpresa para el viajero que se acerca hasta esta zona.

A escasos kilómetros del casco urbano y caserío de Valbuena, entre robles y pinos, entre el monte El Caballo y el Polanco, se encuentran las menguadas y desoladas ruinas del que fuera en el siglo XV y posteriores priorato de La Granja, dependiente de los monjes de la cercana localidad burgalesa de Castrojeriz.

La belleza que envuelve el enclave hace que no solo se acerquen los amantes de la historia y el patrimonio artístico y religioso, sino que lleguen también aficionados al deporte, a las rutas a caballo o con todoterrenos, puesto que los angostos y deteriorados caminos que conducen hasta los restos del templo románico hacen imprescindible el uso de este tipo de vehículos. «Hay cantidad de gente que no sabía de su existencia y otros muchos entendidos en arte que preguntan directamente por el priorato, por el convento de La Quinta, como aquí le conocemos», comenta un vecino de Valbuena.

Refugio

«La pena es que el valor que en su día tuvo se haya quedado en tan solo unas ruinas», lamenta el alcalde, Jesús María Palacín de los Mozos, que apunta que el poso que ha dejado el paso del tiempo se ha unido a la escasa protección y cuidado que se ha tenido para conservar lo poco que quedaba. «No en vano, las ruinas han servido en más de una ocasión como refugio para los pastores de ganado ovino y para los cazadores, puesto que ésta es una zona con gran reclamo para los adeptos a la cinegética», agrega el regidor.

Entre los restos del cenobio apenas se conserva en pie el arco triunfal de lo que fuera la capilla mayor. Apuntado, peraltado y doblado, descansa sobre una columna acodillada entre jambas, todas ellas rematadas por un capitel corrido repleto de rostros humanos muy esquemáticos y toscos, además de cimacios decorados con tallos ondulantes y hojas, iconos y elementos artísticos propios del románico tardío.

Es verdad que el paso de los años ha influido en el declive del edificio. El poder de usurpación y saqueo del que han hecho gala algunas manos ajenas y egoístas ha hecho el resto. Ha provocado que un edificio que siglos atrás era un referente en el desarrollo económico, cultural y social de la zona –como cualquier otro convento en aquella época–, se haya quedado hoy en día en migajas de su sombra.

Aun así, la riqueza artística que atesoran los restos y el remanso de naturaleza viva que los rodean bien merecen un paseo y una parada.