Y llevó uvas de postre
Los vecinos de Valbuena recuerdan la tradición vitivinícola que antaño existía en la localidad
Texto y fotografía de Soraya de las Sías
Urbano, Nicolás y Juan visitan el viñedo de éste último.
La fiesta patronal deValbuena de Pisuerga es el 11 de noviembre, San Martín. El tiempo suele jugar malas pasadas, y en más de una ocasión sus habitantes han visto cómo el baile se suspendía o se tenía que celebrar en una nave o almacén para resguardarse del frío o de la lluvia. Quizás por estos inconvenientes, los vecinos esperan con más entusiasmo la fiesta de Pentecostés, cuando muchos de los hijos que un día emigraron regresan al pueblo para participar en la tradicional romería hasta la ermita del Espíritu Santo y ofrecer muestras de la fe y devoción que siempre envuelve esta celebración religiosa. No en vano, los hay que aseguran que este arraigo y fervor se debe a que el Espíritu Santo no solo ha protegido a los fieles, sino que ha echado mano incluso de los milagros ante algún infortunio o desgracia, pues de lo contrario no se podría explicar cómo algún accidente quedara, por suerte, en un simple susto. «Un obrero de Eduardo Sendino volcó con el carro y los bueyes por el terraplén de gran pendiente que hay junto a la ermita y cayó al Pisuerga. Afortunadamente, no pasó nada», recuerda Juan Arija, de 76 años, que comenta con sus compañeros Urbano Vicario y Nicolás Ruiz, de 78 y 85 años, respectivamente, que gracias a la protección del Espíritu Santo tampoco hubo que lamentar el accidente de María, una vecina que regresaba con su Seat 600 por el camino de Cordovilla la Real, se salió por una curva y cayó al río. «Dejó de dar vueltas justo en la orilla y no le pasó nada», agrega Juan, que bromea con la posibilidad de que el símbolo de la paloma protegiera también a Gregorio Martín aquella madrugada que iba con las mulas a vender a Palencia y entornó con el carro lleno de huevos y apenas se rompieron unas docenas.
Estos tres vecinos guardan celosos en su memoria cantidad de curiosidades de este rincón del Cerrato, cuando antaño las familias eran grandes y tenían hasta 12 y 13 hijos, cuando había varias iglesias y conventos o cuando cerca de 200 hectáreas de viñedos repartidas por la vega, las laderas y los cotarros daban muestra de la tradición vinícola de la zona. «Cualquiera cogía 300 cántaros de vino, todo para consumo propio», explica Urbano, mientras Nicolás interrumpe para matizar que «se subía todos los días a la bodega y se guardaba vino para los segadores que venían en verano o para los carboneros que llegaban desde Baltanás y Torquemada».
También rememoran anécdotas, desde que los franceses llegaron para arrebatar la esencia de los caldos hasta las juergas de las cuadrillas en la época de la recolección o la faena de Ángel Vicario, que fue a vendimiar y llevó de casa uvas de postre.
Todo aquello solo se puede revivir desde el vistazo nostálgico al pasado, pues no queda nadie que elabore vino de forma artesanal, salvo Juan Arija, que tiene cepas nuevas, y Urbano Vicario, que aún conserva un majuelo centenario. Así, al menos, les queda el orgullo de mantener viva una sana costumbre, la de ser corteses y agradecidos e invitar a los amigos a la bodega para manifestar junto a un buen vino y una merienda que el futuro que les depara el medio rural es superar los achaques de la edad, mientras esperan a que se ponga remedio a la escasa cobertura sanitaria con más días de consulta o a la falta de transporte público con la implantación del transporte a la demanda.
Los vecinos de Valbuena recuerdan la tradición vitivinícola que antaño existía en la localidad
Texto y fotografía de Soraya de las Sías
Urbano, Nicolás y Juan visitan el viñedo de éste último.
La fiesta patronal deValbuena de Pisuerga es el 11 de noviembre, San Martín. El tiempo suele jugar malas pasadas, y en más de una ocasión sus habitantes han visto cómo el baile se suspendía o se tenía que celebrar en una nave o almacén para resguardarse del frío o de la lluvia. Quizás por estos inconvenientes, los vecinos esperan con más entusiasmo la fiesta de Pentecostés, cuando muchos de los hijos que un día emigraron regresan al pueblo para participar en la tradicional romería hasta la ermita del Espíritu Santo y ofrecer muestras de la fe y devoción que siempre envuelve esta celebración religiosa. No en vano, los hay que aseguran que este arraigo y fervor se debe a que el Espíritu Santo no solo ha protegido a los fieles, sino que ha echado mano incluso de los milagros ante algún infortunio o desgracia, pues de lo contrario no se podría explicar cómo algún accidente quedara, por suerte, en un simple susto. «Un obrero de Eduardo Sendino volcó con el carro y los bueyes por el terraplén de gran pendiente que hay junto a la ermita y cayó al Pisuerga. Afortunadamente, no pasó nada», recuerda Juan Arija, de 76 años, que comenta con sus compañeros Urbano Vicario y Nicolás Ruiz, de 78 y 85 años, respectivamente, que gracias a la protección del Espíritu Santo tampoco hubo que lamentar el accidente de María, una vecina que regresaba con su Seat 600 por el camino de Cordovilla la Real, se salió por una curva y cayó al río. «Dejó de dar vueltas justo en la orilla y no le pasó nada», agrega Juan, que bromea con la posibilidad de que el símbolo de la paloma protegiera también a Gregorio Martín aquella madrugada que iba con las mulas a vender a Palencia y entornó con el carro lleno de huevos y apenas se rompieron unas docenas.
Estos tres vecinos guardan celosos en su memoria cantidad de curiosidades de este rincón del Cerrato, cuando antaño las familias eran grandes y tenían hasta 12 y 13 hijos, cuando había varias iglesias y conventos o cuando cerca de 200 hectáreas de viñedos repartidas por la vega, las laderas y los cotarros daban muestra de la tradición vinícola de la zona. «Cualquiera cogía 300 cántaros de vino, todo para consumo propio», explica Urbano, mientras Nicolás interrumpe para matizar que «se subía todos los días a la bodega y se guardaba vino para los segadores que venían en verano o para los carboneros que llegaban desde Baltanás y Torquemada».
También rememoran anécdotas, desde que los franceses llegaron para arrebatar la esencia de los caldos hasta las juergas de las cuadrillas en la época de la recolección o la faena de Ángel Vicario, que fue a vendimiar y llevó de casa uvas de postre.
Todo aquello solo se puede revivir desde el vistazo nostálgico al pasado, pues no queda nadie que elabore vino de forma artesanal, salvo Juan Arija, que tiene cepas nuevas, y Urbano Vicario, que aún conserva un majuelo centenario. Así, al menos, les queda el orgullo de mantener viva una sana costumbre, la de ser corteses y agradecidos e invitar a los amigos a la bodega para manifestar junto a un buen vino y una merienda que el futuro que les depara el medio rural es superar los achaques de la edad, mientras esperan a que se ponga remedio a la escasa cobertura sanitaria con más días de consulta o a la falta de transporte público con la implantación del transporte a la demanda.