Tiempos de vendimia estos que corren junto a nosotros estos días, aunque esto no ocurra por aquí precisamente desde hace ya bastantes años, sino en otras tierras diferentes a las nuestras. Y, contagiado tal vez por ello, de pronto uno, que ya carga con su buen saco de años a las espaldas, echa la vista hacia atrás y se ve de chaval “ayudando” en casa en las faenas de la vendimia en estas tierras. O más bien, participando de la ceremonia y su ritual de una manera activa pero más bien lúdica. Y vuelve a hacerse presente la viña y el majuelo en toda su extensión, y aquellos horrendos y no demasiado eficientes espantapájaros, y la tarea previa de “cuidar la viña” cuando el fruto estaba madurando, y el acarreo de las uvas hasta el lagar, y el primer mosto a pie de lagar, y la fiesta posterior como disculpa, y la pequeña “rebusca” del día siguiente… Y es que el vino que nos llevamos cada día al coleto y que en ocasiones alegra nuestras vidas, como dice la canción, viene precedido de todo un largo proceso de elaboración, que tiene en el momento de la vendimia un algo que el recuerdo no puede ni quiere olvidar.