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Volver a los pueblos
Llega el verano y nuestros pueblos vuelven a cobrar vida, una vida de la que han adolecido en buena medida durante unos cuantos meses atrás donde, los pocos habitantes que allí lo han sido, han sobrevivido como buenamente han podido a las inclemencias térmicas y a los avatares de los más bien escasos acontecimientos habidos en sus entornos.
En cambio en estos días, casi de una a otra fecha, se puede observar cómo abren sus puertas muchas de las casas que durante meses estuvieron cerradas a cal y canto. Y vuelven a mostrarse limpias y acogedoras, y, como por arte de magia, reaparecen las flores junto a sus puertas y en muchas de sus ventanas.
Y retornan también los grupos de chiquillos a la plaza central del pueblo con sus bicicletas, sus patinetes y algún que otro artilugio más que la modernidad les ha hecho acreedores. Respirándose vida de manera general y savia nueva en particular, por cualquiera de las calles y plazas del lugar.
Habrá tiempo, todo un largo verano por delante, para reencontrarse con uno y otro vecino, para el paseo mañanero a campo abierto, para la tertulia al caer la tarde y hasta bien entrada la noche, para volver a escuchar voces infantiles en la plaza, para recordar el pasado cuando en el pueblo vivían cerca del centenar de personas y ahora apenas si alcanza la veintena, para uno o varios días de fiesta, para disfrutar, en fin, de unos días de descanso y relax al pie mismo de la naturaleza.
Pero cuando uno regresa a casa y hace balance de la jornada tras una de esas tertulias de tarde-noche, en su fuero interno sabe muy bien que “no cualquier tiempo pasado fue mejor”…., a pesar de que su pueblo, al igual que otros cuantos más de la Comarca, pueda lucir en no demasiados años durante los largos meses del invierno, un cartel invisible, pero real, que diga: “cerrado por falta de vecinos”…
Llega el verano y nuestros pueblos vuelven a cobrar vida, una vida de la que han adolecido en buena medida durante unos cuantos meses atrás donde, los pocos habitantes que allí lo han sido, han sobrevivido como buenamente han podido a las inclemencias térmicas y a los avatares de los más bien escasos acontecimientos habidos en sus entornos.
En cambio en estos días, casi de una a otra fecha, se puede observar cómo abren sus puertas muchas de las casas que durante meses estuvieron cerradas a cal y canto. Y vuelven a mostrarse limpias y acogedoras, y, como por arte de magia, reaparecen las flores junto a sus puertas y en muchas de sus ventanas.
Y retornan también los grupos de chiquillos a la plaza central del pueblo con sus bicicletas, sus patinetes y algún que otro artilugio más que la modernidad les ha hecho acreedores. Respirándose vida de manera general y savia nueva en particular, por cualquiera de las calles y plazas del lugar.
Habrá tiempo, todo un largo verano por delante, para reencontrarse con uno y otro vecino, para el paseo mañanero a campo abierto, para la tertulia al caer la tarde y hasta bien entrada la noche, para volver a escuchar voces infantiles en la plaza, para recordar el pasado cuando en el pueblo vivían cerca del centenar de personas y ahora apenas si alcanza la veintena, para uno o varios días de fiesta, para disfrutar, en fin, de unos días de descanso y relax al pie mismo de la naturaleza.
Pero cuando uno regresa a casa y hace balance de la jornada tras una de esas tertulias de tarde-noche, en su fuero interno sabe muy bien que “no cualquier tiempo pasado fue mejor”…., a pesar de que su pueblo, al igual que otros cuantos más de la Comarca, pueda lucir en no demasiados años durante los largos meses del invierno, un cartel invisible, pero real, que diga: “cerrado por falta de vecinos”…