Visitar estos días casi ya de invierno nuestros pueblos, sobre todo los más pequeños, los reducidos a una mínima expresión incluso, es pasear sus calles y sus alrededores en una marcada y, si se quiere, plácida soledad. Pues apenas te tropezarás con alguno de sus vecinos que vaya a sus quehaceres del día, porque éstos apenas si existen en un espacio territorial tan reducido, y seguro, además, que en la mayoría de ellos está ya todo hecho para el día e incluso para el resto de la semana.
Sí te puede ocurrir, en cambio, que te salga al encuentro algún perro callejero, que huya a continuación ante una extraña presencia para él en su bien delimitado territorio; al igual que ocurrirá si con lo que te tropiezas es con algún gato asustadizo, que huirá también al momento, pero éste despavorido como alma que se lleva el diablo, ante la aparición de alguien extraño en el lugar habitual de sus dominios.
Pero lo que sí resulta evidente es que, en cada casa, en cada plaza, en cada esquina, en cada revuelta de la calle, en cada construcción, en definitiva y, en soledad probablemente, puedes admirar lo que allí está hecho a lo largo del tiempo, fruto siempre del trabajo día a día de los hombres, de los que nos precedieron en el lugar y que ya no están, de los sí que están aunque ahora no estén allí y de los que, a pesar de las circunstancias, están todavía en el lugar día a día; muchos menos, estos últimos, de los que debieran, para que el lugar no estuviese abocado a desaparecer, desgraciadamente, de aquí a la vuelta de no demasiados años.
Sí te puede ocurrir, en cambio, que te salga al encuentro algún perro callejero, que huya a continuación ante una extraña presencia para él en su bien delimitado territorio; al igual que ocurrirá si con lo que te tropiezas es con algún gato asustadizo, que huirá también al momento, pero éste despavorido como alma que se lleva el diablo, ante la aparición de alguien extraño en el lugar habitual de sus dominios.
Pero lo que sí resulta evidente es que, en cada casa, en cada plaza, en cada esquina, en cada revuelta de la calle, en cada construcción, en definitiva y, en soledad probablemente, puedes admirar lo que allí está hecho a lo largo del tiempo, fruto siempre del trabajo día a día de los hombres, de los que nos precedieron en el lugar y que ya no están, de los sí que están aunque ahora no estén allí y de los que, a pesar de las circunstancias, están todavía en el lugar día a día; muchos menos, estos últimos, de los que debieran, para que el lugar no estuviese abocado a desaparecer, desgraciadamente, de aquí a la vuelta de no demasiados años.